Abelardo y Eloísa: Entre el amor y el logos
Abelardo y Eloísa, una pareja de intelectuales de la Edad Media que por medio de un intercambio epistolar logró mantener un amor prohibido por la sociedad.
Andrés Osorio Guillot y Laura Valeria López
¡Aun murmurado en lágrimas que en suspiros persiste!
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¡Aun murmurado en lágrimas que en suspiros persiste!
Cuando descubro el mío también yo me estremezco,
alguna atroz desdicha lo persigue de cerca.
Recorriendo las líneas derrámanse mis ojos
guiados por una triste variedad de dolores.
¡De amor ardiendo o bien mustia en mi lozanía,
en un convento sola, y en tinieblas perdida!
La religión severa calmó indómitas llamas,
de la pasión murieron aquí el Amor, la Fama.
Estos versos son del poema trágico de Eloísa a Abelardo, escrito por Alexander Pope en 1717. Y como Pope, muchos otros escritores quisieron seguir estirando en el tiempo la historia de esta pareja que en la Edad Media hizo del amor un sentimiento trágico y un tintero que provocó un intercambio epistolar que años después se reafirmó en la literatura.
Abandonaron los libros por entregarse a la piel del otro. Sucumbieron a las pasiones ydejaron el camino de una obra que ya había empezado. Escaparon. Fueron encontrados. La clandestinidad había hallado su primer final, pero no dejó de reinventarse. Las cartas, en su tiempo y en el ahora, siempre han sido cómplices en medio de la distancia y de las circunstancias.
De Eloísa se sabe poco. Su biografía está llena de lunares que impiden saber a ciencia cierta los datos que determinaron su vida. La historia la ubica como una de las primeras mujeres escritoras en Occidente. Las mismas cartas que son testimonio de un pensamiento poco acorde con su época datan de una vida letrada, de la reflexión de las convenciones sociales que determinaban o dictaban sin alternativa alguna cómo debía darse el amor entre los seres humanos. Del amor cortés, de las relaciones por conveniencias que parecen darse desde siempre en las élites, pasó a un amor apasionado, desprovisto de lo que pedía su tiempo.
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A Eloísa la buscaron como consejera entre los gobernantes. Su intelectualidad, que tampoco era permitida para las mujeres en la Edad Media debido a una educación pensada únicamente para los hombres, fue la base de la distancia que tomó de lo prohibido. Y fue esa misma sabiduría la que despertó el elemento del deseo en su vínculo con Abelardo. un deseo mediado por el conocimiento fue la razón que desafió a los dedos que señalaban y condenaban una pasión que era mal vista en los círculos de la religión que también habitaron y en las normas sociales que desconocían del verdadero sentido de la libertad.
Eloísa, dentro de su libertad, mantuvo su fe por Abelardo. Cada día se arrodillaba ante el Cristo que yacía en su habitación, se encomendaba a él e inmediatamente aparecía la imagen de su compañero. Dentro de la cruz del Cristo habitaba una pluma, insignia que ella denominó como una reliquia sagrada. El día en que la pluma de una paloma cayó sobre su regazo fue el último día que pudo disfrutar a Abelardo como pareja.
Pedro Abelardo escribió Historia calamitatum, su biografía. En este libro la vida del maestro de la lógica estuvo llena de desventuras y desilusiones, desde sus enfrentamientos en los círculos del conocimiento, su desencuentro con Roma y, por lo que más se conoce e idealiza, su amor con y para Eloísa.
Abelardo estudió en París retórica, gramática, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música. Gracias a todos sus estudios comenzó su camino como docente en 1112 en un seminario. Sus oratorias fueron tan famosas que sus estudiantes iban desde otros lugares a escucharlo. Abelardo igualmente se inclinó más por la música y por la poesía.
Este conocimiento fue su propia condena, ya que uno de los encargados del seminario, Fulberto, canónigo de París, le pidió que se encargara de educar a su sobrina: Eloísa. En 1115 Eloísa comienza sus estudios. Este escenario se presta para que nazca una complicidad que derivaría en un amor entre ellos.
Fulberto, quien estaba enamorado de su sobrina, conocía el amorío que existía entre su catedrático y su familiar, y ordena la castración de Abelardo en modo de venganza y manda a Eloísa a un convento, donde da a luz al hijo de Abelardo. Como consecuencia de la suma de todas estas situaciones decide iniciar su camino como monje. Tiempo después vuelve a la enseñanza, teniendo lugar la famosa “Querella de las Universidades”.
En 1121 lo acusaron de herejía, por este motivo él acude al Concilio de Soissons a exponer sus defensas. No obstante, el veredicto ya había sido elaborado antes de su llegada, pues sus opositores temían enfrentarse a su facilidad de argumentar cualquier teoría y, en este caso, su defensa. Se le condenó a quemar su obra y retirarse de la docencia.
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Luego de su juicio decidió crear su propia escuela, “Paráclito”, la cual tuvo gran acogida y muchos jóvenes acudieron a oír sus enseñanzas. Al tomar su propio camino también es juzgado y condenado, pero en este caso fue acusado por San Bernardo de Claraval y el abad de Cluny. Abelardo solicitó la defensa pública ante el Papa, pero nuevamente por miedo a su retórica se le negó el derecho a la defensa y lo declararon hereje. Su sentencia fue vivir en silencio.
La obra continuó. Su tiempo juntos se dibujó como un paréntesis en donde el deseo pasó a ser el protagonista de sus vidas, sugiriendo una vez más la debilidad del ser humano en cuanto a los placeres de su cuerpo, en cuanto a las efímeras alegrías del amor. La distancia no apaciguó sus sentimientos. Ese intercambio epistolar es testigo de una relación que se rebeló a las condiciones de la época, y también es testimonio de dos intelectuales que reflejaban en sus versos trágicos los conocimientos en las ciencias y las artes. Sus palabras no solo quedaron en los ecos de esos grandes claustros universitarios, también quedaron en esos papeles que dejaron de ser hojas en blanco y pasaron a ser otra historia más que hace de la literatura el vehículo más fidedigno para descubrir las intimidades y, por ende, las verdaderas caras de la naturaleza humana.