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“Hay una alarmante desigualdad del ingreso y de la riqueza”: Eduardo Lora

Fragmento de la segunda edición del libro “Economía esencial de Colombia. Las raíces de la crisis”, que el economista presentó este mes bajo el sello editorial Debate.

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Eduardo Lora * / Especial para El Espectador
20 de octubre de 2021 - 04:44 p. m.
Eduardo Lora es economista de la Universidad Nacional y máster del London School of Economics. Fue director de Fedesarrollo y es investigador asociado al Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard. / Archivo
Eduardo Lora es economista de la Universidad Nacional y máster del London School of Economics. Fue director de Fedesarrollo y es investigador asociado al Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard. / Archivo
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En su último libro, titulado Crisis: Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos, Jared Diamond identifica los comportamientos que más ayudan a los países a superar las crisis. Estos son los más importantes: (1) reconocer que hay una situación de crisis; (2) aceptar la responsabilidad del cambio, en lugar de simplemente culpar a otros y aplazar las decisiones; (3) separar con una barrera aquellos aspectos de la vida nacional que necesitan y pueden ser cambiados de aquellos otros que, aunque no funcionen bien, no son cruciales para superar la crisis y puede resultar abrumador tratar de cambiar; y (4) ser paciente y reconocer que no todo se resuelve al primer intento. (Recomendamos: Así le va a la economía colombiana, según el DANE).

Estos comportamientos ayudan a los países a encontrar la forma de sobreponerse a las condiciones adversas. Quizás los colombianos, en forma individual, seamos muy recursivos para enfrentar las dificultades personales, pero eso no basta para que la sociedad colombiana pueda resolver la crisis actual. Nadie puede dudar que estamos en crisis, así que al menos cumplimos la primera de las cuatro condiciones. Pero no las demás. (Le puede interesar: Importaciones crecieron 49,8% en agosto de 2021).

Tanto el presidente Iván Duque como los partidos representados en el Congreso durante su mandato se empeñaron en rehuir las reformas estructurales que podrían ayudar a enfrentar problemas tan evidentes como la falta crónica de recursos fiscales, la mala calidad de la educación, la informalidad laboral y la corrupción.

Al mismo tiempo, amplios estamentos de la sociedad y muchos de los líderes políticos se encuentran perplejos frente a la crisis y dubitativos sobre las prioridades de acción. No faltan propuestas rigurosas y bien orientadas para reformar los más diversos aspectos de la economía, la protección social, el funcionamiento de la política, la administración pública y muchos otros. (Entrevista-perfil de Eduardo Lora).

Lo que falta es el sentido de prioridades para cambiar lo que es necesario cambiar para superar la crisis, sin abrumarse por asuntos que no son centrales, y sin ceder al peligro de intentar cambiarlo todo sin un rumbo claro. Para evitar este peligro es preciso reconocer el progreso que ha logrado el país en muchas dimensiones en forma gradual y silenciosa, y que puede ser fácilmente ignorado, dada la magnitud de la crisis.

El buen manejo de la economía durante décadas ha resultado en mejoras sustanciales en los ingresos y el nivel de vida de las familias de todas las clases sociales, en inflación moderada y en estabilidad financiera. En el frente laboral, hasta antes de la pandemia era destacable la creciente formalización del empleo y la tendencia de aumento continuado de los salarios en términos reales (aunque a un ritmo más lento que el ingreso per cápita).

En las principales áreas de la política social, son de mencionar la extensión de la expectativa de vida, la universalización del acceso a los servicios de salud y el avance de la educación de las nuevas generaciones. La reducción de los homicidios y de los desplazamientos causados por el conflicto armado ha sido otro logro sustancial, aunque incompleto.

Esta es apenas una muestra de los grandes avances del país analizados en este libro, que casi sin excepción se mantienen a pesar de la crisis: no consiguen titulares en la prensa ni son objeto de controversias encendidas porque, por lo regular, son el producto de esfuerzos continuos que solo con el paso del tiempo han rendido fruto.

El “modelo” que ha conseguido estos éxitos es la economía social de mercado, en la que el mercado y el Estado se complementan y se refuerzan, y donde las decisiones económicas y políticas, que no siguen ningún plan preestablecido, surgen de la interacción de personas, empresas y organizaciones formales e informales de todo tipo que persiguen sus propios intereses económicos y sociales en un régimen democrático.

Este sistema está lejos de ser infalible, como ha quedado claro desde que empezó la pandemia. Como resultado de la concentración del poder económico y de la complejidad de los mecanismos de decisión del sistema político y de la administración pública, hay una alarmante desigualdad del ingreso y de la riqueza.

Aunque cada año hay mejores máquinas, más tecnología y trabajadores mejor preparados, la productividad de estos recursos no es ahora más alta que hace varias décadas. Además, los métodos de producción en muchos sectores están destruyendo el medioambiente. La principal razón del mal uso de los recursos productivos es la incapacidad de la sociedad y del Estado para coordinar esfuerzos e imponer conductas para que los recursos no se desperdicien en producciones ineficientes o en actividades socialmente improductivas o que generan daños ambientales.

De forma semejante, los avances en la educación en gran medida se desperdician porque más de la mitad de los trabajadores están autoempleados o trabajan en pequeños negocios de muy baja productividad. Se desperdician también porque es excesiva la oferta de profesionales en algunas carreras, mientras que hay un déficit persistente de técnicos con las habilidades que requieren las empresas.

La incorporación de la mujer al mercado laboral ha sido esencial para el crecimiento económico, pero la carga de trabajo dentro y fuera del hogar que han asumido muchas mujeres es desproporcionada frente a la que tenemos los hombres, lo cual se agravó desde la pandemia. Los intentos por proteger el empleo formal femenino han redundado en mayores dificultades laborales para las mujeres que tienen menos educación.

Tampoco ha sido exitoso el sistema de pensiones vinculado al empleo formal, que no protege a quienes más protección necesitan, y en cambio genera un enorme déficit fiscal. Cada año hay que pagar más impuestos, pero la evasión tributaria sigue siendo enorme y los recursos del fisco son insuficientes para atender el creciente gasto en salud y para ofrecer protección social adecuada a los grupos más vulnerables, incluyendo los adultos mayores pobres, los desplazados e inmigrantes y todos aquellos que cayeron en la pobreza desde que se inició la pandemia.

Desafortunadamente, no hay fórmulas simples para resolver ninguno de estos problemas. Es propio de curanderos charlatanes y de políticos populistas prometer remedios infalibles para males complejos. Como la política es tan complicada y en ocasiones tan turbia, es fácil para el electorado dejarse tentar por líderes que prometen renovar de la noche a la mañana el sistema político y que aseguran ser capaces de interpretar sin la ayuda de intermediarios políticos ni de expertos qué es lo más conveniente para el pueblo.

No nos engañemos. Es más factible encontrar solución a la grave crisis en la que estamos sumidos mediante la participación política y la discusión pública bien informadas. Esa ha sido mi mayor motivación al escribir este libro.

Por Eduardo Lora * / Especial para El Espectador

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