El sociólogo y profesor Mariano Fernández Enguita, de la Universidad Complutense de Madrid, es un experto en inserción de tecnologías de IA en la escuela y un crítico de las competencias docentes que se requieren para implementarlas. Polémico y propositivo. Estará dando una conferencia y un taller en el Congreso Internacional de Educación que el 15 y 16 de septiembre realizará el colegio Gimnasio Moderno en Bogotá.
Con el ingreso de la inteligencia artificial en educación percibimos un nuevo momento en la generación y circulación del conocimiento. ¿Desde qué postura teórica propone usted asumir ese cambio?
La IA, o más exactamente la IA generativa, conversacional, basada en el aprendizaje automático y, en particular, los grandes modelos de lenguaje, hoy día los transformadores, es solo el último elemento, por ahora, de la tecnología digital. La educación siempre se ha apoyado en una tecnología y siempre ha tenido como objetivo, entre otros, el aprendizaje de su uso. Primero fue simplemente el lenguaje, en su forma más sofisticada, la retórica para los poderosos. Después fue la escritura, en particular para los escribas y similares, y para otros privilegiados, un poquito de lectura.
La escuela que conocemos hoy es el producto de la imprenta, que permitió la generalización de la lectoescritura, algo exigido por la modernidad. Hoy vivimos una transformación más amplia, rápida y profunda, con un metamedio, lo digital, que lo absorbe y lo potencia todo: lenguaje interpretación, lectoescritura, todas las formas de imagen y sonido.
La escuela tiene que servirse de la mejor tecnología de información, comunicación y aprendizaje y preparar a los alumnos para la sociedad en la que van a vivir, no para aquella en la que vivieron sus tatarabuelos, por más que puedan añorarla sus padres y sus profesores. Lo nuevo, con la explosión de la inteligencia artificial generativa, es que la tecnología es ya interactiva y adaptativa, con una calidad que emula al maestro y en una cantidad que no podría siquiera soñar este por sí solo.
Los niños y jóvenes han cargado con las consecuencias de la pandemia e incluso se habla de una “fractura en la sociabilidad” y de una brecha socioemocional compleja. ¿Cuáles son los pasos que deberían tomar en cuenta los directivos escolares para enfrentar este reto?
Hay que recordar que la pandemia no solo cerró las escuelas, sino que también vació los parques, las canchas, las calles. En el pasado, las epidemias de peste también obligaban al confinamiento, pero era típicamente en familias extensas, de tres generaciones, con otros adultos emparentados o sirvientes y numerosos niños de todas las edades. Hoy vivimos en familias muy reducidas y el confinamiento supuso para muchos niños el aislamiento como tales, incluso en condiciones de hacinamiento físico.
Pero fue lo que fue, y no más. Mostró que podríamos haber continuado enseñanza y aprendizaje… si hubiésemos tenido la tecnología suficiente y si hubiésemos sabido utilizarla, pero no fue así. Hay quien redescubre ahora la importancia de la proximidad y la interacción y los opone al uso de la tecnología digital, pero eso es solo un argumento oportunista, además de muy pobre.
La presencialidad escolar no está en cuestión ni lo ha estado nunca: lo que hace falta es que no se volatilice la escuela cuando no podemos embutir al alumno en un aula; y que, cuando lo está, el aula deje de tener el formato del sermón en el templo o el trabajo en la industria manufacturera.
Hay un conjunto de docentes “apocalípticos” (en la jerga de Umberto Eco) que han desarrollado un discurso negativo sobre los dispositivos electrónicos, sobre internet, la lectura multimedia, las redes sociales y en general aquello que está cuestionando la idea de un “estudiante letrado”. ¿Qué decirles?
Lo curioso es que esos “apocalípticos” son, al mismo tiempo, los “integrados”, es decir, los que está conformes con el modelo escolar tal como es, o al menos tal como dice ser. Hay un punto de razón en la oposición que perciben entre tecnología y escuela, pero se equivocan de tecnología (y de escuela). La institución escolar lleva decenios tratando de lograr ese “estudiante letrado”, pero sin conseguirlo a pesar del tiempo y el esfuerzo.
Ampliamos y alargamos la escuela, pero no lo ha hecho en consonancia el aprendizaje. Los medios audiovisuales predigitales eran ya más atractivos para niños y jóvenes que la escuela, y los medios digitales lo son mucho más. En realidad, nunca se persiguió formar a un estudiante “letrado”, sino un trabajador disciplinado y, con el paso del tiempo, más bien un oficinista inmune al aburrimiento.
Una paradoja de la escuela como institución es que cada vez gusta menos a los alumnos, pero hay un pequeño grupo, más o menos adicto, que vuelve como profesor y no entiende a quienes la rechazan o simplemente se muestran poco interesados.
Contemplando el conjunto de cambios suscitados por las nuevas tecnologías y la forma como adquieren asiento en la escuela occidental hoy, donde en los recreos los niños y jóvenes se reúnen mientras chatean y juegan videojuegos, y al regresar a clase usan sus libros, ¿cuáles son las competencias laborales del docente que requieren ser revisadas ya?
Todas las áreas en que la información y la comunicación son centrales se han visto o se están viendo profundamente alteradas por la tecnología digital, o la han abordado por sí mismas con estrategias de transformación: la música, el cine, la prensa, las editoriales, la política, las finanzas.
La escuela se atrinchera en la retaguardia, y puede hacerlo porque cuenta con un público cautivo, conscripto, obligado por la ley, por la competencia credencialista que les espera en el mercado de trabajo y por su función de cuidado en apoyo a las familias. Pero su obligación como institución social encargada de la educación, y la de la profesión que la habita, es estar en la vanguardia, como lo estuvo en el periodo de la alfabetización de toda la sociedad y, sí, de formación de una minoría letrada necesaria para los estados, las empresas y otras organizaciones propias de la modernidad.
El docente debe saber desenvolverse en el entorno digital, ser un usuario avanzado hasta el punto de poder ser un apoyo para sus alumnos, y ser capaz de diseñar, individualmente y en equipo, situaciones, actividades, experiencias y trayectorias de aprendizaje para sus alumnos. No me refiero a programar, que para eso ya están los programadores, sino a ser capaz de entenderse con ellos y de elegir y utilizar las herramientas digitales con el nivel de conocimiento profesional que se le presume cuando tiene que elegir un libro de texto, hacer una programación de curso o planificar una sesión de clase. No necesita ser programador, como tampoco necesita ni necesitaba ser impresor, encuadernador, ni tan siquiera autor. Pero sí que necesita moverse de manera fluida en ese medio, ahora digital, como antes en el impreso, y siempre con el capital profesional especifico de un docente.
Usted ha sido testigo de una reforma curricular significativa en España el año pasado. ¿En qué marco institucional se debe mover un estado liberal hoy para promover cambios como los que usted ha señalado en esta entrevista?
Un estado de derecho, democrático, liberal y social, como creo que ha de ser, en una sociedad tan compleja y tan cambiante como lo son todas hoy, lo va a tener muy difícil, pero es un actor imprescindible y con gran capacidad de impacto. Primero, debe jugar un papel activo, asumiendo la transformación digital, la de la educación en particular, como una misión histórica, como una nueva alfabetización.
Segundo, debe potenciar la iniciativa y la responsabilidad, esenciales para la innovación y para políticas pegadas al terreno, en el nivel meso formado por los equipos docentes, las direcciones escolares y las redes locales o de afinidad de centros o profesores, distinto tanto del macro (la política educativa) como del micro (el profesorado en el aula).
Tercero, debe particular la coexistencia y la colaboración público-privada, tanto entre los centros educativos (alineando los incentivos en la escuela pública con el dinamismo que requiere la transformación y en la escuela privada con la cohesión social). Cuarto, particularmente en Iberoamérica, debe asumir activamente la cooperación internacional para alcanzar el músculo necesario y las economías de escala posibles en la transformación digital de la educación.
No es correcto pedir a científicos sociales que hagan pronósticos sobre el devenir de la escuela (aunque Bourdieu, Foucault, Emilia Ferreiro lo hayan hecho), pero nos gustaría conocer sus pronósticos. ¿Aprenderemos mejor? ¿Qué quedará de lo presente, qué desaparecerá?
No creo que volvieran a hacerlos hoy. El problema es que la sociedad va más rápido, es más diversa y desigual y los desenlaces son más inciertos. No hay duda de que mucha más gente aprende más, pero, aun así, la mejora del aprendizaje va muy por detrás de la expansión escolar, que no trae lo prometido.
Espero que veamos más escuela y menos aula, más escuela abierta a la comunidad y menos escuela-santuario, más hiperaulas y menos aulas-huevera, más aprendizaje y menos enseñanza en términos relativos, más codocencia y trabajo en equipo y menos docente-orquesta y clónico, más ciborgdocencia o colaboración hombre-máquina, inteligencia natural y artificial, y menos maniqueísmo tecno ni antitecnológico. De no ser así, lo que veremos será un desapego creciente del alumnado frente a la escuela, un atractivo decreciente de la docencia y un divorcio galopante entre escuela y sociedad.
Usted dará una conferencia y un taller en el Congreso Internacional de Educación que realizará el Gimnasio Moderno. ¿Qué expectativas tiene de su visita a Colombia? ¿Quiere enviarles a los maestros asistentes algún mensaje especial?
No es mi primera visita, y va a ser breve, pero seguro que es una nueva oportunidad de aprender en un país que, en contexto de la educación iberoamericana, destaca por la abundancia de escuelas innovadoras, tanto en el sector privado como el público.
Mi mensaje a cualquier maestro hoy, sea aquí o en Pekín, es que se estamos viviendo los inicios de una transformación educativa mucho más extensa, más profunda y más veloz que todas las anteriores, en la que hay que elegir ser parte de la solución o parte del problema, porque ser parte del paisaje ya no es una opción.
*Profesor del área de Español del Gimnasio Moderno y director de la Escuela de maestros.
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