El trauma emocional de sus padres puede vivir en sus células
Eventos emocionales de un invidividuo pueden expresarse en su descendencia por múltiples generaciones.
Hace 20 años era impensable que las experiencias traumáticas de los padres pudieran heredarse a los hijos e incluso a los nietos, alterando sus células e influyendo en sus comportamientos. Tal campo de investigación, estudiado cuidadosamente en ratones, suma cada vez más estudios en humanos para comprobar la validez de estas hipótesis epigenéticas. Uno de ellos está siendo desarrollado en orfanatos de Pakistán, a donde van a parar decenas de niños huérfanos que son escolarizados. La mayoría experimenta síntomas de ansiedad, depresión y trastorno de estrés postraumático (TEPT).
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Hace 20 años era impensable que las experiencias traumáticas de los padres pudieran heredarse a los hijos e incluso a los nietos, alterando sus células e influyendo en sus comportamientos. Tal campo de investigación, estudiado cuidadosamente en ratones, suma cada vez más estudios en humanos para comprobar la validez de estas hipótesis epigenéticas. Uno de ellos está siendo desarrollado en orfanatos de Pakistán, a donde van a parar decenas de niños huérfanos que son escolarizados. La mayoría experimenta síntomas de ansiedad, depresión y trastorno de estrés postraumático (TEPT).
Ali Jawaid, médico y neurocientífico de la Universidad de Zúrich (UZH), está a la cabeza de esta investigación, en la que ha recolectado muestras de sangre y saliva tanto de los huérfanos como de otros niños, compañeros de clase, que viven con sus familias. Su idea es buscar alguna marca a nivel celular que dé cuenta del trauma de la pérdida de los padres.
Las pistas de los ratones
El propósito de Jawaid, antes de llegar a Pakistán, fue inspirado en el trabajo del laboratorio de Isabelle Mansuy en UZH Zúrich, donde él trabaja como investigador. Esta experta ha pasado las últimas dos décadas trabajando con miles de ratones para saber si hay características heredades que no esté enraizadas en el ADN.
Frente a ello existen muchas pruebas. Las primeras se remontan hace más de medio siglo en plantas de maíz que pese a tener ADN idéntico, conservaban por generaciones rasgos distintivos como el color del grano. También los gusanos Caenorhabditis elegans sirvieron a los científicos para que demostrar que, una vez alteraron su ARN, los genes de estos podían ocultarse hasta por 80 generaciones. A estas evidencias se suman patrones encontrados en estudios epidemiológicos como el de la hambruna sufrida en los Países Bajos antes de acabarse la Segunda Guerra Mundial. Los hijos de las mujeres que estaban embarazadas en ese entonces tendieron a tasas más altas de obesidad, diabetes, esquizofrenia y murieron antes que sus contemporáneos. Sin embargo, los traumas no se explican del todo en investigaciones en humanos por una objeción: Hay quienes creen que las experiencias se transmiten a través de la crianza y no por epigenética. Y ahí es donde cobran sentido los estudios en ratones. En esa línea, el primer experimento que llevó a cabo Mansuy recreó un trauma infantil donde separó a las madres y sus crías, aislando a las primeras en tubos o echándolas al agua, estímulos que generan estrés.
De esta manera, cuando volvían a sus jaulas estaban distraídas e ignoraban a los ratones pequeños, aumentando la tensión de la separación. Así se evidenció que las crías al convertirse en adultos tenían un comportamiento alterado, el cual permaneció en la generación siguiente. Para aclarar que esos rasgos no eran porque sus madres habían sido así con ellos y por eso eran malos padres, es decir, un legado conductual, la investigadora separó a las hembras de los machos.
Con este experimento expuso solo a los machos, luego hizo que se reprodujeran con hembras inocentes para luego sacarlos a ellos de las jaulas y dejarlas a ellas criando solas. Después del destete juntó a las crías con otros ratones de la camada. El resultado, citó Science, “funcionó de inmediato. Pudimos ver que había síntomas en los descendientes que eran similares a los animales que estaban separados”. Rasgos que se conservaron hasta seis generaciones en las que los ejemplares de machos expuestos eran más arriesgados andando plataformas altas y se rendían al arrojarlos al agua, lo que significa para los científicos un comportamiento depresivo en esta especie. Ante esos resultados, el investigador de epigenética Michael Meaney de la Universidad McGill en Montreal (Canadá) afirmó para el mismo portal que sí. “Si se pregunta: ¿influye la experiencia de los padres en el proceso de desarrollo? La respuesta es sí. Mansuy y otros han documentado el grado en que se puede transmitir la experiencia de los padres. La pregunta es cómo”.