Un dato
En 2020, en plena pandemia, la brecha salarial entre hombres y mujeres en Colombia se redujo, y mucho, según lo que muestran las estadísticas. Cualquiera diría que, en medio de todo, es una buena noticia, ¿no es así? Sin embargo, no dejemos que la primera impresión nos distraiga: el dato (que bajó de 13 % a casi 6 %), por el contrario, constituye el resultado de un conjunto de desigualdades.
La brecha se redujo por la sencilla y a la vez compleja razón de que muchas mujeres, principalmente las más vulnerables, en la informalidad o en trabajos altamente feminizados (como la salud, la educación, los restaurantes, el comercio y el servicio doméstico), con frecuencia mal remunerados, fueron desplazadas del mercado laboral. Al salir, por supuesto, dejaron de figurar en el mapa salarial.
Esto, además, no es exclusivo de Colombia. Organizaciones como la Cepal han advertido que, a raíz de la pandemia, América Latina perdió diez años de avances en participación laboral femenina. Entre abril y junio de 2020, quizás el momento más crítico de la pandemia en materia económica, la proporción de mujeres en edad de trabajar que estaba en el mercado laboral cayó de 52,9 % a 43,9 % (la participación masculina lo hizo de 73 % a 66 %).
Pisar (más) el acelerador
Antes del COVID-19, había grandes retos pendientes en materia de igualdad entre hombres y mujeres. No en vano, el objetivo número cinco que se estableció en la agenda global de desarrollo sostenible con miras a 2030 es lograr dicha igualdad. Se hizo, además, con el propósito de acelerar el paso a través de acciones afirmativas e iniciativas o medidas especiales.
Si bien durante los últimos años y décadas las mujeres han logrado mayor participación en la esfera pública, las empresas y la toma de decisiones, entre otros escenarios, también es cierto que falta. Varias veces escuchamos que, en caso de no agilizar el ritmo, tardaríamos unos ochenta años en lograr igualdad de oportunidades y participación para nada menos que la mitad de la población. Ese cálculo aún no tenía en cuenta el retroceso que implicó la pandemia.
Además de ser lo justo y lo ético, no hay que olvidar que garantizar el acceso a la educación y la participación y el crecimiento laboral de las mujeres repercute positivamente en el crecimiento de toda la economía, al, por ejemplo, aumentar la demanda de servicios y generar ingresos para las mujeres. Esto no solo crea un poder adquisitivo, sino muchas veces un impulso para salir de la pobreza.
Adicionalmente, no depender económicamente de otra persona puede ayudar a romper ciclos de violencia, la cual también se agravó en contra de las mujeres en medio de la pandemia. Al inicio de los confinamientos, por ejemplo, las llamadas a la línea 155 para denunciar violencia intrafamiliar aumentaron 142 %, según cifras reportadas por la Vicepresidencia.
No sobra recordar tampoco la perspectiva que han adoptado muchas empresas para fomentar la empleabilidad y la participación de las mujeres y de otros grupos de población: equipos diversos ofrecen visiones diversas, lo que favorece la innovación.
El cuidado, en el centro
Con la pandemia, sin embargo, todo el desafío se hizo más grande. La división sexual del trabajo, que históricamente ha descargado en las mujeres los trabajos de cuidado (el trabajo doméstico, el cuidado de niños y niñas y de personas enfermas o adultas mayores), pasó una factura costosa.
El deterioro del empleo tocó tanto a hombres como a mujeres: en todo el 2020 se perdieron 2,4 millones de puestos de trabajo. Un millón eran ocupados por varones y 1,4 millones, por mujeres. Y, en total, de los 1,1 millones de mujeres que quedaron en la denominada “inactividad” (es decir, que incluso dejaron de buscar trabajo), casi todas pasaron a dedicarse a los oficios del hogar.
La caída en la participación laboral femenina, en palabras de María Caridad Araújo, jefa de la División de Género y Diversidad del BID, se dio en parte como consecuencia del “cierre de las escuelas, los servicios de cuidado y la suspensión de muchos servicios de apoyo doméstico por los confinamientos, que hicieron que una mayor carga de trabajo no remunerado dentro del hogar recayera en las mujeres”.
Es decir, con la educación virtual y la atención de personas enfermas en casa, la carga de cuidado del hogar que ya existía aumentó y siguió siendo asumida en su mayoría por las mujeres, muchas de las cuales quizá no encontraron cómo conciliar su vida laboral o la búsqueda de trabajo con sus compromisos domésticos. Araújo participó en la presentación de los datos de brecha salarial de 2020, obtenidos por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).
Allí también estuvo la profesora Paula Herrera Idárraga, del Departamento de Economía de la Universidad Javeriana, quien resaltó que “las mujeres, además de hacer más trabajos de oficio y cuidados del hogar de forma no remunerada, cuando terminamos en el mercado laboral, terminamos también concentradas en ocupaciones relacionadas con el cuidado”. Y, recordemos, fue ahí en donde se destruyeron gran parte de los empleos.
Además, añadió la profesora, “el cuidado remunerado tiene un sustituto natural, que es el cuidado no remunerado que hacen principalmente las mujeres; su precio es cero, y eso hace que estos trabajos (cuando se pagan) tengan salarios muy bajos”. Esto ayuda a entender por qué, cuando los salarios de estas mujeres salieron del mapa, la brecha se redujo. En otras palabras, aquellas que conservaron su trabajo fueron en buena parte mujeres en la formalidad, en donde con seguridad hay menores desigualdades.
“En la sociedad le hemos dado muy poco valor al cuidado tanto remunerado como no remunerado”, concluyó Herrera. Esto, a pesar de que los cálculos de los últimos años han mostrado que, si se pagara todo el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, que hacen principalmente las mujeres en sus hogares, esto equivaldría a cerca del 20 % del producto interno bruto, más de lo que representan, por ejemplo, todas las exportaciones del país.
Aunque las mujeres comparten la realidad de tener una mayor tasa de desempleo que los hombres en todos los niveles educativos, el reciente reporte de brecha salarial también da pie para otros análisis: las diferencias entre las propias mujeres. La desigualdad en las remuneraciones afecta en mayor medida a aquellas en la ruralidad o con bajos niveles educativos. Por ejemplo, mientras en el total nacional, por cada $100 que recibe un hombre, una mujer recibe $94 por una labor similar, en la ruralidad recibe apenas $73.
Voz y voto
Al final, podemos llegar a una conclusión importante: no solo es primordial que las mujeres, la mitad de la población, participen del sistema laboral y de la toma de las decisiones —por eso la importancia de una acción afirmativa como las leyes de cuotas, adoptadas por 97 países—, sino que la diversidad de todas esas mujeres también se vea representada.
Y no es una tarea caprichosa. La experiencia y las necesidades de cada mujer son distintas y, desde lo público y lo privado, demandan soluciones políticas que atiendan esas necesidades. Piense en lo diferente que puede ser la vida de una mujer rural de la tercera edad sin acceso a agua corriente, en comparación con la de una mujer migrante que en la ciudad no cuenta con una red de apoyo para el cuidado de sus hijos mientras sale a trabajar.
El camino es largo. En las juntas directivas de las empresas del país, por ejemplo, apenas el 17 % de las sillas son ocupadas por mujeres. Por eso, se han formado alianzas público-privadas como la del Club del 30 %, anunciada en noviembre pasado, que, como su nombre lo indica, busca que al menos el 30 % de esos puestos sean para ellas. Además de esto, hay certificaciones como Equipares (del Ministerio de Trabajo) y ejercicios voluntarios, como las mediciones de Aequales, para que las organizaciones se diagnostiquen y se reten en materia de equidad.
En el plano político, existe la Ley de Cuotas, que busca que al menos el 30 % de los altos cargos administrativos en las tres ramas del poder sean para las mujeres. Eso, sin embargo, no siempre se cumple. Para los cargos de elección popular, una de las mayores victorias, pero también uno de los grandes desafíos por venir, es la paridad en las listas.
Así quedó aprobado a finales del año pasado: cuando haya listas para elegir por voto popular cinco o más curules para corporaciones, las listas deben ser conformadas como mínimo en un 50 % por mujeres. El asunto será central en las próximas elecciones, si el objetivo es cambiar la realidad actual: apenas el 20 % de las curules en el Congreso son ocupadas por mujeres.
Y por último, para dar voz y representación a todas las mujeres, los medios de comunicación tenemos una responsabilidad mayúscula. Según el informe regional del proyecto Monitoreo Mundial de Medios para 2020, la participación de las mujeres como sujetos de la noticia alcanza un 26 % en promedio. “En cuanto a la función de las mujeres en las noticias, aquí la descripción las muestra principalmente dando su experiencia personal, luego dando una opinión popular, luego como testigos y con solo un 11 % como expertas o comentadoras”, dice el documento.
Visibilizar las necesidades, pero también el liderazgo y las propuestas de las mujeres, más que un compromiso, es un imperativo. La tarea es esencial para aportar al debate público, la formulación de políticas, la toma de acciones, pero también para ofrecer modelos y fuentes de inspiración para las niñas y jóvenes. El objetivo conjunto hacia el que caminamos es el disfrute igualitario de los derechos y las oportunidades.
¿Qué es Impacto Mujer?
Impacto Mujer es una iniciativa de El Espectador, con el apoyo de ONU Mujeres, que en su edición digital y todos los sábados en el impreso buscará resaltar historias, iniciativas o proyectos que tengan como protagonista el liderazgo de las mujeres en la construcción de sociedad y desde distintos frentes, como el económico, político, social y ambiental. Partimos de la base de que la igualdad, meta número 5 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, es un derecho y que garantizarlo contribuye al desarrollo de las comunidades, el país y el mundo. Buscamos historias inspiradoras y la suma de esfuerzos de quienes compartimos este objetivo común.