Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Al nacer ya se está muerto

En ‘El diluvio’, François Bresson peregrina en sus pensamientos no estructurados.

Melisa Machuret / Alberto Bejarano

04 de diciembre de 2008 - 06:00 p. m.
PUBLICIDAD

Si se observa la realidad de manera cruda, puede ésta convertirse en un paisaje apocalíptico, donde la desintegración de la materia conduce a la muerte, y es allí donde el vacío final toma su forma para convertirse en la visión de François Bresson.

Un hombre errante, de pasos calmados, acopla sus pensamientos dentro de la angustia de contemplar un mundo donde el control se escapa, al intentar fallidamente capturar aquello que es real: una mujer desnuda en su cama, un vaso que se rompe en el suelo, una corriente de viento o el polvo que nace bajo sus pies al caminar por la ciudad que lo abraza temerosamente.

El diluvio es una exaltación a la palabra escrita que crea una novela, donde el lector se ve despojado de sus propios pensamientos para sumergirse en los ojos de su protagonista, quien nos conduce de manera inestable a la apariencia de las cosas que le rodean. Emprendiendo un camino, de aquellos que los viajeros realizan no sabiendo cuál es su última estación, François Bresson peregrina y nos involucra —sin pedirnos autorización— en sus pensamientos no estructurados. Él observa y piensa, nosotros somos testigos y cómplices de su conducta.

Por este motivo, no se debe esperar que la lectura de El diluvio sea un ejercicio fácil para el lector, pues si bien su obra habla de las composiciones cotidianas que nos permiten entender que el mundo está allí afuera y nosotros poseemos un cuerpo integrado a una realidad, la existencia nos enfrenta a nuestra simple condición de humano: hemos nacido y el único final de nuestra vida es la muerte.

Sin embargo, dentro de la tragedia de sentirse parte de un mundo donde ningún dios puede prever todo aquello que ocurrirá, François Bresson acepta que siendo él un hombre con temores y sentimientos, se convierte en un fantasma dentro de la masa de humanos vivientes. ¿Angustia? Quizá, pero si logramos entender que la fragilidad de todo, como el rocío que se desvanece para ser parte integrante de un ser vivo de una planta, la existencia individual de cada uno de nosotros está predeterminada a sobrevivir antes de que llegue la hora, el minuto, el segundo, en que estemos destinados a desaparecer. Un presente corroído por el pasado, con un futuro incierto que tan sólo toma forma cuando, junto al mar, François Bresson mira el sol y deja salir sus lágrimas permitiendo que la luz lo vuelva ciego, una ceguera después de haber visto que todo desaparece cuando debe morir. El lector valora que la literatura de J. M. G. Le Clézio es un reconocimiento a la vida cuando su autor ha creído que todo ya está muerto.

Read more!

Muñecas rusas…

¿Quién es el sujeto de la modernización reflexiva? ¿Cuál es el medio de la modernización reflexiva? ¿Cuáles las consecuencias de la modernización reflexiva? ¿Qué se considera que es el motor de dicha modernización? En La sociedad del riesgo, primer ensayo de este libro, el sociólogo alemán Ulrich Beck parte del concepto de incertidumbre para vislumbrar los espacios grises de la Modernidad (que no son pocos), y nos ofrece para empezar la metáfora de las muñecas rusas. En palabras de Beck, “en la imagen de la sociedad industrial clásica se consideraba que las formas de vida colectiva se asemejaban a las muñecas rusas que se alojan unas dentro de las otras”.

Read more!

Las muñecas rusas están huecas por dentro, y por ello, albergan en su interior otra muñeca con la misma característica pero de menos tamaño y así sucesivamente. Aquí viene la mirada singular de Beck. En estos tiempos de “globalización” e (hiper) individualización, el problema, según él, es quedarnos pensando que siempre encontraremos un refugio en la siguiente muñeca, y basándonos en esa fe (moderna), renunciar a pensar formas nuevas de lo político.

Esta es la apuesta de Beck: pensar la invención de la política por fuera de los moldes cerrados de las categorías tradicionales (pueblo, clase, etc.) y asumir plenamente la Modernidad como el “reino” (en palabras del filósofo italiano Giorgio Agamben en su último libro) de la incertidumbre y no como el paraíso de las certezas. Pensar las paradojas de la Modernidad, donde “iluminismo” y “ceguera” (aludiendo al libro de Saramago), son dos caras de la misma moneda. Formas de “vernos” a nosotros mismos, como algo más (o menos) que una muñeca rusa. Sin embargo, el proyecto de Beck no es reflexionar sobre la modernidad, sino “(entender) que la premisa clásica de la teoría de la reflexividad de la modernidad es que cuanto más avanza la modernización de las sociedades modernas, tanto más se disuelven, consumen, cambian y son amenazados los fundamentos de la sociedad industrial”. Ni pesimismo ni optimismo. Neutralidad.

No ad for you

Por Melisa Machuret / Alberto Bejarano

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.