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La educación es una larga conversación

En un escenario de reformas y de debates, el sector educativo requiere conversaciones en las que podamos exponer ideas y argumentos con claridad. Debemos ser capaces de escuchar de manera activa y a voces diversas. Colombia necesita acuerdos que potencien el país desde la educación.

Claudia Patricia Restrepo*

19 de julio de 2024 - 04:20 p. m.
Claudia Patricia Restrepo, rectora de la Universidad Eafit.
Foto: Eder Rodríguez
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La tarea de educar es, sobre todo, la de despertar esa gran capacidad propia de los humanos, que es aprender. No como entrenamiento, sino como acto reflexivo y crítico, como ejercicio de cuestionamiento, comprensión, imaginación y creación. Por eso, educar es un esfuerzo por inspirar el alma y la mente a través del encuentro entre un maestro y un aprendiz.

Es necesario recordar esto, porque nos permite comprender que la educación es, fundamentalmente, una gran y larga conversación que expande el encuentro. Solo en el diálogo de confianza y de creación colectiva hay espacio para aprender. Por eso, cuando me preguntan por la importancia de tener acuerdos en el sector educativo en el país, en un escenario de reformas y debates, pienso en la esencia de lo que los acuerdos necesitan y en lo que insistimos en el acto educativo permanentemente: conversar de manera cualificada, que implica exponer ideas y argumentos con claridad, y escuchar de manera activa. Es necesario abrir espacio para deliberar y plantear juicios, con flexibilidad y disposición para movernos de lugar cuando sea necesario. La antítesis de educar es pensar que el acuerdo es el adoctrinamiento del otro. Por el contrario, es el debate cualificado con el otro.

Tal vez es eso lo que nos ha faltado en el país para activar una conversación que conduzca a acuerdos que superen la polarización. Hemos perdido la capacidad de conversar porque hemos confundido los mecanismos con el sentido y el propósito mismo de la conversación, que es ampliar comprensiones, nutrir propuestas, advertir riesgos y generar convergencias. A la manera de un diálogo de sordos, levantamos la voz cuando no nos gusta lo que escuchamos y, a lo sumo, inventamos formas distintas de seguir presentando el mismo discurso.

Es necesario volver a la confianza y al respeto por quien está sentado al otro lado; eso que le enseñamos a los jóvenes y niños todos los días en el aula: hacer conscientes nuestros sesgos y abrirnos a la comprensión. Saber que probablemente no será la idea propia la que prevalezca, sino otra distinta, nutrida de múltiples visiones, lo que implicará renuncias a los propios conceptos. Para eso debemos ver a todos los interlocutores como válidos e invitar a proponer hipótesis y a resolverlas de manera analítica y crítica, contrastando ideas y evaluando alternativas, con sus respectivas consecuencias.

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Sin embargo, este espíritu por el que nos esforzamos en el aula, no es el que ha guiado las discusiones para lograr acuerdos sobre la educación en el país. Todos compartimos las premisas fundamentales (el qué): entender la educación como derecho fundamental y servicio social; cambiar lo necesario para que ofrezca mayores oportunidades a todos los niños y jóvenes; y compartir comprensiones sobre la calidad de la educación y sobre una mirada de futuro más flexible ante los desafíos de la humanidad. El desafío mayor está en las diferentes rutas que cada uno considera para desarrollar ese gran proyecto educativo colombiano (el cómo). En efecto, pese a que tenemos acuerdo sobre las preguntas, abandonamos la discusión fundamental y nos centramos en debatir sobre lo procedimental, en muchos casos a partir de sesgos que se acercan a ideologizar la educación. Este es uno de los principales riesgos que la misma Constitución del país advirtió y por lo que la declaró autónoma.

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Vale la pena volver a escuchar la voz de los ciudadanos: en el año 2021, seis universidades públicas y privadas del país —Eafit, U. Nacional, Los Andes, U. del Valle, Uninorte y la Universidad Industrial de Santander (UIS)—, con el apoyo del Grupo Sura y la Fundación Ideas para la Paz, se unieron para adelantar una gran conversación nacional: Tenemos que hablar Colombia. Se realizaron cientos de conversaciones, largas y en grupos pequeños, que sumaron casi cinco mil participantes de diversas regiones, edades y géneros, con la expectativa de alimentar la mirada del país, de cara al gobierno nacional entrante, a partir de tres preguntas: ¿Qué cambiarían? ¿Qué mejorarían? y ¿Qué mantendrían?

Esta conversación entregó importantes hallazgos: los colombianos no quieren empezar el país de cero; creen en su Constitución y en sus instituciones, aunque no en quienes las lideran. Lo que quieren —y es el reto mayor— es que lo que debe funcionar lo haga con transparencia y efectividad. En el caso de la educación, cuando se habló del cambio necesario, más que discutir sobre el acceso, los ciudadanos pidieron un acuerdo fundamental sobre lo que significa la educación en Colombia. Hablaron de la educación como un medio, más que como un fin en sí mismo; la educación como agente de esperanza cuyo propósito es superar la exclusión, la inequidad y la desigualdad, a partir de formar mejores ciudadanos, para construir un futuro colectivo más justo.

Nuestra tarea, ahora, es ser fieles a esa Colombia que espera acuerdos que potencien el país desde la educación. Para ello necesitamos poder conversar con confianza, permitiendo que se escuchan las voces diversas, no de quienes más gritan. Necesitamos ser fieles al sentido máximo de la educación: aprender juntos a partir del encuentro fructífero, desde la conversación que es, precisamente, “dar vueltas juntos”.

*Rectora de la Universidad Eafit

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Por Claudia Patricia Restrepo*

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