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Los aranceles sobre las importaciones de aluminio y acero en Estados Unidos son una de las medidas que más han llegado a definir la administración de Donald Trump: se erigieron bajo pretextos de protección a la industria nacional, nadie sabe muy bien si cumplan su fin y, hasta este momento, no se sabe si van a entrar totalmente en efecto.
Todo el mundo, casi literalmente, está esperando a que Trump decida si prolonga las exenciones a estos aranceles, que castigarían con 25 % la entrada de acero a EE.UU. y con 10 % al aluminio.
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Una de las cosas que no termina de aclararse en este tema es si los aliados de Estados Unidos van a resultar afectados por una medida que, bajo muchos parámetros, se enmarca en un principio de guerra comercial con miras a China. Pero, como en toda guerra, pareciera haber daños colaterales, así se trate de países con relaciones de vieja data.
Hasta hoy, Corea del Sur es el único país al que se le ha otorgado una exención de los aranceles, aunque naciones como Francia y Alemania han presionado para ser excluidas.
De hecho, los mandatarios de estas dos, Emmanuel Macron y Angela Merkel (respectivamente), han dicho que, de no ser excluidos, la Unión Europea (UE) debería responder con fuerza ante una medida que, consideran, lesionaría el comercio internacional y, de paso, les resulta injusta.
Como bloque económico, la Unión Europea es el quinto productor de acero en el mundo y Estados Unidos es el mayor importador de esta materia. La imposición de aranceles podría tener vastas consecuencias en varios países de la UE, que hoy disfruta uno de sus periodos de crecimiento más estable desde la debacle económica de 2008-2009. Y el comercio entre ambos bandos representa un tercio del total global. Jugar con algo de este tamaño no parecería una jugada prudente o sabia.
Ahora, el tema con China es de otro calibre, pues ambos países han ido escalando sus amenazas en la guerra comercial en la que parecen estar enfrascándose con medidas que incluyen impuestos para bienes chinos y estadounidenses que van desde productos agrícolas hasta manufacturas de uso diario.
Buena parte de la lógica detrás de los aranceles al acero y el aluminio es recortarle espacio a la enorme industria del acero en China, país que responde por casi la mitad de la producción de este metal a nivel global. La cosa es que la ecuación parece no cuadrar tanto, si se tiene en cuenta que los chinos envían casi todo su acero a mercados asiáticos, su mayor comprador es Corea del Sur, seguido de Vietnam y Filipinas. De hecho, del total de importaciones en EE.UU. de este metal, apenas 2 % corresponden a China.
La cosa es que, fiel a su pasado como hombre de negocios, Trump pareciera concebir los aranceles como una carta de negociación con otros países, como México y Canadá, quienes se encuentran discutiendo nuevos términos para el llamado NAFTA. La próxima reunión de los negociadores está pactada para el 7 de mayo.
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Steven Mnuchin, secretario del Tesoro de EE.UU. dijo este lunes en una entrevista para Fox que “el presidente aún no ha tomado una decisión. Hemos estado teniendo muchas discusiones internas, hemos tenido muchas discusiones con nuestras contrapartes. Estamos abordando estos problemas en tiempo real”.
En la lista de posibles exenciones se encuentran, además de la UE, México y Canadá, países como Australia, Brasil y Canadá. En el caso de Colombia, las exportaciones en productos que se clasifican dentro de la categoría de aluminios y aceros ascienden a US$226 millones en total.
Varios países ya están pagando los aranceles, incluyendo notablemente a China, Rusia y Japón, uno de los mayores aliados de EE.UU. y que resulta fundamental en todo el escenario con Corea del Norte.
Al final del día, puede que Trump alargue el plazo de las exenciones. O puede que no. Nadie parece saber y ese elemento de incertidumbre parece otorgarle a Trump una buena carta para presionar su agenda, pero sólo hasta un punto. Muchos de sus aliados podrían salir de este tema con ganas de reevaluar su relación con un amigo que los trata a través de impuestos.