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En el salón había entre sesenta y setenta periodistas. Venían de Brasil, México, Argentina. La directora de Google en Latinoamérica, Adriana Noreña, les pidió a todos que se levantaran de sus puestos. Todos, pues, se levantaron, unos con desgano, otros con extrañeza. Noreña dijo que haría algunas preguntas. Quien respondiera sí, debía sentarse. Entonces empezó:
“¿Cuántos de ustedes dejarían el café por internet?”.
Muchos tomaron asiento, riendo en voz baja, quizá sorprendidos porque desde los primeros años de la escuela nadie los hacía parar de su puesto.
“¿Cuántos de ustedes dejarían el chocolate por internet?”.
Otros tantos se sentaron. Muchos seguían de pie.
“¿Quién de ustedes preferiría la internet al sexo?”.
Entonces se escucharon rumores, réplicas en voz baja. Un brasileño, de piel negra y barba cerrada, abrió los ojos y dijo: “Ah, no, no, no”. Y luego todos rieron.
Carencias virtuales
En la quinta versión del Google Press Summit, Noreña explicó, después de que todos se sentaran de nuevo, que la internet ha cambiado la vida cotidiana de muchas personas. Sí: dos de cada diez usuarios dejan de tener sexo por utilizar internet. Sí: seis de cada diez gustan más de navegar que de tomarse un café. Y lo mismo, poco a poco, está sucediendo en América Latina: los usuarios están cambiando sus hábitos.
Un estudio realizado por McKinsey & Company, una consultora con integrantes de más de 100 países, asegura que cada hora en América Latina se crean 16 nuevas empresas en red. A pesar de ello, su impacto en la economía de la región es bastante bajo. “En esos países representa en promedio el 2,3% del producto interno bruto —dice Juan Bertiche, representante de McKinsey & Company—, mientras que en los países desarrollados es el 21%. Hay dos razones para ese atraso: falta de desarrollos en la infraestructura y carencias en la economía de cada país”.
Pese a la fuerza en red que tienen los países emergentes, entre ellos buena parte de América Latina, Noreña dice que es necesario trabajar en tres campos: crear más contenidos en español y portugués, fomentar el comercio electrónico y educar a los usuarios para que sepan qué hacer en la red.
Sin embargo, la propuesta de Noreña pierde efecto cuando del otro lado existe una brecha digital y educativa profunda. El problema no es sólo de acceso, afirma Bertiche. Tener la infraestructura necesaria y las estrategias adecuadas (como Computadores para Educar, en Colombia, o Ceibal, en Uruguay) es apenas el primer paso. Luego los usuarios tienen que aprender, en muchos sentidos, a sacar el máximo provecho de internet: crear un negocio, obtener dinero, crear nuevos modelos financieros, leer un buen libro, acceder a la información con habilidad.
En su exposición, Bertiche aseguró que los altos costos en la conexión y la baja participación en red, entre otras causas, no han permitido el desarrollo total de internet en América Latina. Para 2016, estima una investigación realizada por The Boston Consulting Group, los negocios en internet crecerán hasta $4,2 billones entre los países del G20. Año a año la penetración de internet en los países emergentes, entre ellos Brasil y Chile, aumenta: en cinco años, por ejemplo, el número de usuarios en estas regiones pasó de 379 millones a 976 millones, y para 2015 es probable que supere los 1.100 millones.
“Aterrícenlo un poco”
Con dicha población virtual, la responsabilidad es cada vez mayor. Pero, insistían los expositores del Google Press Summit, las herramientas están a la mano: infraestructura y educación. El siguiente: infraestructura e inversión. La fórmula, aseguraron Bertiche y Noreña y otros conferencistas, es simple: si la gente se une a internet, sus negocios prosperarán; si todos tienen al menos un computador en casa, habrá vida para toda la familia. “Los países deben pensar en otras condiciones; no es sólo infraestructura. Las organizaciones académicas, los países que comienzan, deben elegir sin el riesgo determinista, ser pragmáticos”, dijo Bertiche.
Y los resultados de ventas en internet, afirma Pedro Less, consejero a cargo de Políticas Públicas y Relaciones Gubernamentales para Google América Latina, demuestran ese pragmatismo: en 2011 hubo ventas por US$5.200 millones en música, US$2.500 millones en películas y televisión web, y US$3.200 millones en ebooks.
“¿Cómo hacer para que se replique? —pregunta Less—. La clave está en regulaciones flexibles. Hay que pensar en un marco regulatorio basado en flexibilidad. Más licenciamiento. Que no se crucen las legislaciones para afectar otros derechos elementales”.
De pronto, sin embargo, un periodista chileno levantó la voz. Dijo que hablaba como usuario, que él era un simple usuario, y que ya había escuchado mil veces la misma historia.
“Están hablando de supercarreteras digitales —dijo, fuerte—, de un satélite, de internet completo, pero la gente en sus casas no puede cambiar internet. Los veo alejados de la realidad. Dicen que hay que generar contenidos de internet local. Pero no se avanza, y lo que se avanza tiene un sentido económico. ¿Pueden aterrizar la conversación? Creo que están hablando de un mundo que no existe. ¿Cómo pueden evitar la diferencia entre el usuario y el Gobierno?”.
Hubo un silencio breve. Uno de los expositores balbuceó en tono bajo y luego articuló:
“Creo que has dado en el clavo...”.