Más dinero, pero en menos manos: la industria del capital de inversión

Este sector inyecta alrededor de US$250.000 millones en empresas de todo el mundo cada año y se ha convertido en el mayor lubricante del sector tecnológico. Sin embargo, también puede ser uno de los principales motores de inequidad y desigualdad a escala global.

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Redacción Economía.
10 de febrero de 2020 - 06:58 p. m.
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En apenas una década, la industria del capital de inversión se convirtió en una fuerza global que ha crecido cuatro veces en tamaño. No sólo es una expansión en inversiones y músculo financiero, sino también un crecimiento físico, geográfico: aunque claramente sigue teniendo como epicentro a Silicon Valley, este sector hoy tiene una fuerte presencia en mercados que sobrepasan el horizonte de acción de California.

Según un informe de McKinsey, esta industria mueve alrededor de US$250.000 millones anuales. En poco más de una década (entre 2006 y 2017), las compañías financiadas con capital privado se duplicaron y su valuación neta ha crecido con una velocidad que duplica la de aquellas que cuentan con fondos públicos (principalmente del mercado de valores).

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Este crecimiento ha sido el combustible que ha alimentado la generación actual de unicornios (empresas emergentes que superan los US$1.000 millones de valoración), así como buena parte del auge de las startups de la era digital. En otras palabras, el auge del emprendimiento en tecnología (principalmente) no se entiende sin el auge en el capital de inversión (especialmente el privado).

La anterior aseveración sirve para, claro, celebrar la creación y expansión de nuevos segmentos de mercado mediante la aparición de nuevas pequeñas empresas, pero también para analizar todo lo que está mal en el mundo de la tecnología y, en general, en el mantra todopoderoso del emprendimiento. Spoiler alert: nada es tan bueno como lo pintan.

Para 2017, sólo en Estados Unidos, se registraron 8.000 firmas financiadas con capital privado. Paralelo a esto, según las cifras de McKinsey, el número de empresas que se cotizaban en bolsa en este país decreció 16 %. ¿Qué implica esto?

El informe señala dos posibles conclusiones, con potenciales efectivos negativos. La primera es que, claro, hay una concentración de la inversión en pocas manos y esto, a la larga, significa que los retornos le llegan a pocas personas. De acuerdo con un análisis del Banco Mundial, hay una cierta correlación entre el auge del capital de financiación privada y el crecimiento en las brechas de desigualdad, especialmente en lo que toca a distribución de los ingresos. Este argumento igual tiene una contraparte algo obvia y es que el capital privado en últimas financia nuevos puestos de trabajo.

Pero los análisis hechos por esta entidad señalan que, incluso con la creación de empleo, la balanza de distribución de los ingresos se inclina poderosamente en favor de los fondos de inversión (muchos con asiento en lugares como Silicon Valley).

La desigualdad es uno de los temas en el centro de las protestas y el descontento social que se ha manifestado en una escala global. No es para menos: de acuerdo con cifras compiladas por Oxfam, el 1 % de las personas más ricas tiene más del doble de riqueza que casi 7.000 millones de seres humanos; los súper ricos evaden hasta 30 % de su carga tributaria.

La otra consecuencia que McKinsey señala, y que sustentan analistas de la escena startup de California, es que los ciclos de maduración de las empresas se han tornado más largos. Es decir, las empresas creadas y financiadas con estos recursos se demoran mucho más en entrar al mercado público de valores. Esto impide que más personas puedan participar del éxito (y los retornos) de las compañías, pero también podría incidir en elevar la tasa de mortalidad de algunas empresas.

Sobre este último punto de la mortalidad de las startup, Sarah Lacy, veterana observadora del clima empresarial de Silicon Valley, escribía que “el problema puede ser que tu dinero provenga de tres tipos que no tienen idea de nada, pero juegan golf juntos al Norte de San Francisco. Ese es un caso. El otro es que sigas pidiendo dinero para financiar una idea que no tiene ningún valor ni aplicación útil al Sur de San Francisco. Y lo verdaderamente terrible es cuando se juntan ambas cosas: el dinero y la idiotez”.

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De fondo, lo que Lacy dice es que el capital privado podría estar financiando emprendimientos que, de otra forma, no sobrevivirían al escrutinio y exigencias del mercado público de valores.

Ahora bien, tampoco se trata de alabar las ventajas de cotizar en bolsa, pues la demanda de ganancias para los inversionistas puede terminar por quebrarle el espinazo financiero (o al menos el alma) a una buena empresa.

La misma Lacy ha defendido las ventajas que puede tener el capital privado para una buena compañía: “En un mundo en donde el capital de inversión no fuera el sistema circulatorio de la industria, las mejores compañías privadas deberían seguir siendo privadas”.

Según Dave Edwards, inversionista de Silicon Valley y periodista, para 2019 la industria del capital de inversión estaba inyectando más de cuatro veces la cantidad de recursos que invertía para 2010. Todo esto ayuda a lubricar el crecimiento de la economía digital, pero Edwards también advierte que, a pesar de multiplicar su alcance por cuatro, los recursos se concentran en apenas la mitad de las empresas.

“Esto significa que la industria del capital de inversión está administrando el doble de combustible para cada compañía y un selecto grupo de socios fundadores están capturando una cantidad desproporcionada de las ganancias”, escribió Edwards en un artículo para Quartz.

La abundancia de capital privado también ha desdibujado la frontera entre el éxito de verdad y el maquillaje de cifras de inversión. De fondo, una de las preguntas más relevantes que ha generado el auge de las empresas digitales es: ¿cuánto es crecimiento de verdad, orgánico, y cuánto es inversionistas amigos?

Por Redacción Economía.

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