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Testigos del tiempo

Una de las máquinas más precisas creadas por el hombre pasó de herramienta a artículo de lujo. Tres joyerías bogotanas, de inmigrantes europeos, han protagonizado la evolución de la industria.

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Vanessa Molina Medina
01 de noviembre de 2008 - 10:00 p. m.
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Esta es la oferta: un reloj con un tablero que le indica en qué posición están ubicados los astros en el cielo, otro que lo despierta con el mismo sonido con el que el Zar Nicolás de Rusia se levantaba de su cama, y uno más, para los aficionados al motociclismo, que viene en un estuche en forma de casco profesional, con los 18 circuitos del Campeonato Mundial en forma de tableros ajustables. Atractiva oferta. Solamente tenga en cuenta que, si alguno de estos modelos le interesa, deberá separar entre US$30 mil y US$1 millón para satisfacer el antojo.

Atrás quedaron los días cuando el reloj se usaba para conocer la hora. Hoy el computador, el celular, el horno microondas e incluso las vallas en las calles se encargan de registrar el paso del tiempo.

Los relojes ahora son un artículo de lujo más parecido a una joya que a una herramienta. Parece que el valor que tiene el tiempo desde la modernidad se trasladó al objeto en sí.

Los colombianos no son ajenos al gusto por la relojería de lujo. Según datos del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, entre enero y julio de este año Colombia importó 9’005.097 relojes de todo tipo por valor de US$ 19’425.802.

Y el gusto por estos artefactos no es nuevo. Así lo demuestra el hecho de que las relojerías más tradicionales de país se fundaron en Bogotá a finales del siglo XIX y comienzos del XX, y hoy, de la mano de la tercera, la cuarta y la quinta generación, lideran el mercado de un producto de lujo que según ellos mismos crece en el mundo y en el país.

Se trata de las joyerías Bauer, Glauser y Schumacher, empresas familiares que se han mantenido en el tiempo, con la misma constancia con la que operan las máquinas que venden, y que hoy, además de ser testigos de la evolución de esta industria, son piezas clave de la historia nacional.


Christian Bauer llegó a Colombia en 1891, cuando decidió salir de su ciudad natal: Pforzheim, Alemania, una pequeña población de tradición relojera y joyera. Terminaba el siglo y los joyeros europeos veían en América un amplio potencial, por lo que contrataban jóvenes arriesgados para explorar el nuevo mercado.

Lo que desconocían los empresarios es que un amplio porcentaje de estos emisarios renunciaría a su empleo, al ser seducido por lo que hallaban en América.

“El clima, el paisaje y los animales. Todo les debió parecer muy novedoso”, explica Eugenio Schumacher, hijo de Hermann Schumacher, fundador de la joyería que lleva por nombre su apellido.

Bauer fue uno de esos jóvenes que decidió establecerse, construir un hogar y hacer empresa en el país.

Por su parte, Hermann Schumacher, procedente del mismo pueblo de Bauer, llegó a Barranquilla, en 1928. Luego se trasladó a la capital y trabajó como empleado de la joyería de su coterraneo hasta que en 1936, cuando en compañía de dos compañeros de trabajo, de apellidos Müller y a Dietz, decidió lanzarse al agua con su propio negocio, la joyería La Diadema, que posteriormente sería propiedad exclusiva de Hermann y adoptaría como nombre su apellido.

Y la cuota Suiza corre por cuenta de la familia Glauser. Proveniente de un poblado cercano a Berna, Gustav Glauser llegó al trópico por razones diferentes a las de sus colegas alemanes. Glauser tenía un inconveniente con el servicio militar, que lo obligó a irse de Suiza y escoger entre viajar a Australia o a América del Sur, elección que tomó lanzando una moneda al aire. En 1914 estaba abriendo una joyería y óptica en Bogotá.

Las tres joyerías se ubicaron en la calle 12, cerca a la carrera séptima, que en ese entonces era la vía más dinámica de la capital. Pero precisamente, esa ubicación, que por una parte les había permitido ser visibles y consolidar su clientela, los hizo protagonistas de uno de los sucesos más tristes de la historia nacional: El Bogotazo. Ese día, las Bauer, Glauser y Schumacher fueron saqueadas.


Pero a pesar del golpe, las tres se levantaron y continuaron, aunque todas han debido enfrentar por lo menos dos atracos más después del 9 de abril, y en el caso de los Schumacher y los Glauser, incluso han visto morir a familiares.

No obstante siguen en pie, y han visto evolucionar la industria relojera de forma radical. Eugenio Schumacher, por ejemplo, dice que su generación aún no entiende para qué existen relojes para usar bajo el agua, cuando lo más simple es no usar este objeto para esta actividad. No obstante, comprende éste y otros avances como parte de la transformación del reloj-herramienta en reloj-accesorio lujoso.

Por su parte, Daniel Kling, cuarta generación al mando de la Joyería Bauer, explica que el reloj hoy en día se define de tres formas: como una inversión, similar a una obra de arte en tanto que no pierde valor; como un símbolo de estatus y un trofeo o un premio, con lo que está de acuerdo Andrés Glauser, cuarta generación de la familia Glauser, quien destaca el valor del reloj como una máquina perfecta, que, en algunos casos, pesa menos de un gramo a pesar de tener más de 75 piezas funcionando articuladamente.

Sin embargo, decir del reloj que es un símbolo de estatus en estos días es relativo. Para la muestra, la anécdota que cuenta Eugenio Schumacher sobre el evento en el que coincidió con un alto funcionario de la empresa alemana Opel. Al notar que esta persona usaba un reloj bastante sencillo para su posición, Schumacher decidió preguntar por la procedencia de la pieza, a lo que el ejecutivo respondió: “Es un regalo de un tío que significa mucho para mí”.

Por Vanessa Molina Medina

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