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Los líderes de Europa deberían dejarse de juegos. El debate sobre el euro se ha convertido en una infantil competencia de alaridos sobre una serie de disyuntivas engañosas: austeridad fiscal versus crecimiento; recortes laborales versus empleo; reformas al mercado o inclusión social. Este camino conduce a la desintegración de la moneda única.
Falta un minuto para la medianoche. Probablemente sea imposible salvar a Grecia. Las señales tempranas de retiros bancarios masivos en España y otras economías periféricas sugieren un contagio incluso antes de que Atenas celebre sus segundas elecciones. Quienes diseñan las políticas tienen menos tiempo del que pensaban.
La elección de François Hollande en Francia ha sido vista como una amenaza a la coherencia de la Eurozona. Al contrario, el equilibrio en la relación entre Berlín y París podría ser visto como la última oportunidad para tener una conversación entre adultos. Con o sin Grecia la Eurozona necesita una nueva estrategia y sus ingredientes vitales son la claridad y la credibilidad.
Para fomentar la claridad los gobiernos deberían comenzar por un acuerdo público en torno al que pueden ponerse de acuerdo. Se supone que todos pueden firmar a favor de la idea de que los déficits y las deudas deben reducirse a niveles sostenibles. Todos deberían poder admitir que restaurar la competitividad en las economías periféricas requerirá duras reformas estructurales. También es obvio que sin crecimiento económico las deudas y los déficits seguirán siendo altos y se evaporará el consenso político. No hay que ser keynesiano para reconocer las trampas de la deuda. Finalmente, para mejorar las posiciones comerciales de los enanos de la Eurozona, es necesario que los gigantes reduzcan sus excedentes.
Ángela Merkel tiene razón cuando dice que las naciones europeas no pueden solucionar sus problemas con préstamos. Hollande no puede ser contradicho cuando dice que el crecimiento es esencial para restaurar la sostenibilidad fiscal. Mario Monti, el otro miembro de la troika de líderes europeos, dice con justo motivo que debe haber una dimensión pan-europea tanto al estímulo para la inversión que genere crecimiento, como a las reformas estructurales al mercado. Alemania podría comenzar al abrir su sector de servicios a la competencia en todo el continente.
Los políticos deben enfrentar otra verdad. Durante dos siglos Europa definió los términos de su relación con casi el resto del mundo y diseñó sus estructuras económicas y sociales según ella. La aparición de otros poderes ha colocado esta premisa en entredicho y, aunque esto no supone tener que desechar el modelo social europeo, sí exige un cambio radical.
El punto central, que es obvio pero se pierde en el ruido, es que lo importante es cómo se mezclen y secuencien las políticas. La reducción del déficit depende del crecimiento, pero éste es sostenible tan sólo en el contexto de una disciplina fiscal preprogramada. Cuando se piensa en términos binarios se está saboteando cualquier solución. El juego se pierde cuando la discusión se reduce a Keynes versus Hayek.
¿Cómo lograr la mezcla adecuada? Aquí es donde entra a jugar la credibilidad, y ésta es un objetivo móvil. Hace dos años todo parecía claro: la crisis financiera había generado grandes deudas públicas y déficits, que generaron un círculo vicioso entre la solvencia de los bancos y la fortaleza crediticia de los gobiernos. La única manera de restaurar la confianza era recortando el gasto público, elevando los impuestos y reduciendo los déficits.
Al menos eso parecía. Durante esta semana hemos visto que la Eurozona está en recesión. Los recortes al gasto y los incrementos tributarios no han generado las reducciones esperadas en los déficits. Como resultado de ello los mercados están teniendo dudas sobre la estrategia creíble. También los expertos del Fondo Monetario Internacional. Incluso en Berlín ha habido una sutil alteración de tono.
La implosión de los principales partidos políticos de Grecia le ha sumado riesgo político a la ecuación de la confianza. El atrincheramiento fiscal puede ser creíble tan sólo si tiene el apoyo del electorado. En la ausencia de crecimiento económico, ¿durante cuánto tiempo aguantarán el sufrimiento fiscal los españoles, portugueses, irlandeses e italianos? Las políticas de austeridad diseñadas para lograr la credibilidad están generando el efecto contrario.
No será nada fácil hallar la mezcla que logre recuperar la confianza de los inversionistas. Los líderes europeos podrían facilitar las cosas ofreciendo compromisos contraintuitivos. Hollande podría decir que los esfuerzos para sanear la economía europea serán acompañados en Francia por reformas estructurales serias. Merkel podría prometer que los férreos compromisos de disciplina fiscal pueden venir acompañados por un fomento del crecimiento que provenga de los líderes de Alemania.
Esto deja mucho campo para un gran número de discusiones: el tamaño y el alcance de la barreras financieras, el aumento del papel que puede desempeñar el Banco Central Europeo, la forma que tome la unión fiscal y demás. Pero más urgente que cualquier otra cosa resulta la claridad que genera credibilidad. Sin estos ingredientes lo demás es una discusión académica.