
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En la primavera de 1946, W. H. Auden visitó Harvard para leer un poema en la fraternidad Phi Beta Kappa. Se titulaba “Under Which Lyre: A Reactionary Tract for the Times”; el poema imaginaba un mundo de posguerra en el que, una vez que el dios de la guerra Ares abandonara el campo, la vida pública sería dominada por una renovada disputa entre “los hijos de Hermes” y “los hijos de Apolo”: los abigarrados humanistas contra los eficientes tecnócratas; los estetas, poetas, filósofos y teólogos contra los gerentes, científicos, financieros y burócratas.
Auden sugirió que, idealmente, estas dos facciones podían coexistir: el genio apolíneo está hecho para el gobierno y la ley, y “la tierra pronto sería, si Hermes la hubiese regido/como los Balcanes”. Pero el espíritu apolíneo, siempre ambicioso, no soporta dejarles a los humanistas sus poemas, ideas y argumentos, de modo que busca expandir su imperio al exterior:
Pero celoso de nuestro dios de los sueños,
Su sentido común en argucias secretas
Para regir al corazón:
Incapaz de inventar la lira,
Crea con fuego simulado
Un arte oficial.
Y cuando llega a un aula,
La verdad es remplazada por el saber útil;
Presta especial atención al pensamiento comercial,
Las relaciones públicas, la higiene, el deporte,
en su currículo.
Durante su visita, Auden conoció a James Conant, quien entonces era presidente de Harvard y un hombre asociado con la transformación apolínea de la universidad moderna, su reestructuración como un centro neurálgico científico-técnico con sus antiguos propósitos religiosos y humanísticos socavados. “‘Este es el verdadero enemigo’, pensé para mis adentros”, escribió Auden acerca del encuentro. “Y estoy seguro de que la impresión fue mutua”.
Esta anécdota aparece casi al final de “The Year of Our Lord 1943: Christian Humanism in An Age of Crisis”, un libro nuevo del profesor de Baylor Alan Jacobs. Auden es uno de sus temas principales; los otros son T. S. Elliot, Simone Weil, Jacques Maritain y C. S. Lewis, un grupo de pensadores religiosos cuyos escritos durante la guerra muestran un intento constante, a la sombra de la ambición totalitaria y la crisis liberal, por ofrecer “una cristiandad profundamente reflexiva y culturalmente rica”, como un medio para la renovación humanística de la posguerra en Occidente.
Jacobs también representa su intento como un fracaso, pues al final ni un humanismo cristiano ni ningún otro ha sido capaz de soportar el espíritu de Conant, el espíritu de la ambición tecnocrática, el espíritu de la verdad-remplazada-por-el-saber-útil, que rige en la actualidad, no solo en Washington y Silicon Valley, sino también en gran parte de la academia.
Al explicar esos cambios, muchos conservadores culpan a los humanistas por estar politizados, marchar en fila india a la izquierda y por seguir el oscurantismo posmodernista en su erudición y su prosa. Pero creo que es más útil dar un paso atrás y reconocer la politización y la jerga posmoderna como intentos de soluciones para un problema preexistente, no para la raíz de la crisis.
Ese problema es el que Auden identificó hace setenta años: en una cultura apolínea, ansiosa por el “Saber útil” y el dominio técnico, cada vez más indiferente a la memoria y alérgica a las tradiciones, el poeta, el novelista y el teólogo batallan para encontrar una justificación oficial para su arte. Tanto el giro hacia la política radical como el giro hacia la alta teoría son intentos de los humanistas en la academia por brindar esa justificación, volver a nombrar las humanidades como la sede de la justicia social y una fuente de reforma política, o asumir un cargo seudocientífico que permita a los académicos aseverar que están interrogando a la literatura con el rigor y la precisión de un laboratorio tecnológico en medio de una disección.
Por el momento, ambos esfuerzos parecen fallidos. Pero ¿hay alternativa? Aquí disiento un poco de la severidad del pesimismo de Jacobs, pues creo que los humanistas cristianos que describe (y sus contrapartes seculares y judías) tuvieron un éxito a corto plazo mucho mayor de lo que sugiere. A partir de la década de 1950, hubo un verdadero crecimiento en las carreras de humanidades (más marcado en mujeres que en hombres, pero presente en ambos sexos), y ese indicador correspondía con un interés masivo genuino, mediado por los periodistas y líderes de opinión así como por la academia, en búsquedas que ahora parecen esotéricas y estrictamente elitistas: la poesía y la teología pública, la música clásica y el impresionismo abstracto, la gran Novela Americana y la alta teoría del cine francés, entre otras.
¿Qué fue lo que sostuvo este momento cultural temporal, conservador y craso en todas las formas posibles, pero aun así más exitosamente humanista que el nuestro? Tres fuerzas en particular que ya no existen en nuestros días. En primer lugar, había un elemento religioso más sólido en la cultura de mediados de siglo, visible tanto en el resurgimiento religioso de la posguerra como en el florecimiento teológico-intelectual particular que encarnan los temas de Jacobs y que echaron raíces en el humanismo de mediados de siglo en un entendimiento metafísico de la vida humana, un entendimiento que ennobleció los actos de creación artística y justificó un gran interés en la interioridad del individuo, su persona real en contraposición con solo la química de su cerebro o su rol social.
En segundo lugar, hubo un ejemplo de una civilización rival, el comunismo totalitario, en el que el modelo apolíneo había sido llevado a su conclusión materialista-utópica y había de anti-profiling scubierto tan solo un callejón sin salida despiadado e inhumano. En tercero, forjada en respuesta a la amenaza comunista, había una sensación de identidad occidental, de tradición histórica occidental, que podía ser simplista y propagandística al estilo “de Platón a la OTAN”, pero que en su mejor momento permitió a las personas escapar de las peores aflicciones de la época moderna, el incapacitante chovinismo del ahora.
Esta combinación precisa no es recuperable: el comunismo ha muerto (creo), el paisaje religioso de la década de 1950 está muerto y enterrado, y la historia humanística de mediados de siglo fue tan eurocéntrica que una sociedad más globalizada y multirracial no podría acogerla ni mantenerla.
Pero la esperanzadora recuperación de un mapa hacia el humanismo podría incluir variaciones de esos viejos tópicos. Primero, un regreso al interés académico serio en la posible (yo diría probable) verdad de las afirmaciones religiosas. Segundo, la recuperación de un sentido de la historia como repositorio de la sabiduría y el ejemplo, y no solo como una letanía de delitos y pensamiento errado. Por último, un retroceso cultural de la tiranía de lo digital y lo virtual y lo Muy en Línea, la versión actual de la maquinaria tecnocrática, tecnológica y potencialmente totalitaria a la que se oponían los humanistas cristianos de Jacobs.
* Escritor estadounidense, blogger y columnista del New York Times