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José Antonio Ocampo: el santo patrón de la economía

El ministro de Hacienda ha sido una de las figuras protagónicas en un gobierno cuya agenda de reformas incluye, en buena parte, el rediseño de algunos pilares económicos: los impuestos, las pensiones y la tenencia de la tierra.

11 de diciembre de 2022 - 02:00 p. m.
José Antonio Ocampo, ministro de Hacienda.
José Antonio Ocampo, ministro de Hacienda.
Foto: GUSTAVO TORRIJOS

Si bien todos los ministerios tienen un peso importante en la vida nacional, una de las carteras que más atención atrae cuando hay cambios de gobierno suele ser la de Hacienda. Esto por su rol protagónico en todo el funcionamiento económico del Estado y del país en general, así como su relación con otras dependencias (vía asignaciones presupuestales, por ejemplo).

Aunque esto es cierto para prácticamente todos los gobiernos, lo ha sido aún más, y quizá con mayor intensidad, para la administración del presidente Gustavo Petro, quien llegó al Palacio de Nariño hablando en clave de reformas, varias de ellas con profundas implicaciones económicas: tributaria, agraria y pensional-laboral.

A esta mezcla de iniciativas habría que sumarle asuntos como el Presupuesto General de la Nación y el presupuesto del sistema de regalías (que se hace cada dos años) para comenzar a entender el peso enorme que el manejo económico tiene para la administración nacional, en general, y para esta en particular.

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Desde el momento de su designación al frente de Hacienda, el nombre de José Antonio Ocampo ha sido uno de los más sonados en los primeros seis meses del gobierno Petro. Para muchos, la figura de este renombrado académico (quien también ha hecho carrera en el aparato estatal colombiano) se asocia con valores como estabilidad, seriedad y sensatez.

“Ocampo, el santo patrono del Gobierno Nacional”. Así lo define una persona que ha trabajado con él en el mundo académico. “El doctor no”, lo llaman algunos de quienes estuvieron en las negociaciones alrededor de la reforma tributaria. Este último sobrenombre, valga la pena decirlo, también se lo aplicaban a Humberto de la Calle en sus tiempos de negociador con las Farc en La Habana. Lo que ayuda a ver, sin sorpresa alguna, que parte del trabajo es decir que no, parte que sí y parte tragar algunos sapos.

Las tres cosas brillan en varios apartados de la reforma tributaria. En general, subir los impuestos es de las cosas más impopulares que hay. Lo es también hacerlo a las personas naturales y lo es mucho más tocar tributariamente las pensiones. La reforma logró incrementar la renta para quienes ganan más de $10 millones, pero al final perdió el apartado que gravaba las pensiones por encima de ese umbral. El propio Ocampo reconoció en una entrevista para este diario que, aunque no le gustaba, aceptaba el resultado, pues era parte del proceso de negociación.

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Y esto habla, de cierta forma, del trabajo extenso detrás de iniciativas como la tributaria, cuya discusión informal comenzó antes de que lo hiciera en las comisiones económicas del Congreso. Se trató de la temporada de congresos empresariales en Cartagena, que este año comenzó justo después de la posesión de Petro y Ocampo. En esos encuentros, varios empresarios consultados definieron los diálogos como productivos y resaltaron, casi con una unanimidad que rayaba en lo gremial, la disposición para escuchar y aceptar.

Negociar una subida de impuestos con el Congreso bien puede acercarse a la expresión que hizo carrera en redes acerca de los sótanos del infierno. Un participante de estos diálogos los calificó de extensos y agotadores, especialmente por las demandas e intereses de algunos legisladores, así como por la pobreza intelectual y argumentativa de otros. “Cuando les decían que no, entonces hablaban de pupitrazo y de aplanadora legislativa. Eso siempre es un pulso bravo”, cuenta.

Una curiosidad al margen: varios de quienes hoy pronuncian con asco y rabia la expresión “aplanadora legislativa” cómodamente fueron los conductores, o iban colgados de las puertas, en las maquinarias de las administraciones Duque, Santos, Uribe…

Por otro lado, la figura de Ocampo se ha convertido en una especie de presencia calmante en una época en la que, por ejemplo, la tasa de cambio rompió récords día tras día hasta llegar a los $5.000.

Aunque el rol del ministro de Hacienda siempre tiene una cierta cualidad de talismán contra la especulación del mercado, quizás esta arista de esa cartera se ha sentido mucho más en un tiempo marcado por la alta volatilidad, en parte alimentada por algunos pronunciamientos de miembros del gabinete de Petro, en especial en lo que se refiere al futuro de los hidrocarburos.

En más de una ocasión, Ocampo ha salido bien sea a aclarar o casi que a rectificar algunos desatinos en comunicación de la administración Petro. En redes algunos se refirieron a estos movimientos como “pasó el borrador Ocampo” o “llegó el adulto responsable”.

Pero para todas sus capacidades y alcance, el panorama inmediato se ve complejo: las reformas del gobierno Petro llegan en un momento que no resulta tan favorable en términos del escenario macroeconómico nacional e internacional.

Si bien el país está creciendo a un ritmo saludable, y más que otros países de la región, las últimas cifras del PIB (tercer trimestre de este año) comienzan a mostrar que la expansión de la economía va a bajar su ritmo considerablemente en 2023. Para este año, se espera que Colombia crezca cerca del 8 % (según el Banco de la República), pero en 2023 esta cifra estará por debajo del 1 %.

Esto va de la mano de una ralentización en las principales economías mundiales, luego de los picos de oferta y demanda pospandemia y en medio de una inflación que apenas comenzaría a moderarse a mediados del próximo año en Colombia (con algo de optimismo). En la mitad de todo esto hay vientos de recesión que siguen rondando a países como Estados Unidos, un escenario que, en caso de materializarse, podría significar cambios más bruscos en la tasa de cambio (algo que nadie quiere, al final de cuentas).

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