Quien haya pasado por la Javeriana recordará el corredor que conecta a la Biblioteca Alfonso Borrero Cabal con los edificios de Básicas por una cosa, entre muchas otras: la música. Justo arriba de la carrera séptima, detrás de los grandes árboles que forman una especie de entechado natural, saxofones, flautas, trompetas y guitarras creaban una orquesta de notas desordenadas.
Pero ahora no sólo la música cambió de lugar, también la danza, la pintura, la escultura y la fotografía. Del emblemático Pablo Sexto, único edificio patrimonial de la universidad, las tres disciplinas de la Facultad de Artes (artes visuales, estudios musicales y artes escénicas) se trasladaron al nuevo edificio Gerardo Arango, justo al lado del Parque Nacional, un armatoste de 17 mil metros cuadrados, 8 pisos y 3 sótanos.
El diseño del edificio estuvo a cargo del arquitecto Ricardo La Rotta, quien mediante un concurso cerrado para egresados de la universidad ganó la licitación siendo, además, el más joven. El edificio tardó tres años entre su concepción y su construcción. Generó 300 empleos mensuales directos. Puede albergar a más de 1.800 personas. Tuvo una inversión de $78 mil millones. Cuenta con un diseño sostenible de terrazas verdes, recuperación de aguas lluvias, control de iluminación y diseño bioclimático.
Los salones son insonorizados, hay estudios de percusión, un aula múltiple con sillas móviles, una sala de exposiciones de 600 metros cuadrados, luz pensada para que los artistas visuales puedan trabajar en sus cuadros o ilustraciones, espacios amplísimos para grandes formatos, pisos adecuados para que no se afecten las articulaciones de los bailarines y un mezzanine para el almacenamiento de obras en proceso. “Los 1.300 estudiantes de la facultad estaban muy limitados en su trabajo y ahora pueden expandir su imaginación”, aseguró Carlos Mery, decano de la Facultad de Artes.
Y eso que este proyecto es apenas uno de los tantos que cocina la Javeriana. “La universidad es un plan de desarrollo a 20 años, de 2008 a 2028”, comentó Javier Forero, director de recursos físicos de la universidad. Primero fue el Centro Ático que congrega las tecnologías de la comunicación con noticieros en vivo, salas de edición y cabinas radiofónicas. Ahora, un voto para las artes. Y luego será el traslado del Hospital Universitario San Ignacio hacia la calle 45.
No es gratuito que el hospital esté planeado en la 45. Tampoco que el Gerardo Arango abrace al Parque Nacional. Justamente, la conexión con el parque y las conversaciones con el Instituto de Recreación y Deporte (IDRD) permitieron, como explicó Mery, que “exista un relacionamiento con la cultura ciudadana y que el microtráfico, los usos delictivos, problemáticos o irregulares deben ser transformados con actos culturales”. Para el decano, abrirse al parque implica tomar riesgos. Pero el hecho de que exista una plataforma pública para ver exposiciones, escuchar conciertos y apreciar obras de teatro genera “la certeza profunda de que el arte puede sanar culturas y promover alternativas”, aseguró.
De modo que la idea de la universidad es tener una apertura con la ciudad hacia el norte, sur y occidente. “No queremos darle la espalda a la ciudad. La apuesta es que la gente circule por todas partes. Queremos ser amables con la séptima, los cerros, las calles”, dijo Forero.
Con esta transformación del campus el objetivo es construir más espacios verdes. El director explicó que cuando se construye área en altura se recuperan las zonas blandas. De hecho, un indicador de calidad que mide a las universidades es la cantidad de metros cuadrados ocupados por estudiante. El de la Javeriana le apunta a 10 m2 por alumno. Por poner otros ejemplos, la Nacional alcanza 15 m2 y la Universidad de São Paulo, 30 m2.
A parte de tener unas connotaciones de infraestructura enormes (10 veces el peso del Titanic y ocupar cerca de 1,3 veces el área del Museo Nacional), enseñar las artes abiertamente y con el respeto que se merecen en esta coyuntura es darle la cara al posconflicto porque para Mery “el arte es capaz de sanar, de transmutar conflictos que otras ciencias no pueden atrapar con estadísticas e indicadores, abre espacios simbólicos”.
Por lo pronto, este es un espacio soñado para artistas, un hito arquitectónico que cumple un propósito funcional y al mismo tiempo es, en sí misma, una presencia estética, una obra de arte minimalista que invita a la contemplación de todas las formas de arte que en ella suceden.