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200 años del natalicio de Rafael Núñez: el espíritu rebelde del poeta y presidente

A propósito del bicentenario del nacimiento de Rafael Núñez, capítulo de la biografía escrita por Indalecio Liévano Aguirre sobre el presidente colombiano que instauró la regeneración conservadora. Aspectos de su niñez y adolescencia. En librerías con el sello editorial Taurus.

Indalecio Liévano Aguirre * / Especial para El Espectador

02 de octubre de 2025 - 10:00 a. m.
Rafael Núñez nació el 28 de septiembre de 1825, en Cartagena, y murió el 11 de agosto de 1884. Aquí en versión del óleo de Epifanio Garay, que se conserva en el Museo Nacional de Colombia. Fue el presidente que hasta ahora más tiempo ha gobernado a Colombia, 9 años repartidos en 4 periodos presidenciales: entre 1880-1882, reelegido para el período 1884-1886, después por 6 años entre 1886-1892 y finalmente para el periodo 1892-1896, pero murió antes de terminar ese último periodo en 1894. / Archivo de El Espectador
Foto: Archivo
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Capítulo 1: Un drama de generaciones

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La vida de Rafael Núñez es la victoria de una familia de vencidos; es el triunfo de una ambición lastimada durante varias generaciones por la adversidad y la derrota. Rafael Núñez es la cumbre victoriosa de esa ambición y por lo tanto su final. Sus padres y abuelos sólo le legaron el dolor de grandes derrotas y la inmensa necesidad de convertirlas en victorias. Por ser el heredero de una tradición de humillaciones y dolores, su vida presenta a veces aspectos de venganza atávica.

Don José María Moledo, el abuelo materno, barcelonés de nacimiento, aristócrata por temperamento y por tradición, llegó en 1790, movido por la ambición de riquezas y especialmente de gloria a las tierras del Nuevo Mundo, tan propicias para los hombres valientes y resueltos. Refinado, buen militar, generoso y pendenciero, todo hacía pensar que tendría una carrera triunfal. Contrajo matrimonio con doña Andrea de Hormaechea, de la cual tuvo un hijo que, como la madre, no vivió mucho. En 1810 contrajo segundas nupcias con la mejicana María Rafaela García de Ferro, con quien nunca pudo entenderse y de quien tuvo una hija, Dolores Moledo, destinada a ser la madre del Regenerador.

Poco después partió para Santa Fe, donde se puso al servicio de la causa de la emancipación, obteniendo el nombramiento de director supremo de la guerra por esta provincia. Sin embargo, esto que parecía ser el primer paso hacia la realización de sus ambiciones, fue solamente el principio de sus dificultades. Su nacionalidad española suscitó desconfianzas entre los patriotas y le creó resistencias que le fue imposible vencer. Por eso no tardó en abandonar a Santa Fe con dirección a Cartagena, donde fue nombrado comandante del batallón “Fijo”.

Pero allí, sólo aumentaron sus desgracias; en la guerra entre los realistas de Santa Marta y los patriotas de Cartagena, perdió la batalla de Pedraza y fue acusado de traidor —destino trágico de esta familia— y destituido del mando.

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Luego, su vida se pierde en la mediocridad de la derrota, de una derrota que le cerraba cruelmente todas las puertas del éxito; y pocos años después muere, sin dejar otra huella que la de sus desventuras, y su hija, quien pasó a manos de don Vicente García del Real, con quien contrajo matrimonio la señora de Moledo poco después de enviudar.

Así termina la primera etapa de este drama de generaciones.

Pero Dolores Moledo creció y la historia debía continuarse con su implacable dramatismo. Bella, ardiente, llena de ilusiones, todo lo esperaba de la vida y del amor. Educada en un ambiente distinguido como el del hogar de su padrastro y cuidadosamente alejada de todas las pequeñeces del mundo, nunca pudo transigir con nada que no fuera virtuoso y elegante.

A los 14 años conoció a su primo, el coronel Francisco Núñez García, hombre atractivo por muchos aspectos, de apariencias toscas pero de fondo tierno, acostumbrado a disimular sus sentimientos más delicados por su larga vida en los cuarteles, en la cual, cuando no se es duro hay que parecerlo. En sus aventuras galantes el coronel Núñez García fue siempre un hombre reservado que disimuló con una supuesta alegría las amargas decepciones de su juventud. Tal vez, por eso, el día que conoció a la señorita Moledo, niña de 14 años, se prendó de ella al adivinar que a esa jovencita que lo ignoraba todo, podría confiarse por completo; que con ella podía ser tierno sin parecer ridículo, amarla con devoción sin ser rechazado.

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Y así, este hombre ya maduro, curtido en los campos de batalla, acostumbrado al lenguaje de los campamentos y a las voces de mando, comenzó la conquista de la niña de 14 años, para quien los hombres eran más maravillosos cuanto más desconocidos. Vestido con su brillante uniforme de coronel que embellecía su figura de atleta, se presentaba por las tardes en la casa de don Vicente y allí, en la penumbra de la gran sala de recibo, llena de antigüedades que ponían un tono de triste majestad en el ambiente vespertino, el hombre rudo intenta ser sutil, y sus labios acostumbrados a las palabras de muerte balbuceaban tímidas palabras de amor, que la señorita Moledo escuchaba con turbación, prendada en su sencillez juvenil, de ese rostro en el cual parecía reflejarse una gran pasión. Y el amor de un hombre cansado y el de una niña llena de ilusiones, los llevó al matrimonio. Al principio fueron felices. Él descubrió un mundo de delicadezas ignoradas, y ella uno de voluptuosidades desconocidas. Poco después, el 28 de septiembre de 1823, nació el primer hijo, Rafael Wenceslao Núñez Moledo.

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Mas la guerra y la política no tardaron en alejar al coronel de su hogar. La ambición de toda su vida fue llegar a igualar a los grandes caudillos de su época: a Montilla, a Obando. Por eso ansiosamente buscó en los campos de batalla y en las intrigas de la política, la fortuna y la gloria que lo elevaran hasta ellos. Por eso abandonó su hogar y volvió a su antigua vida militar, volvió a ser el hombre de guerra, el aventurero, y otras mujeres llenaron sus ratos de ocio en los campamentos. De esos amores tuvo otro hijo: Miguel Núñez.

Pero todos sus esfuerzos fueron inútiles: ni la fortuna ni la gloria vinieron a él. “Buen oficial para mandar un batallón —dice Tamayo exactamente—, se distinguió en el arma de artillería; no ejecutó proeza digna de figurar en la historia, no obtuvo fuera de pasajera recompensa, altos honores. Temperamento exaltado, el destino le obligó a vivir en los cuarteles con mezquina paga. El coronel Núñez fue el tipo del hombre que siempre llega tarde a todas partes; de ahí su infelicidad”.

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Todas estas derrotas agriaron más su carácter y lo lanzaron a una vida de desenfrenadas licencias que lo separó aún más de su hogar. Doña Dolores, demasiado joven para comprender y más aún para soportar, al ver rotas todas las ilusiones de su juventud, lloró con esa infinita amargura con que las mujeres verdaderamente virtuosas se despiden para siempre de la felicidad y del amor. Después, la soledad y el orgullo la endurecieron y se encerró en su casa de la calle del Coliseo, resuelta a no dejar adivinar de nadie el fracaso de su corazón.

Allí su único consuelo fue su hijo Rafael; en su enorme desventura, su hijo se convirtió en el centro de sus afectos. Huérfana de caricias y ternura, todos sus mimos fueron para ese hijo suyo, profundamente sensible y afectuoso. Y así poco a poco le fue llegando la tranquilidad, una tranquilidad resignada, que sólo interrumpían las no muy frecuentes visitas de su marido.

Y en ese hogar dominado por la sombra de una pena secreta y huérfano de afectos paternales, fue creciendo el futuro Regenerador. Adorado y consentido por su madre, cuidado por su padre a su manera, es decir de un modo un tanto frío, en su espíritu se fue formando lentamente una misteriosa simpatía por la mujer, simpatía que en el curso de su vida habría de constituir uno de los más salientes rasgos de su carácter.

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Los pocos datos que hay sobre su infancia nos lo presentan como un niño débil, enfermo con frecuencia, de rostro pálido, muy efusivo y afectuoso y dotado de una imaginación verdaderamente precoz.

Todos los innumerables cuidados que le procuró su madre, y el amor casi apasionado de ella para con ese hijo, único consuelo de su soledad, formaron en él un afecto hondo, inconsciente, que se cristalizó en una dependencia absoluta del niño con la afligida madre. Dormía junto a ella, jugaba siempre a su lado, escuchaba embelesado de sus labios viejos y emocionantes cuentos de piratas, y sobre todo, se iba dando cuenta poco a poco de que en medio de la vida atormentada de su madre, él era su única esperanza, y sentía entonces un inmenso deseo de sobresalir, de ser poderoso para darle gusto en todo, para que todos la miraran como a una reina.

¡Oh madre! ¡En la natura no hay sonido que exprese claramente lo que has sidopara el hombre, lo que eres y serás! Que tu imagen, más grande que la idea, es imposible que copiada sea,pues para ello la pluma es incapaz. (“La madre”, Rafael Núñez)

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Y así, pasan algunos años; el niño crece, y tiene que salir del hogar para entrar por primera vez en contacto con sus semejantes en la escuela. Su salud no ha mejorado mucho, su cuerpo es débil y al entrar en ese mundo desconocido un extraño temor se apodera de él.

Cuando inició sus estudios, era Cartagena uno de los centros militaristas más importantes del país. Allí estaba intacto el espíritu bélico de la Guerra Magna y una heroica brutalidad saturaba el ambiente de la población.

Y el niño de naturaleza débil dio sus primeros pasos en ese medio fuerte y cruel. Acostumbrado a ser el centro de todo en su hogar, la convivencia con compañeros que se burlaban de su figurita endeble fue un cambio brutal, que produjo una honda revolución en su espíritu.

Esas primeras épocas de la vida son para el hombre un ensayo de acción sobre su medio y sobre sus semejantes y el resultado de tal ensayo, según sea adverso o favorable, deja en el espíritu huellas imperecederas; si se obtiene un resultado satisfactorio para el niño, el hombre será un ser tranquilo, audaz y seguro de sí mismo; en cambio, si se fracasa, resultará un hombre prudente y hábil en la búsqueda de subterfugios protectores de la personalidad, subterfugios que podrán ser el cinismo, la vanidad o la aparente seguridad de sí mismo, actitudes todas que indican el empeño de disfrazar realidades íntimas que no se quieren dejar conocer.

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Este primer choque del joven Núñez con su ambiente deja en su espíritu la amarga sensación de que el mundo le es hostil, de que la soledad ha de ser en adelante su refugio. Una gran desconfianza por los hombres, por sus camaradas, lo aleja de ellos, y lo obliga a envolverse en una actitud solitaria y distante.

Esto le crea más antipatías y hace más frecuentes y crueles las burlas y más doloroso el abismo que lo separa de sus semejantes. Odios profundos, de esos que relampaguearán toda su vida, se apoderan de él; y un deseo confuso de ser superior a todos, de mandarlos, tortura sus largas horas de silenciosa meditación en el solitario caserón de la calle del Coliseo. Porque en el ser humano, cuando sus deseos y su actividad chocan contra una resistencia que le impide realizarse plenamente, la fuerza potencial que este hecho acumula, tiende a buscar una salida que evite esta condensación peligrosa y lo logra regularmente por medio de la imaginación que sueña realizar lo que la realidad hace imposible; es tal lo que se entrevé en el verso de Núñez: Así a veces un hombre en su alma siente impulso de gloriosa vocación.

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Son precisamente estos choques y tensiones entre las fuerzas internas de un ser y las realidades de su medio, las productoras de esos estados de espíritu que llevan a los hombres a la poesía, a la música y al arte en general, porque sólo en este campo encuentran un lenguaje suficientemente amplio y humano para expresar la grandiosa confusión que domina sus almas. La poesía atrae a Núñez en esas épocas con fuerza irresistible, que su misma facilidad de expresión fomenta. Comienza entonces a escribir versos llenos naturalmente de los problemas internos de su complejo y juvenil espíritu; versos en los cuales se nota la dificultad que experimenta el autor para que quepan en sus palabras las contradictorias fuerzas que batallan en su alma, dificultad que Núñez describirá años después en esta forma:

¡Oh sueños! ¡Oh nieblas! ¡Oh sombras inmensas! ¿Qué voz las pudiera decir o cantar? Y eso es lo que bulle del hombre en el seno; dudas y esperanzas, salud y veneno, misterios profundos de bien y de mal. El canto es apenas informe lamento, de aquellos combates un rumor fugaz, perfil oscilante de un cuadro sombrío, un eco lejano del Bóreas bravío, un grano de arena del fondo del mar.

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Foto: Héctor Osuna

Ya desde esa época comprendió que en la inteligencia estaban su fuerza y su defensa. Sus antepasados a pesar de su espléndida fuerza física habían fracasado, pero él con su talento haría todo lo que ellos sólo alcanzaron a ambicionar.

La facilidad y la fortuna de sus razonamientos, desde la más corta edad, le produjeron desde entonces la impresión exacta del singular valor de su talento. Y su imaginación formidable, casi morbosa, lo obligó a volar por reinos de fantasía, llenos de triunfos y de gloria; estos sueños obraron como un sedante en su espíritu atormentado por secretas e imposibles ambiciones.

Entonces, impulsado por el gran descontento que lo dominaba se lanza al estudio, a buscar en la ciencia, en el conocimiento humano, la solución de sus problemas interiores y sobre todo, apoyo para ascender en la vida, para triunfar. Mas la irresistible violencia de los sentimientos que lo lanzan al estudio determina en él la calidad de la asimilación de los conocimientos que va adquiriendo. Su labor no es, ni podía ser, metódica, sistemática, sino al contrario, desordenada y ansiosa. Descuida los conocimientos primarios, pone poca atención a las lecciones de la escuela adonde asiste, de lo cual son índice sus deficientes conocimientos en gramática, por lo cual sufrirá toda su vida; pero en cambio devora libros de todas clases encontrados en la biblioteca de su casa, estudia a saltos economía, política, retórica, ciencias sociales, ciencias naturales, impulsado por un anhelante deseo de formarse una concepción general y explicativa del mundo, de dominar una serie de conocimientos que le permitan ser pronto superior a sus compañeros. Asimila todo lo que puede de la ciencia materialista de su época y por un tiempo él mismo se convierte en un materialista. “El cerebro secreta pensamiento como la caña miel”, decía en uno de sus versos.

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Mas su consagración al estudio lo hace más solitario. Se aleja de todos para concentrarse en sí mismo, para soñar con todo lo que ambiciona y de lo cual está hasta el momento tan lejano. A veces experimenta hondas crisis de tristeza que sólo la ternura de su madre puede calmar.

Termina su bachillerato en 1840, a los 17 años, e inicia sus estudios de Derecho en la Universidad de Cartagena. Dos influencias se marcan por entonces en su espíritu: la lírica de Zorrilla y la política de Lamartine. Historia de los girondinos —de este último— causó profunda impresión en el futuro Regenerador. La grandiosa rebeldía que palpita en esta obra encontró adecuado eco en el espíritu rebelde del joven Núñez.

Todo hombre que siente latir en sí una rica vida intelectual, necesita en su juventud de un maestro que lo libre de las influencias, conceptos y prejuicios de su medio, de un libertador que le enseñe nuevos caminos, que le haga pensar y dudar. Y esto fueron Zorrilla y especialmente Lamartine para Núñez. Después de repetidas lecturas de Historia de los girondinos su obra preferida, su espíritu quedó limpio de viejas influencias, y un anhelo de libertad iluminó el horizonte, todo posibilidades, del joven pensador. Esta influencia tuvo grandes consecuencias en toda su existencia; fue de esas que quitan mucho pero que no dan nada. Toda su vida posterior y especialmente su madurez no son otra cosa que el angustioso intento por librarse del vacío intelectual que ella le dejó.

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Mas, sobre el escabroso terreno de esta honda lucha espiritual, se abrió por ese tiempo un horizonte de dicha para ese joven atormentado. Una mujer, mejor aún, casi una niña, perteneciente a distinguidísima familia cartagenera, se cruzó en su camino y dejó en la vida del futuro Regenerador una huella imborrable.

* Fragmento del texto original de la primera edición de la biografía, del 12 de agosto de 1944.Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Indalecio Liévano Aguirre (Bogotá, 1917-1982) estudió derecho y ciencias sociales y económicas. Su tesis de grado, presentada en 1944, fue una biografía de Rafael Núñez, la cual le mereció la alta distinción de pertenecer, a la edad de veintisiete años, a la Academia Colombiana de Historia como miembro correspondiente. Historiador, periodista y político liberal, su brillante trayectoria como diplomático lo llevó a presidir la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Por Indalecio Liévano Aguirre * / Especial para El Espectador

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