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Madrugar menos para ir al colegio, pero sin echar en saco roto el contexto colombiano

El proyecto de ley “Estudio sin madrugón”, que busca que las clases en los colegios no inicien antes de las 7:00 a.m., ha generado un gran debate. La evidencia científica sugiere que la idea es beneficiosa, pero varios actores piden tener en cuenta particularidades del país. Hogares encabezados por madres, ausencia de infraestructura y profesores con más trabajos son elementos que piden no desestimar.

Paula Casas Mogollón

13 de octubre de 2025 - 08:00 p. m.
En Colombia, muchos colegios inician clases antes de las 7:00 a.m., principalmente los públicos.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada
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El sol apenas logra abrirse paso entre la neblina. Son las 6:30 a.m. y la temperatura no sobrepasa los 10 °C en Bogotá. En los pasillos de uno de los colegios públicos más grandes del occidente de la ciudad el timbre suena una última vez. Los estudiantes corren a sus salones. Tienen cinco minutos para sentarse y estar listos para la clase, a pesar de que muchos aún luchen contra los bostezos. Es una jornada más, común en la mayoría de colegios del país. Para empezar a tiempo, los alumnos deben estar despiertos desde las 4:00 a.m. o 5:00 a.m.

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Un proyecto de ley (el 214 de 2024) quiere evitar que eso se siga repitiendo. La propuesta, conocida como “Estudio sin madrugón”, es impulsada por los senadores Alejandro Chacón, del Partido Liberal, y Guido Echeverri, de Alianza Verde. También plantea que las horas de clase se reduzcan de 60 a 45 minutos. La propuesta les ha parecido atractiva a muchos padres y estudiantes, pero su implementación ha despertado una serie de inquietudes en una parte del sector educativo, pues hay quienes temen que estas transformaciones terminen reduciendo la carga académica o afectando los procesos de enseñanza.

Si bien la evidencia científica sugiere que empezar clases más tarde podría ser beneficioso para los estudiantes, piden considerar un contexto como el colombiano, donde hay varios desafíos que no se pueden desestimar. Por ejemplo, Gloria Bernal, directora del Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana (LEE), dice que la invitaron a conformar esta iniciativa, pero prefirió dar un paso al costado, porque el documento no contempla los efectos colaterales que puede causar. “En general, busca un bienestar por los niños y niñas. Sin embargo, no se han medido del todo sus consecuencias y es importante evaluarlas”, anota.

¿Qué dice la ciencia?

Varios estudios coinciden en que el sueño es clave para la salud física y mental en niños, niñas y adolescentes. La Academia Estadounidense de Pediatría, la Sociedad de Investigación del Sueño y la Asociación Estadounidense de Tecnólogos del Sueño, por ejemplo, han recomendado que los adolescentes de 13 a 18 años deberían dormir de 8 a 10 horas cada 24 horas de forma regular.

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Sin embargo, algunas encuestas realizadas a jóvenes —sobre todo en las escuelas de Estados Unidos—, indican que la mayoría no duerme lo suficiente. Por ello, en las últimas décadas, investigadores, entre los que se encuentran psicólogos y expertos en el sueño, han reunido pruebas que muestran que retrasar la hora de entrada al colegio podría mejorar el bienestar y el rendimiento de los estudiantes.

En 2014, tras revisar la literatura científica disponible, la Academia Estadounidense de Medicina del Sueño recomendó que las clases debían comenzar a las 8:30 a.m. o más tarde. Entre sus argumentos, precisamente, está el hecho de que esto les permite a los adolescentes dormir lo suficiente, optimizar el ambiente de aprendizaje y favorecer su salud mental. “60 minutos adicionales de sueño por noche pueden tener importantes beneficios para prevenir problemas de salud a largo plazo”, advirtieron.

Tres años después, Nathaniel F. Watson, investigadora del Centro de Trastornos del Sueño de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, determinó, junto con su equipo, que “retrasar el inicio de clases impacta positivamente el rendimiento, la salud y la seguridad de los estudiantes”.

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En sus resultados, publicados en el Journal of Clinical Sleep Medicine, aseguraron que retrasar las clases se asocia con un sueño más prolongado, menor somnolencia diurna, más participación en el aula y menos retrasos y ausencias. Los investigadores también observaron una disminución de los síntomas depresivos y de la irritabilidad, en el abuso de sustancias y la somnolencia al conducir.

Pero hoy hay una lista larga de elementos que impiden que los menores tengan una buena calidad del sueño. Una investigación publicada en el International Journal of Environmental Research and Public Health en 2021, señaló que entre los principales factores que lo alteraban estaban las grandes cargas de tareas, las actividades extracurriculares y el tiempo que pasan en las redes sociales. A ello se suman los cambios biológicos propios de la pubertad. En esa etapa se produce un retraso en el reloj circadiano, que regula funciones como la temperatura corporal, la producción de hormonas y los ciclos de sueño y vigilia.

Al desajustarse, cuenta Gonzalo Pin, coordinador del Comité de Sueño y Cronobiología de la Asociación Española de Pediatría (AEP), el cuerpo empieza a preferir acostarse y despertarse más tarde, lo que provoca a su vez que se retarde el inicio de la secreción de melatonina, conocida como hormona del sueño. Es decir, “se duermen más tarde, pero la entrada a su colegio es más temprano, así que es muy habitual que arrastren un déficit de sueño que, en última instancia, impacta en su rendimiento académico”.

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Pin, quien también es investigador de la Unidad de Sueño de la Universidad Católica de Valencia, fue uno de los coordinadores del estudio europeo SHASTU (Sleep Habits in Student’s Performance), que se encargó de observar que en la adolescencia la capacidad de aprendizaje y la de mantener la atención es mínima entre las 8.00 a.m. y las 10.30 a.m. Por eso propusieron distribuir las asignaturas, dando prioridad a aquellas que son más físicas y creativas para que se realicen a primera hora de la mañana y dejando para los picos de concentración las que son más teóricas.

La Asociación Americana de Psicología añade otro elemento: en los adolescentes, el sistema homeostático del sueño (mecanismo que regula el sueño y la vigilia) tarda más en generar cansancio; por eso les cuesta conciliar el sueño temprano y cuesta más trabajo despertarse temprano. “Pedirle a un adolescente que esté despierto e intente asimilar información a las 8:30 a.m., equivale, en cierto modo, a pedirle a un adulto que se despierte a las 4:00 a.m. A esa jornada se le debe sumar el tiempo que tardan en desplazarse hasta el colegio. La rutina diaria termina convirtiéndose en una mucho más exigente”, indica esa Asociación.

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En Estados Unidos, donde más del 60 % de los colegios comienzan después de las 8 a.m., se han reportado experiencias positivas al permitir que los estudiantes se levanten un poco más tarde. Una investigación publicada en 2022 en la revista Pediatrics mostró que los alumnos que iniciaban entre las 8:30 a.m. y las 8:59 a.m. dormían más, tenían mejor ánimo y mostraban avances en su desarrollo emocional, cognitivo y físico.

Otro estudio publicado en el Journal of School Health en 2022 indicó que estas modificaciones no solo habían sido positivas para los estudiantes. “Los maestros de preparatoria dijeron que esto cambió profundamente sus vidas, permitiéndoles ser más efectivos (...). También reportaron que se estaban despertando más tarde, teniendo una mayor duración del sueño y contando con mejor funcionamiento diurno”.

Los retos del “madrugón escolar” en Colombia

A pesar de las conclusiones que sugieren esos estudios, Luz Karime Abadía, decana de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Javeriana y quien se ha dedicado a investigar sobre educación, tiene un consejo: en el contexto de Colombia es necesario ver más allá de la evidencia científica.

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Hay muchos elementos que entran en juego, que no pueden desestimarse. Uno de ellos es que en el país muchos colegios inician la jornada antes de las 7:00 a.m. (principalmente los públicos) por diversas razones, como la existencia de la doble jornada, que ha permitido garantizar la cobertura. En varios municipios, sostiene, no existe infraestructura suficiente para ofrecer jornada única.

Esta realidad obliga a que, en algunas instituciones, los estudiantes entren a las 6:15 a.m. para completar entre seis y siete horas de clase, y permitir que se lleve a cabo la segunda jornada. En caso de que el proyecto de ley que se tramita en el Congreso se apruebe y entre en vigencia, advierte Abadía, limitaría las horas del día para poder implementar todas las jornadas y existiría el riesgo de que se disminuya la cobertura neta en educación preescolar, básica y media, que, de acuerdo con el Ministerio de Educación, fue del 81 % para 2024.

Otro punto que no se puede perder de vista, a juicio de Sandra García, profesora de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, PhD en política social y quien se ha dedicado en los últimos 15 años a investigar sobre educación, es el de la jornada laboral de las madres, padres o cuidadores de los niños y las niñas, sobre todo en aquellos lugares que son monoparentales. Según cifras del DANE, cerca del 46,5 % de los hogares en el país tienen jefatura femenina, lo que significa que cerca de 8,5 millones de hogares son liderados por mujeres.

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Así que, añade García, ajustar sus horarios implicaría grandes retos. “Pienso mucho en las mujeres, porque creo que va a recaer más duro sobre ellas esta medida”, asegura. Es posible, agrega, que se vean en la obligación de buscar cuidado adicional de sus hijos e hijas mientras empieza la jornada escolar.

¿Con quién los dejarían si deben llegar a sus trabajos a las 7 a.m. u 8 a.m? Si no tienen una red de apoyo, ¿tendrán la capacidad económica para resolver esa situación?, son algunas de las preguntas que hay que poner sobre la mesa en este debate.

Tampoco se pueden dejar de lado las condiciones climáticas. En varios países de Europa, y en al menos 42 estados de Estados Unidos, las estaciones y los cambios que generan —como que la luz del día llegue más tarde— han provocado que los ciclos naturales de sueño de los adolescentes (o ritmos circadianos) cambien. Esa ha sido una de las razones que han impulsado a los Gobiernos a modificar los horarios de ingreso a las aulas. En Colombia, donde la temperatura varía según la región, ha sucedido un fenómeno similar, aunque no está estipulado en una norma o ley.

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En algunas zonas de Colombia, en cambio, donde se registran altas temperaturas, se ha tomado la decisión de iniciar clases más temprano con el objetivo de evitar las horas de más calor, que suelen ser entre las 12 m. y 3 p.m., justo cuando la radiación solar es más intensa. En otras, por el contrario, comienzan un poco más tarde, porque los colegios están en zonas apartadas.

Marcela Moreno, directora de la Licenciatura en Educación Infantil de la Universidad El Bosque, comenta que algunas secretarías de Educación tienen en cuenta esas diferencias para hacer ajustes en los horarios. En caso de que este proyecto se convierta en ley, ¿qué pasaría con estas dinámicas propias de cada territorio?, se pregunta.

Hay otro elemento que Moreno, magíster en educación, resalta: los directivos docentes de los colegios de Colombia deberían reorganizar su equipo de trabajo, para ajustarse a estos cambios. “Los maestros estarían asumiendo estas transformaciones, sin contar que muchos de ellos tienen dos y hasta tres trabajos”.

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Seguramente las secretarías de Educación tendrán que elaborar las orientaciones para que se materialice de la mejor manera”, indica. Serían variaciones que, sugiere, deberán hacerse paulatinamente y siguiendo las buenas experiencias de otros países para que sean más eficientes.

Una inquietud más, precisa García, de la U. de los Andes, es que aún no está claro cómo será la implementación de esa norma. Teme que tenga implicaciones negativas en las oportunidades del mercado laboral, particularmente de las mujeres, o que se recorte la jornada escolar.

“La ciencia nos ha demostrado que las horas de sueño son muy importantes para asegurar el aprendizaje de las personas, especialmente en los niños y en los adolescentes, y que la privación del sueño afecta negativamente la capacidad de aprender”, argumenta. “Se deben tener en cuenta una serie de estrategias para ver cómo hacer que una buena intención, y algo que podría tener un resultado positivo, no conlleve efectos negativos que perjudiquen los avances educativos”.

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“Aún hay tiempo de corregir el proyecto de ley”

Para Guido Echeverri, de Alianza Verde, y uno de los ponentes del proyecto de ley del “madrugón escolar”, esta iniciativa es muy importante porque, a sus ojos, podría mejorar los ambientes de aprendizaje, las condiciones del niño o la niña para acceder a la formación, o las condiciones de vida de los padres o cuidadores. Además, resalta que su implementación no generará gasto público ni impacto fiscal, pues solo regula horarios.

A este ajuste en el horario de ingreso se le suma la reducción a las horas de clase, pues el documento plantea que pasen de 60 a 45 minutos. De acuerdo con los senadores, “el tiempo máximo de concentración en una misma tarea de una persona adulta es de 45 minutos. A partir de ahí la concentración comienza a decaer”. Entre sus argumentos mencionan el caso de Chile o Finlandia, donde las clases duran 45 minutos.

En los dos debates (que ya fueron aprobados en el Senado), el proyecto recibió un apoyo muy generalizado de los senadores de todas las bancadas, comenta Echeverri; sin embargo, hace un llamado a las organizaciones o expertos en educación para que realicen los ajustes que el proyecto requiere, pues todavía hay tiempo.

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“No desconocemos que hay que corregir algunas cosas para efectos de que el proyecto cumpla efectivamente el propósito: mantener condiciones desde el punto de vista del tiempo para que los niños y niñas tengan mejores condiciones de aprendizaje”, puntualiza.

Su idea es que esta iniciativa, que les pondría nuevas reglas de juego a colegios públicos y privados, sea aprobada antes de que termine el actual período legislativo, para que entre en vigencia el próximo año.

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