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El pasado 8 de abril, la Comisión Sexta del Senado de la República aprobó en primer debate el proyecto de ley “Estudio sin madrugón”, liderado por el senador Alejandro Chacón. La iniciativa busca prohibir que la jornada escolar comience antes de las 7:00 a.m. y reducir la duración de las clases de 60 a 45 minutos. El proyecto de Ley aún debe superar tres debates más para ser aprobado.
La exposición de motivos argumenta que iniciar la jornada más tarde favorece la salud física y mental de los estudiantes, así como su rendimiento académico. Dormir las horas necesarias mejora el estado de ánimo, la concentración y la capacidad de aprendizaje. Además, el proyecto presenta evidencia sobre la capacidad de atención de los niños y niñas según su edad, señalando que los menores de 10 años rara vez logran concentrarse durante 50 minutos continuos. También sostiene que la medida beneficiaría a las familias, especialmente a las mujeres que trabajan, considerando que en algunos municipios de Colombia más del 50% de los hogares tienen jefatura femenina.
En Colombia, muchos colegios inician la jornada antes de las 7:00 a.m., especialmente los públicos. Las razones son múltiples. En primer lugar, la mayoría de estas instituciones operan en doble o incluso triple jornada para garantizar cobertura. Así, quienes estudian en la mañana deben entrar a las 6:15 a.m. para completar entre seis y siete horas de clase, y permitir el ingreso de la siguiente jornada al mediodía. Esta práctica responde a una realidad estructural: en muchos municipios no existe infraestructura suficiente para ofrecer jornada única.
Otra razón es el clima. En zonas del país con temperaturas elevadas, los colegios comienzan temprano para evitar las horas de más calor, especialmente al mediodía y en la tarde, dado que muchos centros educativos no cuentan con aire acondicionado. Además, en ciudades como Bogotá, aunque algunas instituciones privadas inician clase a las 8:00 a.m., los estudiantes deben tomar el transporte desde las 6:00 a.m. debido a la distancia y el tráfico.
Si bien existe evidencia científica que respalda los beneficios de retrasar el inicio de la jornada escolar, su implementación debe considerar otros factores clave para que logre el impacto deseado y no genere efectos adversos.
Uno de estos factores es la compatibilidad con los horarios laborales. Muchos padres, madres o acudientes deben llegar a sus trabajos antes de las 8:00 a.m. y, para lograrlo, necesitan dejar a sus hijos en el colegio o en el transporte escolar mucho antes de esa hora. Como en Colombia la mayoría de personas encargadas del cuidado infantil son mujeres, un cambio en los horarios escolares podría afectar sus oportunidades de empleo. Si no logran cumplir con las exigencias horarias del mercado laboral, podrían perder oportunidades o enfrentar sanciones laborales. En la práctica, los horarios escolares tempranos refuerzan desigualdades de género, pues son las mujeres quienes con mayor frecuencia ajustan su vida laboral en función del horario escolar, afectando su desarrollo profesional y, en consecuencia, el bienestar económico del hogar.
Por otro lado, la reducción de la duración de las clases a 45 minutos podría traducirse en una menor cantidad de horas efectivas de enseñanza. Actualmente, muchos colegios operan con bloques de dos horas, pero parte de ese tiempo se destina a organización, disciplina o gestión del aula. Si se reducen los tiempos sin ajustar otras condiciones pedagógicas, se corre el riesgo de disminuir aún más el tiempo efectivo de aprendizaje. Esto podría afectar el desempeño académico, especialmente en los colegios públicos, que ya enfrentan limitaciones en la jornada escolar.
Sin duda, lo ideal es que niños, niñas y adolescentes no tengan que madrugar para asistir al colegio, y que puedan acceder a jornadas completas que favorezcan su desarrollo integral. Sin embargo, esta meta aún está lejos de alcanzarse: solo el 20% de los colegios oficiales en Colombia ofrecen jornada única o completa. Por eso, cualquier cambio en los horarios escolares debe ir acompañado de transformaciones más amplias en la infraestructura educativa, las dinámicas laborales, de las ciudades y los sistemas de cuidado. De lo contrario, una medida bien intencionada podría terminar generando costos ocultos para las familias, especialmente para las mujeres trabajadoras.
*Decana de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Javeriana
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