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Deserción, ¿qué estamos haciendo mal?

Aunque hace una década se trazaron estrategias para disminuir el fenómeno, hoy se mantiene casi igual (45,8%). Preocupan tasas de universidades de alta calidad.

Sergio Silva Numa, María Paulina Baena
18 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.

En noviembre de 2010 el presidente Juan Manuel Santos se reunió con los principales actores de la educación superior colombiana para tratar de frenar un problema que se le estaba saliendo de las manos al país. Los altos índices de deserción en las universidades aparecía como un peligroso monstruo cuyos costos sociales y económicos no dejaban de generar preocupación. Por eso, en la Casa de Nariño, firmó un acuerdo nacional con el que se buscaba enfrentar ese peligroso ogro llamado deserción.

La idea era que cayera del 45% al 40%. Pero cinco años después, las medidas no parecen ser tan efectivas: hoy esa cifra es de 45,8%. ¿Por qué aún se mantiene tan alta? ¿Qué factores están permitiéndole crecer? ¿Qué estamos haciendo bien? ¿En qué tenemos que mejorar?

A esas preguntas el país llegó un poco tarde. Hasta principios de este siglo, en palabras de Fernando Isaza, exrector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y expresidente de la Asociación Colombiana de Universidades (Ascún), Colombia no se había dado cuenta de que uno de cada dos estudiantes que ingresaban a una institución de educación superior, no terminaba su carrera.

De hecho, sólo hasta 2003 empezaron a hacerse estudios serios para examinar qué andaba mal. Y aunque las primeras pesquisas apuntaban a que las dificultades económicas eran el eje del problema, poco a poco el país empezó a darse cuenta de que en ese lío influyen diversos factores: personales, familiares, académicos, institucionales, políticas de Estado, estrategias universitarias... Es, a los ojos de Gabriel Silgado, decano del Medio Universitario, de la U. del Rosario, un tema demasiado complejo en el que entran a jugar diferentes causas que habría que examinar con pinzas.

Pero, como cuenta Isaza, por descubrirlos demasiado tarde es que hoy las cifras no son alentadoras. “Es un asunto que no se puede resolver en poco tiempo. No es fácil lograr una reducción en un corto plazo”, dice.

Sin embargo, los indicadores parecen ir en sentido contrario. Como lo mostró hace unos días el Observatorio de la Universidad Colombiana, basado en el Sistema para la Prevención de la Deserción de la Educación Superior (Spadies), hay instituciones que presentan una tasa de deserción superior al promedio nacional. La del Externado, al término de diez semestres, por ejemplo, es de 53,5%. La de la U. Central, de 53,2%; la del Bosque, de 50,6% y la de U. Sergio Arboleda, de 49,4%.

Y, para Carlos Mario Lopera, director del Observatorio, el hecho de que dos universidades con acreditación de alta calidad estén en los primeros puestos del escalafón bogotano es preocupante. Para él, los altos índices de deserción en el país podrían mostrar una especie de fracaso del sistema de educación superior y de las mismas instituciones.

“Eso confirma su incapacidad de motivar, retener y dar herramientas de bienestar, calidad y financiamiento a los estudiantes. Invertir millonarios recursos en publicidad y permitir que no se gradúe el 50% de los alumnos, es frustrante”, argumenta.

Para hacerle frente, varias universidades han creado estrategias con resultados más alentadores. La U. Nacional, que tiene un índice de 31,9%, ha tratado de fortalecer su programa de bienestar para ayudar a los más vulnerables y cambió desde hace unos seis años la manera en que los estudiantes desarrollaban el pénsum.

“La universidad empezó a ofrecer cupos de créditos para inscribir las asignaturas. Eso les permitió a los estudiantes usarlos como más les conviniera. Es decir, mientras un alumno gastaba todo e inscribía varias materias, otro podía ver menos clases. Eso les permitió estudiar a su ritmo sin la presión económica detrás. Todas las universidades deberían brindarles la oportunidad de ir más lento”, explica Mantilla.

Justamente, el tema financiero es, para algunos, el principal factor de deserción. Francisco Cajiao, experto en educación y rector de la Fundación Universitaria Cafam, es uno de ellos. Según sus cuentas, el 60% de quienes abandonan las aulas lo hacen porque no tienen con qué pagar el semestre. “El Gobierno piensa que el problema económico se reduce en estratos 1 y 2, pero resulta que los estratos 3, 4 y 5 tienen dificultades de financiamiento”.

Pero además de este factor, hay otros puntos que entran en la lista de preocupaciones. Eso, y un contexto muy diferente al de hace 15 años, en el que no se puede negar los logros en cobertura en pregrado (entre 2002 y 2014 pasó del 24.4% al 46%). Sin embargo, como lo muestran Fabio Sánchez y Juliana Márquez, profesores de la facultad de Economía de la U. de los Andes, a la par que crecía ese indicador también aumentaba la deserción.

En su estudio “La Deserción en la Educación Superior en Colombia durante la Primera Década del Siglo XXI: ¿Por qué ha aumentado tanto?”, publicado en 2012, los autores dan pistas de los motivos. Según sus cálculos, el número de estudiantes en educación superior (sin contar el SENA) pasó de 550.000 en el 2000 a 1,3 millones en 2010. Pero de los que ingresaron a una universidad ese primer año, sólo el 50% logró graduarse. Para 2005, sólo llegaron a décimo semestre el 45%. Las cifras no son muy distintas a las de México y Venezuela, pero sí a las de Alemania (una tasa de deserción de 25%), Suiza (20%) o Finlandia (10%).

Para Sánchez y Márquez las causas son diversas. El aumento de alumnos también implicó más estudiantes con bajos puntajes en las Pruebas Saber Pro. Mientras en el 2000 el 32.8% de los que ingresó a primer semestre tenía alto puntaje, en 2009 únicamente representaron 22,6%. Además, el fenómeno fue mucho más frecuente en quienes tenían ingresos más bajos, más hermanos y madre con educación primaria incompleta.

Ahora, tal parece que los créditos que ha otorgado el Icetex han ayudado a que las tasas de deserción mejoren paulatinamente. En 2009, apenas el 14,4% de quienes recibieron créditos de mediano plazo desertaron, frente a una tasa de 25,4% de quienes no recibieron una ayuda económica.

Todo eso, tomando las palabras de Sánchez y Márquez, podría resumirse en unas necesidades en las que tanto Gobierno como instituciones de educación superior deberían fijarse de ahora en adelante si no quieren ir en sentido contrario a las metas: por un lado, enfrentar los vacíos académicos de los nuevos estudiantes (como lo han hecho el Rosario o la U. Jorge Tadeo Lozano), crear programas de apoyo psicológico y mejorar las condiciones de la plana física. Por otro, ampliar el número de becas y de préstamos y crear un crédito universitario como elemento fundamental. Como diría Isaza, se requiere de un poco más que paciencia para ver los resultados. Lo valioso, como dice, es que al menos ya empezamos a actuar.

Por Sergio Silva Numa, María Paulina Baena

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