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En estas épocas en las que la indignación se apodera del debate público, jalonado por la acidez que llena de adjetivos las redes sociales, solemos ser en Colombia muy críticos de nuestro liderazgo. Tanto más en años como este 2018, electoral y demandante de decisiones cruciales para el futuro del país.
Más allá de la justicia, o no, de estos juicios sobre nuestro liderazgo, es claro que ninguna sociedad puede salir adelante sin líderes que sepan conducir a sus miembros por caminos de construcción positiva.
De ese convencimiento que tenemos en El Espectador de la importancia del liderazgo como motor de cohesión para sentirnos parte de un mismo propósito surgió hace unos años Profesión Líder, como una manera de fortalecer nuestros liderazgos a través de la visibilidad y reconocimiento a los casos de éxito –que los hay y muchos–, el acompañamiento teórico para la formación de mejores líderes y, sobre todo, un énfasis en el tipo de liderazgo positivo que más puede contribuir a esa construcción de un mejor país, a través de unas mejores empresas como cimientos fundamentales.
Esa visión destructiva de nuestros líderes que se percibe en la conversación ciudadana, si bien puede resultar exagerada y por lo mismo algo injusta, tiene sin embargo razones de peso que la alimentan. Los escándalos de corrupción que involucran a poderosas empresas y renombrados ejecutivos, por ejemplo, nos indican que existe un tipo de liderazgo desueto, mandado a recoger, que sigue midiendo el éxito de sus resultados solamente en márgenes de utilidad, dividendos por acción o crecimiento de su Ebitda, sin importar el cómo. No es ese el liderazgo que requiere un país lleno de oportunidades pero urgido de propósitos comunes sanos para volverlas realidad, como es la Colombia actual.
Por eso el liderazgo sostenible que fomenta Profesión Líder parte de una postura ética. Que no significa perder de vista el retorno económico que toda empresa necesita tener, pero que lo complementa con un impacto social positivo. Y no como un capítulo aparte de responsabilidad social que se mantiene aislado del corazón de la empresa, sino integrado a lo largo y lo ancho de la operación como parte integral del negocio.
Y así como este país necesita de esos líderes responsables con la sociedad en que operan sus negocios y con sus trabajadores, también el país y el planeta exigen de sus líderes una conciencia ambiental y un viraje definitivo hacia la economía verde. Esto ya no es una opción. Nuestra casa no resiste más. El desarrollo de energías limpias que vayan sustituyendo las fósiles, la abolición de materiales que duran centurias en degradarse, el consumo responsable se imponen en el mundo y pensar hoy los negocios por fuera de esa lógica es un anacronismo irresponsable.
En este tema, igual que en el del impacto social de los negocios, no se trata de una obligación. Un buen liderazgo empresarial, moderno y responsable, sabe que lo que está enfrente es una oportunidad de negocio de la mano del bienestar de sus trabajadores y su entorno. Y sabe también que los efectos del cambio climático, por ejemplo, ya se erigen como uno de los mayores riesgos que enfrentan las empresas en el mundo para su sostenibilidad financiera.
En este nuevo año de Profesión Líder, entonces, reafirmamos nuestra convicción en el poder transformador de los liderazgos, pero enfatizamos más que nunca, porque los sabemos necesarios en este momento del país y del mundo, la necesidad de acompañar la formación de unos nuevos líderes enfocados en la sostenibilidad económica, social y ambiental como un trípode balanceado que ayudará a construir ese país que soñamos y que es posible.
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Por Fidel Cano
