¿Son los problemas de COLCIENCIAS sólo problemas presupuestales? ¿Por qué la educación colombiana está aún lejos del nivel que admiramos en países más equitativos y avanzados? ¿La gran diferencia entre la educación básica pública y la privada, a qué se debe? ¿Qué tan prioritarias son en la agenda pública la ciencia y la equidad educativa? La investigación que hice, y de la cual aquí presento un mínimo resumen, intentó responder preguntas como esas.
En 1992, Diana Obregón, de la Universidad Nacional, presentó un estudio sobre la actitud de las élites colombianas con respecto a la ciencia, desde la Independencia hasta los 1930 y sus hallazgos fueron poco alentadores: poca valoración de la ciencia como factor de desarrollo nacional.
Mi investigación doctoral, inspirada en aquél trabajo y en el de Merton (quien demostró la creencia generalizada en las soluciones científicas en la Inglaterra del Siglo XVII), pregunta por la mentalidad de las élites políticas y empresariales colombianas entre 1980 y 2013, con respecto a la ciencia y a la educación: lo primero por su potencial para el desarrollo económico y social sostenido y lo segundo por su potencial para generar igualdad social.
Escogí esa época por ser momento de cambios: fin del Frente Nacional, inicio de una economía abierta, nueva Constitución Política, en fin. La fuente de la investigación fueron los debates de la Asamblea Constituyente, los debates del Senado de la República sobre normas de ambos temas: Ley 30 o de Educación Superior, Ley 115 o Ley General de Educación, Ley 60 de 1993 y su contrareforma o Ley de Transferencias de 2001 y Reforma a las Regalías (2010-2012), parcialmente destinadas para Ciencia y Tecnología; también estudié 33 años de actas de la Junta Directiva nacional de la ANDI.
No investigué lo formal (las propuestas de leyes, las constancias), sino los discursos espontáneos, las expresiones improvisadas y lo no dicho durante los debates (agrupado en 1.328 citas), ya que el concepto de “mentalidad” implica tener en cuenta elementos culturales que tienen profundas raices históricas, e indagar el inconsciente con ayuda de la psicología social y las neurociencias. Última aclaración antes de los resultados: “mentalidad” es algo colectivo, no es una manera individual ni aislada de pensar si no que pertenece a grupos poblacionales. En la Universidad de Heidelberg, por ejemplo, investigan la mentalidad de los presidentes de las compañias privadas en cinco continentes.
Los hallazgos del trabajo son diversos. Primero, se confirman las sugerencias de Mauricio García Villegas y Enrique Serrano: en Colombia hay muy poco interés, por lo menos de parte de quienes (¡oh ironía!) dirigen el Estado, por tener un Estado capaz y eficiente en ciencia y educación. En el fondo, lo que aparece es una manera de pensar propia de cuando se fundaron los primeros poblados en este rincón de América: bastante localismo y falta de ambición nacional –escondida, en parte, en un discurso elemental sobre la libertad-, y casi complacencia con la calidad educativa.
En segundo lugar, y es algo llamativo, la desigualdad educativa se ha naturalizado; a pesar de algunas reflexiones aisladas encontradas y de que algunos empresarios crearon varias fundaciones en favor de la educación, en general no se encuentra una preocupación profunda por la desigualdad educativa del país. También encontré una preocupante fractura social con respecto a la educación y la ciencia: las élites tradicionales están vinculadas principalmente a la educación privada, la izquierda prioriza la protección sindical y que la universidad pública sea espacio político, y a los barones electorales les interesa el presupuesto educativo y científico, y controlar el SENA, para sus propósitos clientelistas.
Encontré también que la ciencia no fue objeto de preocupación de las élites en las últimas dos décadas del Siglo XX algo atado no sólo a la mentalidad sino también, seguramente, al contunio escalamiento de las guerras internas. El interés del Presidente Barco por el desarrollo basado en la ciencia no tuvo eco entre empresarios y políticos (en esto contradigo un estudio del profesor Nupia de Los Andes) y la Misión de los Sabios, cuyo informe fue publicado en 1994, tristemente les pasó desapercibida. Llama la atención que el interés por la ciencia y la innovación se marca entre los empresarios sólo a partir de la mayor internacionalización de la economía, con el inicio de las negociaciones del TLC en 2003 y con la fundación del Comité Universidad Empresa Estado en Medellín, en el mismo año. Para los políticos, la ciencia siguió siendo un tema no prioritario.
Otros hallazgos demuestran el cambio progresivo de las élites colombianas: hasta la terminación del Frente Nacional había una gobernabilidad dirigida por los “Jefes Naturales” de los partidos. En el Siglo XXI ha aumentado la pluralidad entre las élites (por origen social y político), pero también el ejecutivo es más débil: la discusión de regalías para ciencia, por ejemplo, la ganó el interés de los Barones Electorales (participar en el control de los dineros), sobre unas ideas de desarrollo más ambiciosas que tuvo el gobierno Santos. Los que ahora más o menos actúan como “los guardianes del orden” son los tecnócratas: directores del DNP y Ministros de Hacienda, aunque a un costo alto para la ciencia: COLCIENCIAS, para ellos, núnca ha sido prioridad. De hecho, llama la atención el desdén que tiene la dirigencia colombiana con la institución que rige las políticas científicas.
En resumen, hay un camino intenso por recorrer para mejor valorar la ciencia y la educación como mecanismos elementales de construcción de una sociedad y una economía basadas en la innovación y no en la eficiencia.
*Catedrático-Investigador de la Universidad de Manizales / Candidato a Doctor de la Universiad Externado de Colombia