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En 2011, tan pronto se desató la crisis fiscal de la Eurozona, la familia real de Qatar alistó su billetera. Con el objetivo de pescar en río revuelto, envió a sus emisarios a evaluar las finanzas de algunas entidades financieras y su viabilidad, con el objetivo no sólo de comprarlas sino de establecer una nueva red de negocios que les facilitara el traslado de dinero desde Oriente Medio (su centro de operaciones) al Viejo Continente. Los candidatos no tardaron en aparecer, pues a la vuelta de un año ya tenía dos bancos privados de inversión en su portafolio: Dexia Banque Internationale à Luxembourg y KBL. Ambas transacciones se cerraron a través de la firma Precision Capital, y se concretaron tras el desembolso de US$2.180 millones.
Ambas adquisiciones se dieron en un momento traumático para las finanzas europeas y, especialmente, para las del pequeño Estado centroeuropeo, justo cuando dos de sus principales grupos económicos (Dexia, por un lado, necesitó la intervención de los gobiernos francés, belga y luxemburgués para evitar la quiebra; KBC, por el otro, decidió reducir sus operaciones) tuvieron que reenfocar sus divisiones para seguir operando. De no haberlo hecho, muy seguramente harían parte de la lista de 124 entidades que desparecieron del mapa bancario del país durante 2012.
De hecho, Luxemburgo fue el Estado de la Unión Europea (UE) donde más se cerraron bancos el año pasado. Así lo afirman las cifras del Banco Central Europeo (BCE), según las cuales un total de 474 instituciones financieras cerraron sus puertas entre el primero de enero de 2012 y el mismo día de 2013. Tras la pequeña monarquía constitucional, los territorios que más dolores de cabeza le están generando al sector son Francia (105 bancos se declararon insolventes) e Italia (55).
Las principales causas, según el Emisor comunitario, no siempre obedecen a la ausencia de fondos: “Desde 2011 se ha presentado una caída sustancial en el número de fondos del mercado del dinero (un subsector de las instituciones financieras) en la Unión Europea (desaparecieron 519 en dos años), en parte por la nueva definición consignada en la guía ECB/2011/13, la cual refinó los propósitos de supervisión. Asimismo, la contracción de este nicho creció en 2012 con mayor magnitud en Luxemburgo (dejaron de existir 128 fondos) y Francia (84)”.
Claro que, al analizar el panorama en toda su extensión, puede comprobarse que la década pasada fue prolija en el cierre de entidades financieras. Entre el primero de enero de 1999 y el mismo día de 2013, un total de 1.833 bancos dejaron de operar en la UE (un retroceso de 16,8%). De nada bastó que durante ese lapso se sumaran Grecia, Eslovenia, Chipre, Malta, Eslovaquia y Estonia pues el ecosistema bancario, en lugar de crecer, se acortó. Esto hizo que el mapa financiero comunitario se alterara: hoy, el 86,8% del total son instituciones crediticias (bancos comerciales y de ahorros, uniones crediticias, etc.); un 12,2% corresponde a fondos del mercado de dinero; y el 1% restante corresponde a bancos centrales.
Pero el cierre también ha afectó el capital de los bancos europeos. De acuerdo a un análisis comparativo de la consultora SNL Financial LC, el británico Standard Chartered (el más fuerte del Viejo Continente) tiene un capital Tier equivalente a 7,04% de sus activos ajustados; pero al compararlo con el Wells Fargo Co., el más sólido de Estados Unidos, esa cifra es inferior en dos puntos porcentuales. “Los bancos y organismos reguladores estadounidenses actuaron con mayor rapidez y eficacia, y abordaron la cuestión del apalancamiento siempre que fuera posible. El resultado es que están mucho mejor; en comparación, los europeos se rezagaron”, le dijo Ketish Pothalingam, administrador de cartera de la firma Pacific Investment Management Co., a la agencia Bloomberg.
El futuro tampoco brilla para el sistema financiero europeo. Las bajas ganancias de la banca de inversión han hecho que se implante en el sector la política de reducción de costos, siendo la eliminación de empleos la principal estrategia. Un análisis de la firma consultora Roland Berger estima que se eliminarán alrededor de 75.000 puestos de trabajo antes de 2017.