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Mariana Mazzucato: siete principios para una nueva economía política

Capítulo del libro “Misión económica. Una guía para cambiar el capitalismo”, de la catedrática ítalo-estadounidense, prestigiosa economista de referencia para el gobierno de Gustavo Petro.

Mariana Mazzucato * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
04 de septiembre de 2022 - 02:00 a. m.
Mariana Mazzucato es catedrática de economía en el University College de Londres. También es autora de "El Estado emprendedor" y "El valor de las cosas" (sello Taurus). / Cortesía de Penguin Random House
Mariana Mazzucato es catedrática de economía en el University College de Londres. También es autora de "El Estado emprendedor" y "El valor de las cosas" (sello Taurus). / Cortesía de Penguin Random House
Foto: University of Sussex - Stuart Robinson Sussex University

Para que los sistemas públicos funcionen y formen parte de un tejido social saludable, necesitamos un sector privado diferente, uno con el que los gobiernos puedan interactuar. Por sí solo, el Gobierno, aunque sea muy ambicioso y esté orientado por misiones, no puede seguir una trayectoria mejor a menos que tenga una relación más productiva con las empresas, y a menos que estas tengan una mentalidad a largo plazo y un propósito. (Recomendamos: la reforma tributaria de Petro, vista por la agencia Bloomberg).

Aunque existen movimientos que pretenden que las empresas abandonen la simple maximización de beneficios y valor para el accionista y pasen a tener una estructura de gobernanza motivada por las partes interesadas, hasta ahora hay pocas pruebas de que esto esté cambiando algo de veras, más allá del hecho de sentirse mejor. El progreso real solo ocurrirá cuando la gobernanza de las partes interesadas y el “propósito” se vuelvan un elemento central en la manera en que se gobiernan e interactúan las organizaciones.

Por lo tanto, para abordar los desafíos que propone este libro, para cambiar el capitalismo, debemos cambiar las interrelaciones entre el Gobierno, las empresas y la sociedad civil, sobre todo la relación de poder subyacente. Hay varias formas diferentes de capitalismo, y la nuestra es la equivocada.

El capítulo 2 empezaba con una lista de los problemas fundamentales del capitalismo actual: las finanzas que se autofinancian; las empresas preocupadas por los beneficios trimestrales en lugar de por el crecimiento a largo plazo; el calentamiento global; y los gobiernos que, en lugar de impulsar un cambio transformativo, se dedican a hacer apaños. El capítulo 3 se centraba en cómo la manera en que actúan los gobiernos (demasiado poco, demasiado tarde) forma parte de un determinado marco intelectual según el cual el Gobierno sirve para corregir los mercados. Los capítulos 4 y 5 exploraban la necesidad de que las políticas públicas adopten un enfoque más orientado por misiones.

Este capítulo sostiene que, para disponer de un Gobierno impulsado en mayor medida por propósitos y de una nueva relación entre lo público y lo privado —es decir, el capitalismo— hace falta una nueva economía política basada en la creación conjunta y en la conformación de los mercados, no solo en su corrección. Lo cual exige repensar la creación de valor como un esfuerzo colectivo. De la misma manera que las políticas y estructuras existentes se fundamentan en teorías (problemáticas), una “práctica” para las políticas que esté orientada por misiones requiere una nueva base teórica impulsada por un enfoque nuevo de la conformación del mercado y de la creación de valor.

Hay, creo, siete pilares claves para una economía política mejor que pueda guiar un enfoque orientado por misiones. El primero tiene que ver con un nuevo planteamiento del valor y el proceso colectivo mediante el que se crea. Necesitamos que las empresas, el Gobierno y la sociedad civil creen valor juntos, sin que ninguno de esos actores quede relegado a hacer de vocero de los demás. En este proceso es necesario definir la creación colectiva de valor y la noción de propósito público que puede impulsar la dirección de esa creación de valor y conformar la manera en que el valor se posee y comparte.

El segundo se refiere a los mercados y su conformación. Las misiones requieren que las políticas surjan en un marco diferente, que no traten de corregir los fallos de mercado, sino de “crearlos y conformarlos” de manera conjunta. Conformar los mercados implica un cambio en nuestro lenguaje —y en nuestro pensamiento—, pasar de un modelo en el que el principal objetivo del Estado es corregir e “igualar” las condiciones a uno en el que cree conjuntamente una dirección y, por lo tanto, favorezca las opciones que vayan en esa dirección.

Esto último no consiste en “escoger ganadores”, sino (como se ha explicado en el capítulo 3) a quienes estén dispuestos, mediante la alineación de los instrumentos que el Gobierno tiene a su disposición para orientar la economía en la dirección que produzca la clase de valor que queremos. Lo cual significa que los impuestos pueden utilizarse para recompensar más la creación de valor que la extracción de valor, y dirigir la creación de valor hacia la construcción de una economía que sea más inclusiva y sostenible.

El tercero versa sobre las organizaciones y el cambio organizativo. Si lo que se persigue es un propósito común, eso requiere competencias relacionadas con la cooperación, no con la competencia. Entre ellas, asumir riesgos juntos y experimentar; aceptar el aprendizaje en condiciones de incertidumbre; y poner la financiación al servicio de objetivos a largo plazo y no de la propia organización. También la capacidad de evaluar las experiencias pasadas basándose en una visión holística de los resultados indirectos —tanto positivos como negativos— que se dan cuando se intenta alcanzar un objetivo. En este sentido, es fundamental ir en contra de la tendencia de los gobiernos a externalizar sus competencias y capacidades, y reinvertir los recursos en estructuras que fomenten la creación de conocimiento, el aprendizaje y la creatividad dentro de la función pública. Sin eso, es imposible crear valor de forma conjunta.

El cuarto pilar trata de la financiación y su consideración a largo plazo. Gran parte del debate económico actual tiende a centrarse en la deuda y el déficit públicos. Pero un enfoque orientado por misiones conlleva una perspectiva nueva. Lograr que la economía trabaje en favor de los objetivos de la sociedad, en lugar de que la sociedad trabaje para la economía, requiere invertir la forma en que se piensan los presupuestos.

Debemos empezar por la pregunta “¿qué hay que hacer?” y luego pasar a la de “¿cómo pagarlo?”. La inversión pública, si se organiza a través de instituciones dinámicas que fomenten la creatividad y la innovación sobre la marcha, puede promover un crecimiento a largo plazo. Si podemos hacerlo en tiempos de guerra, ¿por qué no en tiempos de paz, cuando la urgencia es resolver las batallas sociales y lograr objetivos comunes?

El quinto trata de la distribución y el crecimiento inclusivo. La creación colectiva de valor y la conformación del mercado garantizan que la creación de valor y su dirección reúnan las condiciones adecuadas, de modo que la desigualdad pueda combatirse a través de la predistribución, no solo mediante la redistribución. Lo cual significa poner un énfasis mayor en los buenos empleos y las estructuras de propiedad colectivas —incluidos algunos recursos clave como los datos— en lugar de en la habitual corrección ex post mediante impuestos.

En otras palabras, una vez aceptamos que la creación de valor es un esfuerzo colectivo (valor), que requiere asumir riesgos y experimentación (competencias) y una financiación adecuada y bien estructurada (financiación), la distribución de ese valor debe reflejar estos principios. En primer lugar, de recompensar a todos los creadores de valor. En segundo lugar, debe permitir la recreación de ese valor mediante la inversión en las fuentes de creatividad. En tercer lugar, las fuentes de financiación deben reponerse en lugar de extraerse. Entonces, nuestro sistema económico será más ecuánime y resiliente.

El sexto es sobre las asociaciones y el valor para las partes interesadas. Hacer hincapié en la creación colectiva de valor significa que la manera en que diseñamos las colaboraciones entre las empresas y el Gobierno es importante. Las nociones de “propósito” y valor para el accionista no solo tienen que ver con cambios en la gobernanza corporativa, sino con los detalles de los contratos entre las empresas y el Estado.

Del ejemplo de cómo la NASA trabajó con el sector privado podemos aprender lecciones relevantes para las asociaciones actuales, que con demasiada frecuencia son más parasitarias que simbióticas. Las asociaciones parasitarias son aquellas en las que una organización crece a expensas de la otra. En las simbióticas ambas prosperan, con un objetivo común. Cómo se puede hacer esto hoy en día, en los mercados de las plataformas digitales, la salud y la energía es una cuestión apremiante.

El séptimo tiene que ver con la participación y la creación conjunta. Para que el valor se cree de manera colectiva, debemos promover nuevas formas de participación en el proceso de creación, por medio de la recuperación del debate, el diálogo y la creación de consensos. Para que esto ocurra, se necesitan foros nuevos y descentralizados que reúnan diferentes voces y experiencias; por ejemplo, las asambleas ciudadanas. Y si esos foros e instituciones no existen, deben crearse.

No debemos olvidar que tanto el New Deal de Roosevelt como el aterrizaje en la Luna fueron, en esencia, gobernados por la élite. Los retos del siglo XXI requerirán una interacción mucho mayor con los ciudadanos y las comunidades, de hecho serán estos quienes deberán liderarlos. Pero, en primer lugar, un enfoque del valor de las partes interesadas debe empezar por el reconocimiento de que el valor lo crean colectivamente múltiples grupos, entre ellos las empresas, los trabajadores y los gobiernos locales y centrales. Juntos, estos siete pilares pueden ayudar a crear una nueva economía política, una que aliente un enfoque orientado por misiones y dé lugar a una economía motivada por el propósito público y el compromiso ciudadano.

* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Taurus.

Por Mariana Mazzucato * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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