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Albalucía Ángel, la pájara en vuelo

Ediciones B rescató del olvido la canónica novela “Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón”. Charla con una de las escritoras que mejor han estudiado la literatura inspirada en la violencia en Colombia.

Alejandra Jaramillo Morales, Especial para El Espectador
26 de abril de 2015 - 03:33 a. m.
Alejandra Jaramillo (a la derecha) considera a Albalucía Ángel una de las mejores escritoras de la historia colombiana. / Oscar Pérez – El Espectador
Alejandra Jaramillo (a la derecha) considera a Albalucía Ángel una de las mejores escritoras de la historia colombiana. / Oscar Pérez – El Espectador

Quiero empezar diciéndote que eres una de las grandes escritoras del siglo XX de Colombia.

Favor que me haces.

Y creo que “La Pájara Pinta” es una de las novelas más importantes, sino la más importante de las novelas sobre la violencia en Colombia y sobre las nuevas representaciones de la violencia, pero resulta que tiene cuarenta años. Entonces ¿qué sientes tú que en este momento esté saliendo este libro?

¡Está joven y bella! Yo pienso que tiene cuarenta años y que la edad no importa. Claro que se van envejeciendo ciertos términos y se pueden envejecer ciertos focos y maneras de accionar. Pero la historia no la puede borrar nadie y lo que creo es que por fin la desenterraron, sobre todo para los niños y jóvenes. Una historia que estaba enterrada, yo enterrada vivía muy feliz, porque ustedes los de la academia y sobre todo las mujeres en Colombia me han trabajado enormemente y me han devuelto a la vida. Estaba amortajada, como en la novela de María Luisa Bombal. La academia del mundo me ha reconocido. Me parece que es importante que el libro vuelva a tener una juventud para la juventud de ahora. Lo más importante es que no traicioné la historia. Esta novela que era para mí un nido de gulungos, un laberinto, un enredo que no se entendía, es hoy en día parte de las técnicas literarias que ustedes conocen y amplían. La novela es muy comprensible, yo estoy satisfecha de que sobreviviera a todas las catástrofes y esté volando finalmente, porque Oscar Osorio escribió una tesis que se llamaba “Historia de una pájara sin alas”. Y le quiero decir a Oscar que gracias a esos estudios le han vuelto a poner alas a esta novela.

Quiero que echemos reversa y nos vayamos a los años setenta.

Reversa. Dicen que yo no tengo reversa, que tiene más reversa un avión.

Pero quiero que nos vayamos a los años setenta y me cuentes ¿qué fue escribir esa novela a principios de los años setenta? ¿Qué significaba hacerse escritora en ese momento?

Una catarsis violenta escribir esta novela. Yo ya había escrito dos: “Los girasoles en invierno” y “Dos veces Alicia”. En la primera saqué toda mi manera de ser libre y en la segunda la locura. Una mujer con una guitarra inventando lo que pudiera, pero con la Pájara, no pude inventar una palabra, no me podía traicionar con esta historia. Fue una catarsis dolorosa.

Yo me había casi muerto porque unos hombres me atacaron en Madrid y tuve una muerte, yo pasé al otro lado de la vida y regresé. Con el milagro de regresar supe que mi compromiso era de vida o muerte. Cada día decía, yo no me puedo morir, yo no me puedo morir, la cabeza me la habían vuelto pedazos. Y significó un gran sacrificio físico porque yo tenía unos dolores de cabeza que se fueron aliviando a medida que hacía la catarsis. Entonces vine a Colombia a morirme. Estaba desahuciada prácticamente y al tiempo recogí una maleta llena de recortes de prensa, no existía nada que uno pudiera llevarse en memoria usb y llegué a Madrid llena de historias. Llené las paredes de mi cuarto de periódicos y en la mañana amanecía y miraba las paredes y lloraba. Entonces la catarsis fue un compromiso natural de vida. Fue un gran sacrificio. Resulta que me liberé mucho y el mayor reto fue la verdad y nada más que la verdad.

No traicioné la historia. Cuando la terminé supe que lo había logrado y le dije a Carlos Barral mi editor, mi amigo, no publiques todavía, me temo que me voy a ganar un premio en Colombia. Mi ritmo fue catártico total, yo hacía catarsis todos los días no por mí personalmente, yo siempre hice una catarsis por el dolor colombiano, una catarsis colectiva.

¿Qué era lo que había alrededor de ese momento, dónde estabas, con quién estabas, quiénes lograron darse cuenta de que estabas escribiendo esa novela?

Nadie, yo estaba donde el Gabo muchas veces porque en Barcelona el Gabo me daba la camita de uno de los niños porque no había sitio. Así estaba Gabo, no se había sacado “Cien años de soledad”, estaba empezando. Entonces Gabo tenía sus tertulias y venían todos esos ídolos y ese boom que luego se forma y yo venía de cantar porque yo me ganaba la vida cantando, entonces llegaba donde el Gabo a dormir pero a las dos de la mañana, ahí estaba Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o podía estar Julio Cortázar y yo llegaba como interrumpiendo esa tertulia de sabiduría, esos presocráticos latinoamericanos y yo venía rendida y decían ‘ay por fin llego Albalú’, cántanos una ranchera y yo cantaba y nunca se habló que yo fuese escritora.

Entonces un día Vargas Llosa entró donde Carlos Barral mi editor, yo salía con “Dos veces Alicia”, y dice: ‘oye qué haces aquí’. Y digo me sacaron un librito y dice ¿Tú eres escritora? Esa noche en la tertulia de Gabo dijo el Mario, ‘¿oigan ustedes: sabían que Albalú era escritora?’. Y me pidieron que cantara una ranchera. Otro día me dice Carlos Fuentes, dos años después, ‘oye vámonos en tu coche, se rompió el coche, por obra de Dios sería, y caminamos’. Yo le contaba a Carlos una de mis historias y él no quería que parara. Cuando llegamos a la cena dice Fuentes: ‘¿ustedes sabían que Albalú es escritora?’. Alguien dijo: ‘se perdieron las gambas al ajillo’. Así fue, nunca se supo que yo era escritora.

Y el premio Vivencias en 1975, ¿cómo fue ese proceso?

Había varios escritores alertas por saber si yo iba a mandar algo al premio. Yo no tenía con qué mandar la novela y fue Alberto Cousté quien me organizó todo. Mi seudónimo era Policarpa y me escribieron del premio diciendo que eran cinco manuscritos y no cuatro, ya había costado una fortuna y mandé los últimos papeles que tenía, eran manuscritos en papel rojo, amarillo, verde, eran de todo los colores. Entonces no me pudieron descalificar, no hubo manera de borrarme. Y Álvaro Mutis dijo que esa era la novela del premio. Después hubo dudas, hasta dijeron que Gabo había llamado a Álvaro Mutis a que me diera el premio, y que además uno de los jurados dijo: me temo que eso lo escribió García Márquez. Así fue Vivencias, yo no vine por el premio nunca.

Bueno ahora vámonos a la novela, ¿cómo fue la construcción, la estructura de esa novela? ¿Cómo planeaste tu escribir ese texto?

Antes de mi accidente yo había escrito unas páginas primeras, y cuando llegué de la muerte dije no, me repensé toda la novela, porque como tú dijiste una vez, yo escribo en función de la muerte. Yo me estaba muriendo. Claro, mis muertes son auténticas. La muerte de Colombia es auténtica, entonces volví a poner ese principio y tiré como sesenta páginas, que no es fácil y empezó un río de consciencia como en la literatura de Virginia Wolf que era mi gran maestra. La novela se hacía sola, yo dejaba que el ser que ya me había integrado después de esa muerte hablara. Yo vi el 9 de abril en mi pueblo muy jovencita, pero a mí me salía y me salía como un torrente. Al otro día me venía otra manera de escribir y yo decía no importa y entraba en esa otra manera de escribir, o sea seguí un fluido natural en mí. Entonces Julio Cortázar lee esta novela para Gallimard y declaró que no había leído nada que se pareciera en América Latina, y que yo iba a ser la gran escritora, eso que tú con tanta generosidad dices. Después cuando hablaba yo con Julio me decía ‘¿Oye y qué paso? ¿Porque la novela no se conoció?’. Yo nunca supe que pasó, no me interesó, pero a mí que me dijera Julio eso, me hizo quedar muy tranquila. Yo tenía que escribir la verdad de una historia que en Colombia nadie había querido escribir.

Hay una cosa que a los muchos lectores y lectoras nos ha impactado y es no solo lo polifónico, sino la posibilidad de poner las voces más disimiles a conversar sin que tomes una posición moral frente a esto. Digamos obviamente hay un mundo tuyo que sabe cómo se posiciona, pero lo impactante y lo fuerte es que esa novela nos cuenta un país sin una tesis. ¿Cómo era eso, cómo fue construir eso y cómo fue el tiempo en la novela?

Es un día. Esta señora se está despertando, no se quiere levantar de la cama y cuando se levanta de la cama ya se acabó la película que son años de años. Era una frecuencia de lo que ahora es mi filosofía, de que el momento no es sino uno, de que hay un tiempo que no es lineal, como dirían los mayas el no tiempo. Allí la novela fluye y fluye y no me importa si es abril, si es el 48, yo vuelvo a mi cama, yo me situó en el ahora y desde el ahora conté ese tema.
No me di cuenta, que estaba siendo simplemente yo, y mi foco era ese, yo estaba en ese lugar del no juzgar. La polifonía me fascinaba, no me daba cuenta hasta que la vi, que yo tenía el lenguaje de los Pájaros que me fascinaba, el lenguaje del pueblo que lo conocía de memoria. Soy cantante, soy música de nacimiento y eso me permitía oír esas voces, saber cómo sonaban.

Mira hace poco estuve en una mesa con Soledad Fariña, una poeta chilena y me decía que en los años ochenta en Chile, Albalucía Ángel era un icono, un ídolo para ellas, que venía toda la gente de Estados Unidos y hablaban de Albalucía Ángel y entonces yo pensaba en Colombia, en que nos demoramos mucho en llegar ¿Qué significó ese silencio, ese estar encerrada en Colombia? ¿Cómo era para ti eso?

Es como este señor que nos cuentan que salió de la tumba tres días después, Lázaro, que le dicen levántate y anda y el señor casi se muere cuando se vio vivo y no eran sino tres días. Calcula yo cuarenta años.

A Chile me invitan y yo digo que no voy mientras esté Pinochet. Me había desaparecido, esos años, cuarenta años, pero escribí “Misia señora”, una novela que para mí es lo máximo, ahí si pude hacer lo que me dio la gana, sin embargo es la parte cultural integrada, el ADN de mujer, ahí viene el espíritu femenino, donde yo tampoco creo que lo traicioné. Después escribo ya la parte galáctica, yo ya estoy avanzando, estoy en Londres ya soy muy galáctica y vienen mujeres de las galaxias, “Las andariegas”. Al final en secreto he escrito veinte libros más y son una colección de 28 A – Z, esos son las galácticas de Arathia Maitreya que es mi otra esencia. Luego viene una trilogía de novelas de Albalucía Ángel que suman más de mil páginas, las he llevado a todas partes, las he ofrecido, estoy cansada, mi agente literario igual y me viven diciendo que no, o sea que sigo enterrada de todas maneras, sé que en cincuenta años los van a desenterrar.

Ya que mencionas el resto de tu obra quiero que hablemos un poco de “Misia señora”, y ahí está guardado un secreto muy importante tuyo, que son esas voces de las mujeres, de tus abuelas, tu madre. ¿Cómo es eso y hoy en día que significa para ti que esas voces hayan podido ser narradas?

Mi abuela paterna está en la saga de “La Pájara Pinta”. Después, en un momento escribo un poema, porque me quiebro una mano, me la aplasta el viento y me vuelvo nada y quedo así como ocho meses. Ahí salió un libro de poemas “La gata sin botas”, y me empieza a rondar la locura que para mí era un tema que tenía que escribir, puesto que yo siempre he sido loca y siempre necesitaba escribir qué es eso, porque a mí me rondó siempre la locura y los hospitales psiquiátricos y todo lo demás. Y yo digo, tengo que escribir esto y empiezo por mí misma que es Marianita. Alrededor de esto viene mi abuela materna, viene Sor grillo, que es este personaje de mi infancia. Era una estructura también de corriente tremendamente inconsciente y de repente veo y sé cuando escribo el cuento del guerrillero, en un libro que está escondido y hay cien mil ejemplares en una bodega en Colombia, “Oh gloria inmarcesible”, que apareció el tono de la novela. Ese cuento se lo dedico a Gonzalo Arango, hablo en la segunda persona que es la voz de “Misia señora”. Yo estoy hablando a ti, a tú, a mí misma. Yo estaba escondida detrás de un alter ego y ya empieza a salir esa familia materna. Y esas mujeres de mi familia materna eran muy liberadas, empezando por mi abuela, era una mujer con una raíz italianizada, sola, Virgo, que la describo y vengo a hacer ese retrato de esta abuela. Y entonces descubro que la novela debe ir de atrás para adelante.

Uno empieza a contar y acaba la novela, lo mío es al revés. Yo empiezo con un lenguaje de los años sesenta y termino con un lenguaje culto de finales del siglo XIX. Hago hincapié para ver quién me descubre que los lenguajes son distintos, que hablo con el idioma de los hippies, que los personajes que aparecen, porque todas van a tener el mismo nombre, cambian por la calidad del lenguaje, la expresión, la manera de escribir. Ahí venía mi maestra Virginia Wolf y la catarsis de nuevo la hice colectiva pero era más suave, era un sol, era un arquetipo, era Mariana, todas eran Mariana. El arquetipo me sirvió para poner que todas tienen el mismo nombre, lo que decíamos de mi pueblo, la misma perra con distinta guasca. Y que las mujeres habían tenido que pagar la locura, me enfoqué en la esencia de una realidad centrada en la verdad de lo que es una mujer. Ahí sí saqué todo lo que tenía que sacar en una palabra muy pura y magnífica. Me despojé de todo lo que tenía y empecé a sacar la esencia del alma femenina, todas soy yo. Ahí la catarsis fue mucho más intensa sin dolor, porque era una catarsis de liberación. Yo liberaba a la mujer, yo misma me liberaba. ¡Qué importa que seamos locas! y ahí no había guerras y no había esas muertes desgarradoras, ni había una cosa oscura, ahí no había sino un túnel para salir a la luz y yo salía de la locura a eso y fue magnífico porque mi lenguaje se crecía, yo estaba anhelando un lenguaje más libre, que no pude en La pájara aunque fuera polifónica. Y me enriquecí mucho y Carlos Barral la presenta en España y dice Luis Suñen: ‘esta es una novela de mujeres para mujeres desde la mujer que ningún hombre debe dejar de leer’.

Vamos a otro tema. ¿Cuáles son tus incunables? ¿Cuál es esa tradición que ha alimentado siempre tu escritura?

Fíjate que yo empecé por ciencia ficción como incunable y no me preguntes por qué, que en esta ciudad donde yo nací yo leí un médico del Tíbet que hablaba de la cuarta dimensión. Así entre al mundo del imposible que ahora lo llaman nueva era. Pero mi incunable es “Alicia en el país de las maravillas” y “Alicia a través del espejo”, lo que dijeron ustedes cuando me leyeron. “Rayuela” indudablemente, yo estoy en París, vivo muy cerca de Julio Cortázar mientras la escribe.
Y probablemente para mí mis incunables para decírtelo realmente fueron los cuentos de Hans Cristian Andersen y la fantasía de Carrol que considero cada vez más avanzada. También Simone de Beauvoir. Y por supuesto, Virginia Wolf que ha sido lo máximo siempre.

Entre más pasa el tiempo a los estudiantes más les gusta tu obra y han leído “La pájara pinta”, pero además “Misia señora” y han leído “Las andariegas” y “Tierra de nadie” y cada vez les gusta más, pero de La Pájara yo lo que les he oído decir a muchos que sienten que les hablan de una época que no es la de ellos, pero que todo lo que les dicen es de ellos, es de su momento ¿Qué les puedes decir?

Yo le digo a esos niños que yo llegué hace más de setenta años porque mi único propósito y razón era estar viva para hablarles a ellos. Muchas personas me han dicho, ‘tú naciste cincuenta años antes qué vas a hacer’. Eso es terrible y era verdad. Lo vio Jorge Zalamea: ‘niña usted nació cien años antes’. Y me pusieron en ese tono, yo he venido antes, qué cosa tan tremenda. Digo a esos niños que vine antes con un propósito y que celebro que lean La Pájara porque es la historia de su país, que la sientan como propia, que todos esos libros que van a seguir leyendo que están escondidos y que no me los quieren publicar, los vine a escribir para ellos.

Mi futuro no existe, mi pasado tampoco, soy un ser del ahora Yo vine con ese propósito. No me lo puedo creer cuando me toco de que estoy viva y que ya esos niños si me van a leer y a entender. Yo acabo de decir que en cincuenta años me van a leer, tú me acabas de decir que ya me están leyendo “Las andariegas” y “Tierra de nadie”. Yo estoy feliz que estén aquí, que Colombia tenga tanta gente hermosa, que no se dejen aplastar, que salgan a la vida, que tomen conciencia y salgan a la calle cantando, gritando, yo soy paz. Así tenemos que salir de nuevo cantando, escribiendo, abrazándonos y no dejando jamás un propósito que es el de liberarse ellos mismos, para liberar cualquier patria, cualquier territorio, para que ellos que vinieron a cambiar el mundo no se traicionen nunca.

 

* Alejandra Jaramillo es escritora, profesora de escritura creativa y literatura de la Universidad Central. Autora de investigaciones como “Nación y melancolía: narrativas de la violencia en Colombia” y las novelas “La ciudad sitiada” (2006), “Acaso la muerte” (2011) y “Martina y la carta del monje Yukio” (2015, Alfaguara Juvenil).

 

Por Alejandra Jaramillo Morales, Especial para El Espectador

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