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Los movimientos estudiantiles, como School Strike for Climate —el movimiento mundial que comenzó la activista sueca, Greta Thunberg— están liderando la lucha pública contra el cambio climático. Pero aún hay preguntas alrededor de la crisis ambiental que no son fáciles de responder: ¿qué hacer para frenarlo?, ¿peligramos como especie?, ¿somos los humanos superiores a otras especies?
Desde el 21 de enero y hasta el pasado 10 de marzo, la Universidad de los Andes ofreció, martes tras martes, la cátedra Nuestro Futuro, la primera clase abierta en las universidades del país sobre implicaciones, soluciones y preguntas alrededor del cambio climático. Entre los conferencistas estuvieron Cristian Samper, exdirector del Instituto Humboldt; Ana María Hernández, directora de la plataforma intergubernamental científico-normativa sobre diversidad biológica y servicios de los ecosistemas (IPBES); Dolors Armenteras, ecóloga experta en Amazonia, entre otros.
El rector de la Universidad de Los Andes y director de la cátedra, Alejandro Gaviria, hizo una especie de resumen de las enseñanzas o lecciones sobre las ocho cátedras, a las que más de 4.500 personas asistieron y cada clase, vía streaming, tuvo en promedio 30.000 reproducciones.
La primera es que hay una complejidad de los fenómenos biológicos de cómo se conecta la vida en la tierra, y tal vez la dimensión más inquietante de esa complejidad es que todo cambia. Ya nada será lo mismo que antes. Otra manera de decir que el daño está hecho. ¿Qué hacer para evitar aún más daños? Según la economista Ximena Rueda y la bióloga y ecóloga Sandra Vilardy, ambas profesoras de esa universidad, lo primero es prepararnos. Colombia tiene 6.962 kilómetros de costa en donde viven alrededor de cuatro millones de colombianos. Ante el aumento acelerado del nivel del mar, se debe empezar a generar una planeación territorial en torno al cambio climático.
La cátedra también giró alrededor de la protección del agua: ríos y océanos deberían estar en las prioridades de nuestras agendas. La disminución de la biodiversidad en los océanos es grave y más cuando entre 500.000 y 10 millones de especies en el mundo, son marinas. Se sobreexplotan los océanos (tanto que se producen 173 millones de toneladas de fuente de proteína animal).
Según Rueda, el 70 % del agua del mundo se usa para agricultura, entonces usarla debería incorporar el costo ambiental de limpiarla e incluso el costo de quitársela a las comunidades y devolvérsela limpia. Debemos desarrollar especies de alimentos que resistan nuevos climas porque —y aquí viene otra lección— somos increíblemente frágiles ante el mundo que habitamos y que estamos destruyendo.
La otra gran lección, según Gaviria, es que el problema se está acelerando. No es solo un aumento de velocidad con respecto al pasado, sino que es un aceleramiento con respecto a las predicciones más pesimistas. “Necesitamos tomar conciencia acerca de la urgencia imperiosa de los cambios, sobre las ventajas de oportunidad, que son estrechas, sobre la estupidez de seguir haciendo lo mismo, y del incrementalismo que está presente en el Acuerdo de París. No podemos caer en la pasividad que se desprende de la resignación. Por eso quiero llamar a un optimismo vital”, mucho más allá de los hechos, que son catastróficos, el llamado no es a la misantropía: la capacidad de adaptarnos a nuevas condiciones triunfará. De eso estuvieron seguros todas las y los conferencistas”.
Según Manuel Rodríguez Becerra, primer ministro de ambiente que tuvo Colombia y profesor emérito de Los Andes, un 55 % de la gente de la tierra vive en ciudades y continuará aumentando. ¿Cómo cuidar la naturaleza en ciudades que no paran de crecer? Las ciudades sostenibles son posibles, según Becerra, y mejor aún, son una oportunidad para cerrar las brechas entre ricos y pobres, estos últimos más vulnerables a deslizamientos y avalanchas. Por ejemplo, en Bogotá, unas 2.000 personas mueren por causa del aire contaminado. En Ciudad deMéxico también, pero desde los setenta vienen expandiéndose y cuidando cada vez más su calidad del aire. “Para Latinoamérica debe ser importante acercarse más a la naturaleza y que las ciudades se acerquen a los ecosistemas para evitar el declive de la biodiversidad”.
Así que otra lección: conocemos bien los hechos, las causas y las consecuencias del cambio climático, y por qué es responsabilidad de las actividades humanas. Cada vez tenemos menos incertidumbre sobre los datos y sobre los posibles escenarios en caso de no actuar. La incertidumbre está, ya no en los datos, sino en los comportamientos de las personas, en cómo la sociedad va a detener el cambio climático.
Germán Andrade, profesor de esa universidad, expuso en su cátedra “Antropoceno: el arte de vivir en un mundo deteriorado” que “el futuro es posible, solo implicará cambiar el futuro de la actividad humana”. El Antropoceno es entendido como la época geológica que corresponde al impacto global que las actividades humanas han tenido sobre el planeta Tierra. ¿Cómo construir una sociedad sostenible mientras el mundo se cae a pedazos? Para Gaviria, un “buen antropoceno” es uno que conserve la dignidad humana, que rechace el ecologismo misantrópico y que comprenda que la Tierra no estaría mejor sin los humanos.
¿Comer o no carne? ¿Tener hijos? Esas preguntas que están en mente de muchos, son solo un paso para reconstruir esa armonía entre la naturaleza y el ser humano, que ya no existe. Y hay más: toda la reconstrucción de nuestro futuro ocurrirá en los próximos 10 años.
Y aquí la última lección: es necesario abandonar el paradigma de que a un lado están los humanos y al otro lado los recursos naturales del planeta, dispuestos a nuestros caprichos. “La compasión tiene que trascender a nuestra especie y abarcar a toda la naturaleza”, concluyó Gaviria. Qué mejor espacio para pensar cómo hacerlo que en una universidad.