Cuando Jon Landaburu conoció al pueblo andoque, al sur de la Amazonia, ya llevaba cuatro años en Colombia. Ya no era un modesto profesor francés que había viajado a prestar su servicio militar obligatorio al tercer mundo, era más bien un filósofo y lingüista que estudiaba dialectos ancestrales de culturas nativas. Un parisino, de ascendencia vasca, que encontró en el pasado de exterminio que vivió esa comunidad del Caquetá un reflejo de su propia vida, la de su familia y la de su país.
Landaburu llegó hasta los raudales del Araracuara en la Amazonia en 1970. Viajó hasta allí para conocer la lengua de los pueblos uitotos, muinanes y nonuyas. Compartió la vida de la chagra, los rituales y la tradición oral durante casi un año; pero fue la historia del pueblo andoque la que generó un punto de quiebre en su carrera profesional como experto en lenguas indígenas. La razón principal, más allá del interés en lo particular de la semiología de las palabras nativas, fue un encuentro con las heridas de su pasado que se removieron al escuchar la historia de exterminio del pueblo indígena. Un lazo inquebrantable que solo quienes han sido desterrados pueden comprender.
“Soy vasco, hijo de vascos refugiados republicanos que se fueron a Francia durante la Guerra Civil Española”, cuenta el lingüista francés, hijo de Francisco Javier de Landaburu, un importante dirigente político del Partido Nacionalista Vasco, quien tras huir de su país murió en el exilio. “El País Vasco también tiene una lengua propia, una lengua que fue duramente perseguida durante la dictadura franquista. Eso me llevó a la identificación de mi propia realidad con la comunidad andoque, un pueblo que fue exterminado por los caucheros a principios del siglo XX Con el tiempo, me volví solidario de las luchas de los pueblos indígenas de América y apasionado de sus idiomas. Así, trato de explicar esta atracción que se volvió realmente el centro profesional de toda mi vida”, agregó.
De su estudio de las 65 lenguas indígenas que se hablan en Colombia, “otra de tantas caras del espíritu de la humanidad”, como él mismo las describe, ya ha publicado más de quince libros y cerca de sesenta artículos. Jon Landaburu se dedicó por más de cuarenta años a defender un principio de vida que todavía explica con su acento francés: “Se debe conocer mucho más la riqueza cultural y espiritual de los indígenas y usar ese reconocimiento para impulsar los derechos políticos de pueblos que son mucho más sofisticados y refinados de lo que se cree desde la arrogancia occidental”.
El francés, que llegó de 23 años al país, fue tal vez uno de los pioneros en llevar a la academia el estudio de las lenguas indígenas de Colombia. En la década de los 80, junto con el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), creó un centro para formar lingüistas colombianos que estudiaran a las comunidades étnicas. La idea llegó en medio de un cambio de paradigma mundial y un contexto histórico que pedía a gritos explorar y reivindicar lo propio. “Con la Guerra Fría en el mundo y los recelos latinoamericanos hacia la hegemonía norteamericana, se sentía la necesidad de formar lingüistas colombianos”.
Y se cumplió: en el Centro Colombiano de Estudios en Lenguas Aborígenes (CCELA), que se realizó en la Universidad de los Andes, se estudiaron cerca de cuarenta lenguas indígenas, se formaron cincuenta lingüistas, entre ellos doce indígenas que estudiaron su propio idioma y se creó un lugar único en el país de investigación y publicación académica. Pero el CCELA cerró a finales de los años 90, debido a una crisis económica en el país. que afectó la financiación del programa que le apostó por primera vez al estudio sistemático de dialectos ancestrales.
La simbología del lenguaje representa todo un fenómeno humano estudiado por la ciencia a través de la historia. “La palabra es el cimiento de la relación humana”, explicó Landaburu. Agregando que para los indígenas la palabra es prácticamente un dios: “El ser humano no es quien cita a las reuniones, es la palabra misma la que lo hace. Es sagrada”. Por eso en 1992, a petición del Gobierno nacional, coordinó la traducción de la Constitución Política de Colombia a siete lenguas indígenas, entendiendo la importancia de que esas leyes que iban a dirigir el país se leyeran en lenguas ancestrales, aunque las comunidades indígenas se rigieran a través de su propio gobierno.
La palabra “biodiversidad” describe todas las formas de vida que habitan un ecosistema y el papel fundamental que cada una de ellas tiene para generar un equilibrio en el sistema. Ese concepto de la ciencia, es el mismo que Landaburu asoció a la importancia de conservar todas las formas del lenguaje. “La biodiversidad debe ser cuidada y eso incluye las formas de pensamiento, cultura, religión o lenguajes que son muestra de la diversidad de la humanidad”.
Para materializar este concepto, en un país que, como él mismo aceptó, “es amante de las leyes”, desde el Ministerio de Cultura, ayudó impulsar la Ley 1381 de 2010, que vela por la protección y defensa de las lenguas nativas. Una herramienta legislativa que abrió paso a la creación de proyectos de educación nacional a través de radio y televisión en busca de la preservación de la etnolingüística.
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A sus 77 años, 54 de ellos vividos en Colombia, Landaburu admite que el país ha avanzado en materia de reconocimiento e investigación en lenguas indígenas. Y, aunque el panorama ya no es tan sombrío como antes, aún hace falta mucho camino por recorrer. De las 65 lenguas ancestrales que hay en el país solo tres son habladas por 100.000 personas. Las 62 restantes solo las conocen menos de mil personas. Eso quiere decir que, en pocas décadas pueden desaparecer. Su conservación aún es un desafío enorme.
Después de dar “mucha vuelta por Colombia”, como cuenta entre risas, Landaburu volvió al lugar donde entendió el propósito de haber llegado a Colombia. Hoy acompaña a los jóvenes del pueblo andoque, que hace 51 años vio nacer, en la construcción de un diccionario. La razón de su reencuentro es la misma que lo ha llevado a recorrer cientos de resguardos indígenas del país: el estudio de lenguajes desconocidos y la lucha. Una lucha que también promulgó su padre en defensa de los pueblos que temen desaparecer.
* Este artículo es publicado en alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.