Unos 7 mil estudiantes de grados tercero y sexto de Colombia acaban de presentar, entre el 9 y el 17 de septiembre, unas pruebas que buscan evaluar, una vez más, sistema educativo. Se trata del Estudio Regional Comparativo y Explicativo (ERCE), que se realiza cada cinco años y analiza cómo están los países de América Latina y el Caribe en áreas como matemáticas, lectura crítica, escritura y ciencias. Además, incluye un componente clave sobre habilidades socioemocionales.
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Estas pruebas, realizadas por el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (LLECE), de la UNESCO, ofrecerán un panorama regional. También funcionan como un termómetro para medir qué tan cerca están los países de cumplir el Objetivo de Desarrollo (ODS) 4, que plantea garantizar educación de calidad para todos los niños y niñas en 2030.
Los países que participaron fueron Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. También estuvo Nuevo León, de México. En total, la hicieron 190 mil alumnos.
“Como región vamos lejos. En promedio, cuatro de cada diez niños y niñas no cuentan con educación de calidad”, le dijo a El Espectador hace unas semanas Carlos Henríquez Calderón, coordinador del LLECE, en la sede de la Cepal, en Santiago de Chile.
Más allá de Pisa: lo que mide el ERCE
Pero, ¿por qué si los países ya presentan las pruebas Pisa es clave que también participen en este estudio? Lo primero que señala Henríquez es que este examen se centra en medir las habilidades de los niños y niñas (más que en evaluar contenidos curriculares) y en comprender el contexto de los sistemas educativos, tomando en cuenta a las y los estudiantes, sus familias (o acudientes), los docentes y los directivos. También resalta que permite identificar las metodologías que generan mayor impacto en el aprendizaje. “Estamos en un momento donde se requiere redoblar el esfuerzo de todos los países”, complementa.
Otro punto valioso en opinión de Gloria Bernal, directora del Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Universidad Javeriana, es que estas pruebas se aplican a estudiantes de tercer y sexto grado, y no a jóvenes de 15 años, como hace Pisa. En su opinión, hacer estos exámenes en grado 11 es demasiado tarde, sobre todo si se quiere conocer su habilidad en lectura crítica. “Ya varios se han salido del sistema. La clave es evaluarlos antes y elaborar estrategias que les permitan continuar en su ciclo académico”.
La evidencia internacional reunida por el LLECE para diseñar esta prueba, que comenzó en 1997 con el Primer Estudio Internacional Comparativo (PERCE), muestra que en tercero de primaria los estudiantes ya deberían tener cimentadas las bases para leer y hacer operaciones matemáticas. Por eso, presentar un examen como el ERCE en este nivel, dice Henríquez, no genera efectos no deseados o traumáticos en su proceso de formación, como estrés hacia este tipo de pruebas.
“En este punto nos puede decir cuál es su nivel de aprendizaje y usar esa información para elaborar acciones de mejora”, añade.
En sexto grado, en cambio, los y las estudiantes deberían contar con un peldaño adicional que les permita desplegar todo su potencial en el resto de su formación. Esta etapa ayuda a determinar si realmente están desarrollando las habilidades esperadas.
Si bien participar en estas pruebas tiene un costo (que, en el caso de Colombia, asume el ICFES), a los ojos de Bernal es fundamental que el país esté presente. Asegura que funcionan como un termómetro del sistema educativo colombiano, orientan la política pública y permiten saber, en comparación con la región, cómo estamos. Sobre todo, comenta, en este contexto, en el que las pruebas Saber que se aplicaban en tercero, quinto y noveno han perdido representatividad. “Eran exámenes más internos, pensados para responder al currículo colombiano, pero se han deteriorado, porque no está y perdimos esa fuente de datos”, añade.
A diferencia de Pisa, ERCE ha tratado de apostarle un poco más al componente socioemocional. De hecho, en sus últimas ediciones ha puesto especial atención en evaluar la empatía, la apertura a la diversidad y la autorregulación escolar. Esta información, opina Julián Mariño, director del Centro de Evaluación y Medición de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes, es valiosa porque “no podemos perder de vista que el aprendizaje también conlleva el desarrollo de habilidades sociales, emocionales y cognitivas”.
Para Mónica Ospina, exdirectora del ICFES, es fundamental que Colombia participe en ambas evaluaciones. Aunque Pisa y ERCE son instrumentos distintos, con metodologías y propósitos diferentes, terminan siendo complementarios. Por un lado, aclara, ERCE “me permite compararme como país en el tiempo, ver mi evolución y a la vez medirme con otros países. Al final, lo que busca es monitorear desde edades tempranas para mejorar los sistemas escolares”. Pisa, en cambio, muestra cómo salen los estudiantes del sistema.
En ERCE, no todos los niños y niñas son evaluados, como sí ocurre con las pruebas del ICFES, que es la entidad que define cuántos estudiantes y de qué colegios participan, asegurando que se incluyan instituciones públicas y privadas. Henríquez, del LLECE, dice que esa muestra debe ser representativa de distintos contextos (rural y urbano, regiones, comunidades indígenas o campesinas) para que los resultados permitan ajustar los sistemas escolares. No obstante, varios expertos coinciden en que la muestra sigue siendo pequeña.
Lo que ERCE no alcanza a mostrar
La última vez que se había realizado esta evaluación fue en 2019 y Colombia participó con 8.625 niños y niñas (4.158 de tercer y 4.467 de sexto). A juicio de Bernal, del LEE, aunque la muestra es representativa, resulta limitada en un país con tantas desigualdades regionales. “Me da un panorama nacional, pero no puedo implementar la misma política en Chocó que en Antioquia”, afirma. Otra limitación es que, al ser una prueba estandarizada, no recoge habilidades como las artísticas o la comunicación oral, que también son fundamentales.
Además, ampliar estas competencias representaría un costo adicional. Ospina, quien estuvo al frente del ICFES entre 2020 y 2022 y estuvo en la última vez que se presentaron, explica que la entidad encargada de diseñar la prueba (en este caso el LLECE con apoyo de la Pontificia Universidad Católica de Chile) concentra el mayor gasto, pues define qué competencias medir y cómo hacerlo, en un proceso de hasta cuatro años. Luego cada país envía la base completa de sus colegios para definir la muestra. Después se hace un pilotaje para ajustar las preguntas y finalmente se aplica el examen. Los resultados, advierte el LLECE, se conocen entre dos y tres años después. En el caso de 2019, por ejemplo, estuvieron listos en 2021.
Este retraso es otra de las críticas. Mariño, de la Universidad de los Andes, señala que como país vamos a participar en la aplicación de 2025, pero “más o menos en tres años conoceremos cómo nos fue. Es decir, hasta 2028 sabremos cómo estábamos en 2025, y quizá para ese momento ya sea tarde para hacer ajustes”. A esto se suma que estas pruebas estandarizadas, como Pisa o ERCE, no consideran un factor clave en el sistema educativo: los estudiantes que desertan. En este punto, insiste Bernal, más allá de saber cómo están quienes permanecen en el sistema, es urgente conocer la situación de los que no están en las aulas, un número que no es menor en Colombia.
Los datos tardan… y ¿es tarde para mejorar?
Los últimos resultados del ERCE, publicados en 2021, mostraron que Colombia se ubicó por encima del promedio regional en cuatro de las cinco áreas evaluadas. En sexto grado, por ejemplo, superó la media en lectura, matemática y ciencias; mientras que en tercero lo hizo en lectura. No obstante, el informe subraya que, aunque Colombia está mejor que el promedio, la región en general no mostró avances significativos entre 2013 y 2019.
Henríquez, del LLECE, recuerda que no se debe perder de vista que ese promedio regional tampoco es alentador. Bernal coincide y agrega que este panorama es consistente con lo que han mostrado Pisa y las pruebas Saber 11, donde sus resultados son preocupantes y reflejan la necesidad de fortalecer la formación docente. El ERCE, por ejemplo, demostró que los estudiantes cuyos profesores promueven con frecuencia la lectura diversa y la discusión de textos obtienen mejores resultados.
Solo faltan cinco años para cumplir con el ODS 4 y, aunque estamos lejos de la meta, Henríquez se muestra optimista. Cree que los resultados de las pruebas que se acaban de presentar en Colombia no serán malos.
“En el caso de Pisa se pensaba que iban a ser catastróficos y, sin embargo, los países más afectados fueron los desarrollados. Es una buena noticia, aunque desafiante. Tenemos cinco años para articularnos y hacerlo bien”, puntualiza. Además, adelanta que las próximas pruebas ERCE se realizarán en 2030 y se ampliará la muestra con una lupa en las principales regiones de cada país.
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