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Los 19 días y 500 noches de Joaquín Sabina

Trece meses duró la producción y grabación de “19 días y 500 noches”, uno de los discos más trascendentes de la vida de Joaquín Sabina, que partió su estilo en dos, el de estudio, de voz lavada, depurado de los 90 y de antes de los 90, y en el rústico, de carretera, madrugada y güisky que se inició con este disco, en el que incluyó 13 canciones y en el que trabajó con el productor argentino Alejo Stivel. Hoy, Sabina se presentará en Bogotá, como parte de su gira “Hola y adiós”, frase que hace parte de un verso de 19 días y 500 noches.

Fernando Araújo Vélez

12 de marzo de 2025 - 11:00 a. m.
El cantante español Joaquín Sabina se presentará esta noche en el Movistar Arena, como parte de su gira "Hola y Adiós".
Foto: EFE - Jeffrey Arguedas
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Mucho más de 19 días y algo menos de 500 noches se demoró Joaquín Sabina en terminar aquel disco que comenzó con un “Lo nuestro duró, lo que duran dos peces de hielo en un güisky on the rocks”, y que finalizó con la confesión de que tardó “en aprender a olvidarla diecinueve días y quinientas noches”. Una tarde, Alejo Stivel, su productor, le hizo firmar una servilleta-contrato en la que se comprometía a terminar el trabajo en una semana, y si no, se lo dejaba todo a él, “Y Alejo lo va a terminar como buenamente pueda o quiera”, puso y firmó. Así fue. Ya antes había dicho que sus discos no los acababa él, sino que se los quitaban de las manos.

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Sabina siguió corrigiendo o cambiando sus textos sobre lo ya corregido durante varios meses, pero lo hecho hasta ese instante fue lo que salió. Sus amigos y sus no tan amigos decían que se la pasaba de bar en bar, de güisky en güisky, de cigarrillo en otras cosas y de mujer en mujer. Él mismo aclaraba que en parte era cierto, pero que había decidido cambiar los bares por su casa, y que incluso les había dado llaves de ella a algunos de sus amigos. Que tomaran y hablaran y cantaran mientras él dormía y si acaso se les pegaba de vez en cuando, pero que él no quería ya “darle más vueltas a esa fama del Sabina vampiro”, como confesó a fines de los 90 en una entrevista para El País.

Luego añadió que la gente se preocupaba por él y creía que estaba por morirse “por no verme en los antros habituales, pero la realidad es que no paro de escribir, de componer”. Diez años más tarde, en uno de sus sinceramientos mitad verdad, mitad mentira, porque “la verdad a medias es mentira por la mitad”, escribió en su página semanal de columnas en verso de la revista Interview: “Uno inventa siempre la misma canción / del poeta borracho y su musa, / del teclado mellado del acordeón, / del pecado mortal sin excusa”. Una semana antes había escrito que “El abajo firmante, / escarmentado de tanto traficar con el pecado, / se declara culpable e inocente”.

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Él era culpable e inocente, y también, esa amplia gama de grises que iba de una palabra a la otra. Llevaba años en busca de un disco que lo volviera a poner en la cima de la locura, pues los últimos dos, de finales de los 90, habían sido complejos. Ni “Yo, mi, re, contigo”, del 96, ni “Enemigos íntimos”, del 98, un proyecto que había creado con Fito Páez y que terminó en varios desacuerdos, hasta el punto de que cancelaron una gira, habían funcionado. Sabina quiso comenzar de nuevo, y para ello, se juntó con Stivel y se dio y le dio vacaciones a Pancho Varona, con quien había trabajado desde los 80. “Él estaba aburrido de nosotros, y nosotros un poco hartos de su forma de crear”, diría con los años.

Y con los años, añadiría para la serie de discos “Sabina”, con textos de Diego A. Manrique y Darío Manrique Núñez, que la manera de trabajar de Sabina era extenuarte. “Eran grabaciones de tres o cuatro meses y de 20 horas diarias. Todos necesitábamos un descanso. Me gustó que Joaquín no contara conmigo, pero luego me moría de celos…”. De las primeras cosas que le sugirió Stivel, que llegaba luego de vender más de un millón de discos con La Oreja de Van Gogh, fue que cantara y, sobre todo, que grabara sin filtros. “Yo le decía que por qué no grababa algo así, en plan crudo, como cantaba a las cuatro de la madrugada y con arreglos más ásperos”.

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Aquel nuevo Sabina era un viejo, muy viejo Sabina. Un Sabina de madrugada, de güisky, de andar por los caminos a pie limpio, de cigarrillo y humo. Un Sabina más decidor que cantante, más trovador que luminaria, más Sabina real, más Sabina de quedarse ocho horas buscando una frase y una nota para después cambiarla, y más Sabina de trabajar por meses y casi un año un disco sin que le importaran los tiempos de los productores y los afanes de las disqueras o de los empresarios. Como decidor, dijo que de pronto se vio, “como un perro de nadie ladrando a las puertas del cielo”. Y como decidor, siguió diciendo, “me dejó un neceser con agravios, la miel en los labios y escarcha en el pelo”.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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