Mónica Tejada, una artesana de cuero duro

En el país hay alrededor de 30.543 artesanos y Tejada hace parte de ellos. Pese a una delicada enfermedad, trabaja para llevar el producto colombiano al exterior y transmitir saberes del oficio a nuevas generaciones.

Valeria Cortés Bernal / @cortesbernal_v
19 de enero de 2019 - 02:00 a. m.
 Tejada se dedica a la marroquinería desde hace 18 años./ Valeria Cortés.
Tejada se dedica a la marroquinería desde hace 18 años./ Valeria Cortés.

Mónica Tejada siente fascinación por las herramientas desde que era pequeña. Cuando caminaba con su madre, Gladys García, por las calles de Armenia en los años ochenta, observaba los exhibidores de tornillos y alicates como si tuvieran dulces. “Usted es la única niña que se queda mirando ferreterías”, le reprochaba Gladys. Más de dos décadas después su gusto por los utensilios y por el trabajo manual no ha cambiado. Tejada es ahora una maestra artesana que se especializó en marroquinería y cuyas creaciones han sido expuestas en 15 ferias de Expoartesanías.

“Si no fuera por el taller, no me imagino cómo estaría mi cabeza ahora”, cuenta desde su lugar de trabajo, en el centro histórico de Bogotá. “Es un estilo de vida difícil. Uno tiene que sacrificar muchas cosas para tener este gusto”.

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Tejada se crió entre pintores, artesanos e intelectuales, pero su principal referente fue su abuelo, Óscar Tejada, un hippie de contrastes y artista empírico con quien aprendió diferentes técnicas durante buena parte de su infancia. Aún hoy recuerda aquellas tardes de vacaciones en que solía dibujar en casa de él. Cada mañana veía sus garabatos infantiles con mejores trazos que como los había dejado el día anterior. Años después vendría a darse cuenta de que su abuelo los retocaba todas las noches mientras dormía.

“Lo adoraba, pero uno no sabía con qué iba a salir. Fue parrandero y luego se volvió vegano. Él era así, radical, carismático, de todo”, recuerda. Con el tiempo, “papá Óscar”, como solía decirle, le enseñó el Batik, una técnica de teñido oriental que consiguió adaptar al cuero y que consiste en utilizar ceras y parafinas para reservar ciertos colores sobre otros, posibilitando los estampados manuales y la creación de piezas únicas. “Para mí era una cosa que no había visto nunca. Veía que teníamos algo que podía ser únicamente de nosotros”, asegura.

Óscar Tejada falleció sin haber visto a su nieta consolidarse como artesana, pues solo después de obtener un título universitario en contaduría, Mónica tomó la decisión de aprender un oficio desde cero y dedicarse a lo que realmente le apasionaba. Ingresó a la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo y aprendió técnicas de marroquinería que después combinaría con el Batik. Esta fusión todavía es la insignia de su trabajo y se ve plasmada en sus bolsos, monederos, agendas y billeteras de cuero.

Junto con otros artesanos, Tejada representó al país en la primera pasarela de Identidad Colombia en Milán (Italia) en 2004. Además trabajó durante 14 años como maestra en la escuela que la formó. Actualmente, emplea directamente a tres personas, está a cargo de un almacén en el que vende insumos y herramientas que ella misma diseña y exporta al Reino Unido a través de un comercializador.

Tejada rompe el arquetipo de que los artesanos son necesariamente inestables económicamente o anacrónicos en una época en que la fast fashion privilegia la producción masiva por encima de la calidad. Sin embargo, reconoce que no siempre ha sido fácil. “No se necesita tanta plata para montar un taller, pero no todo es una maravilla. Hay cosas estresantes, como la competencia, los precios y hasta los chinos”, reflexiona.

Aun así las cifras de personas que se dedican a los oficios parecen ir en aumento. Artesanías de Colombia ha caracterizado hasta la fecha 30.543 personas dedicadas a los oficios manuales. De estas, el 71 % son mujeres.

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El mayor reto que Mónica Tejada tuvo que enfrentar llegó en 2012 y nada tuvo que ver con su oficio. Ese año fue diagnosticada con cáncer de seno, y en 2016 este hizo metástasis en su hígado y huesos. “El que no tenga este proceso, no se alcanza a imaginar lo agobiante y asustador que es”, cuenta. “Vas a las citas médicas y toda la sala de espera está llena de gente jodida. Eso me duele muchísimo”.

A pesar del miedo, de las quimioterapias y del desgaste que siente tras haber cargado con esta enfermedad durante casi siete años, Mónica no ha parado de trabajar, pues dice que la marroquinería se convirtió no solo en su fuente de ingreso, sino también en una terapia.

De hecho, en la última feria consiguió vender alrededor de 200 artículos bajo la marca que lleva su nombre y actualmente está enfocada en sacar una cartilla explicando los procesos de la marroquinería para contribuir a que las siguientes generaciones aprendan esta labor. “Solo me acuerdo de mi enfermedad cuando voy al médico”, dice.

Confiesa, además, que aprendió a ser menos estricta y a dejar de postergar sus proyectos. “Vivo al día porque no sé cómo voy a amanecer mañana, la vida es hoy. Y eso uno solo lo hace cuando está en esta situación”, explica. Casi 20 años después de haberle apostado a un oficio por encima de un título universitario, Mónica asegura que fue la mejor decisión que pudo tomar. Y concluye: “Todos los días agradezco a Dios que pude hacer en la vida lo que me gustaba”.

Por Valeria Cortés Bernal / @cortesbernal_v

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