La ilusión del progreso según Aldous Huxley
Presentamos un fragmento del más reciente libro de Alejandro Gaviria, “Otro fin del mundo es posible”, en el que el rector de la U. de los Andes retoma las ideas del escritor Aldous Huxley para iluminar algunos de los problemas de la sociedad contemporánea.
Alejandro Gaviria - @agaviriau
En enero de 1947, Aldous Huxley y su esposa María dejaron su cabaña en el desierto californiano y se mudaron a una casa en un suburbio de Los Ángeles. Huxley tenía un terrible y persistente dolor de muela. La nueva casa era pequeña, incómoda y fea. María escribió, entonces, varias cartas a sus amigas quejándose de la situación, la nueva casa, la indiferencia de su esposo hacia todos los aspectos prácticos de la vida y la infelicidad doméstica en general.
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En enero de 1947, Aldous Huxley y su esposa María dejaron su cabaña en el desierto californiano y se mudaron a una casa en un suburbio de Los Ángeles. Huxley tenía un terrible y persistente dolor de muela. La nueva casa era pequeña, incómoda y fea. María escribió, entonces, varias cartas a sus amigas quejándose de la situación, la nueva casa, la indiferencia de su esposo hacia todos los aspectos prácticos de la vida y la infelicidad doméstica en general.
Ese mismo mes Aldous Huxley escribió un largo ensayo sobre la felicidad y el progreso, que podría leerse como una respuesta a los problemas domésticos, a la miseria de la vida de todos los días. Huxley comienza por el principio, con la biología. El progreso biológico, escribió, puede ser definido como el aumento en la independencia y el control sobre el ambiente. En su opinión, sin embargo, las especies tienen dos destinos previsibles: alcanzan una meseta evolutiva y se convierten en fósiles vivientes o encuentran en su historia evolutiva un camino sin salida y terminan extinguiéndose.
Huxley argumentó que, en el caso de la especie humana, en el horizonte de la historia, no de la biología, en una escala mucho más reducida, el progreso no puede ser definido simplemente por el grado de control sobre el entorno natural. “Si el arreglo de una sociedad es malo, cualquier victoria sobre la naturaleza servirá inevitablemente para aumentar el poder y la opresión”. El cambio tecnológico, por ejemplo, puede traer consigo cierto progreso social, pero no necesariamente un progreso moral. Huxley creía, en contravía de las opiniones recientes de Steven Pinker y otros, que a lo largo de la historia no ha existido una relación positiva entre el avance de la tecnología y el avance de la moralidad.
Aldous Huxley enfatizó la dimensión relativa del progreso tecnológico, los aspectos paradójicos, incluso contradictorios, de los avances en el conocimiento y el control sobre el mundo natural. Vivimos más años, reconoció, pero también pasamos más tiempo enfermos: las casas de ancianos (la institucionalización de la soledad) son una consecuencia indeseada del progreso científico. El progreso tecnológico no equivale al progreso humano. Una cosa no siempre implica la otra.
El progreso humano, para Huxley, comprende tres dimensiones, tres aspectos complementarios: la felicidad, la creatividad y la moralidad. En su visión, los arreglos políticos pueden evitar los abusos de poder, generar cierto bienestar social y protegernos parcialmente de las locuras colectivas que, como especie, nos aquejan cada cierto tiempo, pero, por sí solos, no garantizan la existencia de seres humanos más felices, éticos y creativos. La política nunca garantizará un progreso definitivo. “Las revoluciones políticas y económicas han fracasado en alcanzar los buenos resultados anticipados”, escribió.
Históricamente, muchas épocas de avances en las artes y en las ciencias, de progreso creativo y grandes expansiones de espíritu, han sido épocas de miseria e inmoralidad. Solo en retrospectiva los historiadores, mediante ejercicios especulativos, pueden llamar a una época u otra progresista. El siglo XIII, la época de las catedrales góticas y la poesía de Dante, un siglo de progreso creativo, fue también, según Huxley, una época de miseria y abyección, de sangre, sudor y lágrimas para la mayoría.
Dentro de algunos límites, creía Huxley, la felicidad y la moralidad son casi independientes de las circunstancias externas: “Un niño con hambre no podrá ser feliz; un niño educado entre criminales probablemente no será bueno, pero estos son casos extremos […], en circunstancias normales, las personas pueden experimentar cambios en sus circunstancias sin experimentar cambios correspondientes en la dirección del vicio o la virtud, la miseria o la felicidad”. Siempre será difícil, en términos poblacionales, digamos, hacer felices o buenos a los seres humanos.
Además, muchas miserias son irremediables, la vejez y la enfermedad, entre ellas. “Para un hombre viejo que ha sobrevivido a sus contemporáneos y está cayendo en una segunda infancia es absurdo hablar de progreso biológico o humano”. Huxley probablemente habría estado de acuerdo con el médico y bioeticista inglés Richard Smith, quien escribió alguna vez que una cura del cáncer que tuviera como consecuencia inmediata que la mayoría muriera de alzhéimer no representaría ningún progreso.
Al mismo tiempo, los seres humanos, pensaba, tenemos una gran capacidad para acostumbrarnos a los beneficios del progreso y adaptarnos a unas nuevas (y mejores) circunstancias. “No pasamos todo el tiempo comparando la felicidad del presente con la miseria del pasado”. Huxley anticipó lo que los psicólogos han llamado recientemente la trampa del hedonismo, nuestra tendencia a convertir los lujos en necesidades y a olvidar, en el proceso, un pasado de carencias e incomodidades.
Afirmó, al mismo tiempo, que las pasiones políticas, el amor a la patria o el partido tampoco traen una felicidad duradera y pueden ocasionar un deterioro de la moralidad y un aumento de la violencia. El nacionalismo, como lo muestra el mundo actual, puede ofrecerles a unos cuantos una identidad consoladora, pero no mejora el mundo; todo lo contrario, representa un retroceso. En suma, ninguna ideología o doctrina constituye, en sí misma, un avance.
Huxley creía que el progreso humano era en parte ilusorio. El avance tecnológico, los cambios culturales y el desarrollo institucional han mejorado la vida de los seres humanos, pero siempre habrá miserias irremediables y eras de oscurantismo. Huxley antepuso a la visión de progreso la idea del esclarecimiento; esto es, la conexión con la unidad de las cosas del mundo, cierto acercamiento personal (místico incluso) con la divinidad. Despertar y abrir las puertas de la percepción eran, en su opinión, las principales tareas de la especie. Veía con preocupación que muchas sociedades modernas conspiraban en contra de la contemplación, la receptividad y el asombro. Vio en el progreso material una suerte de cacofonía, un ruido de fondo del que deberíamos protegernos y escapar de vez en cuando.
*Otro fin del mundo es publicado por el sello Ariel, de la editorial Planeta.