:format(jpeg)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/elespectador/HEYYSEZ4WJHZ3BOYBYFYTN7VY4.jpg)
No había amanecido aún en Múnich cuando se abrió fuego en la Villa Olímpica. “Lo único que nosotros sentimos fue una explosión a las cuatro y media de la mañana. Lo sé porque me extrañó el ruido, miré el reloj y me pregunté a quién se le había caído algo grande a esa hora”, contó Darwin Pineyrua, el martillista uruguayo que dormía en el último piso del edificio donde sucedió el ataque. En él se alojaban las delegaciones de Uruguay, Hong Kong e Israel. Era esta última el objetivo de la guerrilla palestina Septiembre Negro. Algunos técnicos habían visto las figuras de los guerrilleros escalando la cerca que rodeaba la Villa, pero lo habían dejado pasar. Creyeron que se trataba de atletas que regresaban en la madrugada después de celebrar en el centro de la ciudad. Fue hasta la mañana siguiente, sobre las 7:30, cuando se dirigían a los comedores para desayunar, que los participantes de las olimpiadas entendieron lo que en realidad estaba sucediendo. Los intrusos se habían introducido hasta las habitaciones de los deportistas israelíes, a quienes tenían como rehenes, y en su paso habían asesinado a dos de ellos. Según contó la delegación uruguaya, cuando escucharon los gritos en el primer piso, saltaron por las ventanas y otros salieron por la puerta delantera, aprovechando la confusión. Habían comenzado las 20 horas de violencia que terminarían con la vida de más de una decena de personas.
Para la vigésima edición de las olimpiadas modernas, en 1972, El Espectador tenía como enviado especial al periodista deportivo Mike Forero Nougués. “Los seis hombres bien armados penetraron a la villa olímpica misteriosamente sin que hasta ahora el gobierno alemán haya podido explicar cómo lograron hacerlo. Sin embargo, y de manera exclusiva, podemos decir que este periodista logró entrar en la tarde a la Villa, sin tener credencial especial [...] En una palabra, aquí había mucho control para todo el mundo y en especial para los periodistas, pero, así como entramos nosotros pudieron hacerlo otros tantos, con propósitos proclives”, escribió para el diario que fue publicado el 6 de septiembre de aquel año, titulado “Martes sangriento en Múnich”. De acuerdo con el periodista, unos días antes unas personas de piel morena estaban utilizando las copiadoras automáticas para imprimir sus credenciales. “Nada tiene de raro que estas copias, pegadas a la cartulina, hayan servido para aparecer como acreditados y así haber entrado libremente”.
:format(jpeg)/s3.amazonaws.com/arc-authors/elespectador/1c660479-ba49-4cd6-933d-d877b33b64c3.png)