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Salario de incertidumbre

Mantener una familia con un salario mínimo en Colombia es un reto. Una bogotana, cabeza de familia, explica cómo distribuye sus ingresos.

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Vanessa Molina Medina
10 de enero de 2009 - 10:00 p. m.
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Cuando cumplió 24 años, Gloria Chavarro empezó a trabajar como aseadora en una compañía que ofrece servicio de mantenimiento profesional a empresas. Desde entonces, recibe mensualmente un salario mínimo, con el que mantiene a su hija de 17 años y a su nieta de 11 meses.

Sin embargo, como ella misma asegura: “El solo salario mínimo no alcanza para estudio, alimentación, transportes, y ahora que también tengo la responsabilidad de mi nieta.... Me toca estirarlo”.

Por eso Gloria no sólo optimiza hasta el último peso, sino que estira, literalmente, su tiempo y su capacidad de trabajo. La semana pasada, por ejemplo, trabajó de 6 de la mañana a 9 de la noche, porque consiguió un turno extra haciendo un reemplazo, y eso significa dinero extra. Pero cuando no puede hacer turnos adicionales, el oficio en “casas de familia” es la posibilidad de ganarse $20 mil por día.

Por eso cuando piensa en el nuevo salario mínimo, que quedó en $496.900, sólo hace un gesto de decepción. “Triste que el Gobierno no piense sinceramente en toda la gente como nosotros los pobres, porque le sube $20 mil o $30 mil al mínimo, pero todo sube también”.

Y es que ni doce horas diarias de trabajo por seis días a la semana son suficientes para cubrir con los requerimientos de su hogar, y casi siempre, al final de cada quincena recurre a la única opción de crédito a la que tiene acceso: sus compañeras de trabajo.

Y para tener que endeudarse lo menos posible, el destino de los ingresos de esta mujer está definido desde antes de recibir cada quincena: “Los días quince lo que hago es comprar el mercado (alimentos y productos de aseo), en lo que me gasto casi siempre $250.000. Y en la quincena del 30 pago todos los servicios.


Allá, en el barrio Lucero Medio, donde vivo, es estrato dos, pero estoy pagando casi $140 mil por agua, luz, gas y teléfono. Y con el poquito que sobra pues completo alguito de comida”.

Adicionalmente, Gloria gasta en promedio $3.000 diarios en transporte y se encarga de los pañales, cremas y pañitos de su nieta, que suman cerca de $70.000 mensuales. Esto sin contar los transportes adicionales, ni los costos de medicamentos cuando alguna de las tres se enferma.

Sin embargo, Gloria no tiene opciones que le permitan mejorar ni su nivel de vida, ni el de su hija y su nieta. Sus únicas expectativas son pensionarse, para lo que le faltan sólo seis años, y que su hija cumpla la mayoría de edad y pueda ayudarle a equilibrar los gastos.

La dieta del mínimo

Cuando pesa más lo que se puede comprar, que lo que se quiere comer, es necesario aprender a reconocer cuáles son los alimentos de mayor aporte nutricional que se pueden adquirir a un bajo precio.

Y sin saber mucho de aporte calórico ni de clasificación de alimentos, Gloria ha aprendido a variar su dieta, y la de su hija y su nieta, de acuerdo con el precio más favorable. “Por ejemplo, la carne está muy costosa, y uno pobre no puede estar comiendo carne. Sí, uno debe ser sincero y la verdad es que uno puede comprar por allá una libra cada 15 días y eso. De resto hay que recurrir a los granos y al huevo, o a las verduritas”.

Lo único que nunca falta en el mercado de Gloria es el aceite, el chocolate, la panela, el arroz y las papas.

Por Vanessa Molina Medina

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