Sibarita amante del Jack Daniel’s, la buena mesa y el café, disc jockey, recreador, bongosero, instructor de natación, lector, armonicista, buceador, filatelista, cometero, caligrafista, ornitófilo, experto en blues, conferencista, aficionado al tiro al blanco con rifle, filántropo, profesor universitario, más recientemente mago y, por supuesto, diseñador gráfico, acuarelista, ilustrador y siempre caricaturista…, durante mi larga amistad de más de 30 años con Betto admiré su multitud de facetas y la profundidad con que se sumergió en sus innumerables aficiones, saberes y pasatiempos, porque si algo lo apasionaba, siempre iba por la de oro.
Así también era su personalidad, siempre franco y expansivo, su chispeante monólogo a veces nos convertía en espectadores de un stand up comedy en el que podíamos participar. Ganador de varios premios Simón Bolívar, caracterizado con su boina, siempre vestido de negro y una sonrisa, a pesar de tener una suerte loca y ser amado por la diosa Fortuna, Betto forjó su obra con tesón, talento y esmero a partes iguales. Con su trazo sobrio y elegante ilustró durante un buen tiempo las columnas de El Espectador y su presencia fue permanente hasta el último día de su disciplinada vida, durante más de 20 años, en las páginas editoriales de este prestigioso diario capitalino, donde sus nítidas e ingeniosas imágenes en blanco y negro, que fueron su sello personal, hacían reflexionar y esbozar una sonrisa a sus lectores.
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Desde hace unos meses la parca tocó a su puerta, y entonces tuvimos la oportunidad de conocer otro aspecto de su personalidad: la del guerrero que enfrenta la adversidad, sereno y sin aspavientos. Por eso, en su denodada lucha por seguir adelante nos dio una lección de vida e integridad y nos demostró que “se vive una vez para ser eternamente libre”, como dice la canción Muere libre, de Kraken.
Así que vuela alto, querido amigo; despliega tus alas, deja atrás el sufrimiento y vuela más allá del arcoíris, donde te espera la tranquilidad, hallarás el descanso que mereces y tu alma aleteará como los pájaros que tanto amabas. Aquí quedan los amigos que tanto quisiste, pues siempre tendiste tu mano para ayudar a quien la necesitaba. Siempre estarás en nuestros pensamientos y en nuestro corazón, porque dejaste una huella indeleble en blanco y negro.
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Y para cerrar, una estrofa de la Elegía, de Miguel Hernández: “A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”.
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