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Alberto Fernández y José Barros

En 1965, el trío viajó a Argentina y se disolvió, dejando una profunda huella en la música popular colombiana.

Álvaro Morales Aguilar

19 de octubre de 2015 - 10:33 p. m.
Alberto Fernández Mindiola, cantante de Bovea y Sus Vallenatos. / El Pilón
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En este año, consagrado muy justamente al compositor de la música popular colombiana José Benito Barros Palomino, es justo también hacerle un reconocimiento a uno de los más representativos intérpretes de sus canciones, Alberto Fernández Mindiola, en cuya versátil voz el país ha escuchado con deleite no sólo sus canciones y las de otros compositores colombocaribeños como Rafael Escalona, Gustavo Gutiérrez Cabello, Julio Erazo y Rafael Campo Miranda, los más notables y notorios, sino también del Pacífico, como Rubén Castro Torrijos, quien fuera gobernador del Chocó, de quien cantó los currulaos Juana Blandón y El rey del río, y hasta de otras latitudes de nuestra América, sobre todo cuando integró el famoso conjunto musical Bovea y Sus Vallenatos, acompañado por los destacados guitarristas Julio César Bovea y Ángel Fontanilla Ospino.

Alberto Fernández, nacido en la población de Atánquez, en La Guajira, inició su vida de cantante en el año 45, en Barranquilla, con el famoso músico Peñaranda, el de las canciones de doble filo detrás de la guitarra, en la emisora La Voz de la Patria, los domingos de 12 a 1 de la tarde, como parte de un programa que hacía un señor de apellidos Camacho y Cano, y luego en Emisoras Unidas, de 7 a 7:30, mientras en la emisora Atlántico, Buitrago se despachaba a su gusto en el suyo, en la franja de 7 a 7:30 p.m., con una audiencia gigantesca en los departamentos de Bolívar, Atlántico y Magdalena.

Fue, nos contó Fernández, al salir de la iglesia de San Roque, en la calle de Las Vacas, un poco más allá de ese templo, cuando escuchó una alegría de guitarras en la casa de una familia de apellido Isaacs, se acercó curioso para escuchar, se presentó y dijo que él conocía unas canciones de Escalona. Y aquel domingo, inserto en el jolgorio, se enteró por el dueño de la casa de la presencia de un guitarrista cienaguero que se ganaba la vida como peluquero en el barrio El Boliche, Julio César Bovea, junto con sus amigos Billo, como segundo guitarrista, y el Chino en la guacharaca.

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En ese instante, un gran guitarrista se unió a una gran voz, no sólo para ensayar cantos y cuerdas en la peluquería donde Bovea hacía la supervivencia, sino para proseguir una trayectoria de maravillosas ejecuciones de cuerdas y voces que son parte de la historia musical y vocal del país, así como las de Garzón y Collazos y Obdulio y Julián. Y como otrora, algunos tríos musicales acudían en Barranquilla a ciertos sitios para entretener clientes con sus canciones y guitarras. En una de esas, rememora Fernández, los conoció en el famoso restaurante chino Chop Suey el entonces dueño de Emisoras Unidas (ubicada en el Paseo Bolívar con la calle de San Blas), Rafael Roncallo Villar, quien los invitó a unos whiskys en su mesa y después los citó para el lunes siguiente, vinculándose así el trío a dicha emisora y llamándose, de ahí en adelante, Bovea y Sus Vallenatos, rebautizo debido al locutor paisa que allí laboraba, Pablo Emilio Becerra, porque antes no eran sino Bovea y Su Conjunto.

La llegada del conjunto a Discos Fuentes fue culpa de Rafael Roncallo, amigo del empresario cartagenero Toño Fuentes, cuyos discos distribuía en Barranquilla, en calidad de agente vendedor, un comerciante, el Che Granados, quien en una ocasión se entrevistó con el trío conformado entonces por Bovea, Fernández y el músico mompoxino Alfonso Angarita, dado el retiro del Chino y de Billo, y a quien en 1946 reemplazaría Ángel Fontanilla Ospino, también cienaguero, que había estado con Buitrago, mientras el reemplazado se iba, en un simpático cambalache, para donde éste.

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Por cierto, la mayoría de las prestigiosas grabaciones del conjunto de Bovea y Sus Vallenatos que hoy conservamos los coleccionistas como valiosas reliquias musicales se hicieron con Fontanilla a bordo. El renombre del conjunto les permitió viajar a la Argentina en 1965, ya que este país era la meca de muchos músicos colombianos (José Barros, Lucho Bermúdez y otros, por ejemplo) y cubanos, debido a la gran vida nocturna de Buenos Aires en los sesenta. Y aquel viaje que debió durar apenas un mes se anchó diez años, luego de haber estado presente en el Canal 13 de la televisión de aquel país y de haber sido contratado por la RCA Víctor Mundial. En el 73 regresaron a Colombia sólo Alberto y Ángel, pues Bovea bajó el ancla en Argentina, disolviéndose así el grupo original, cuya fractura nos ocasionó hondos lamentos de consternación, tal como nos sucedió cuando se fracturó el dúo Garzón y Collazos, sólo que en el caso de nuestros paisanos colombocaribeños no se produjo, lastimosamente, el reencuentro posterior que enmatrimonió de nuevo estas dos voces exquisitas de nuestra música andina.

De manera puntual, digamos que Alberto Fernández, aliado con los cienagueros Julio Bovea y Ángel Fontanilla, prensaron, en Discos Tropical, el long play 2568, sin fecha expresa, dedicado a José Benito Barros Palomino con las siguientes canciones en ritmo de merengue: Corazón atormentado, La reina del monte, La psicología, Angelita Lucía y Adiós corazón, así como los paseos La pava, El negro maluco, Me voy de la vida, Caballito melao, Me lo dijo Pacheco y El vaquero, y el currulao Palomita morena. En el LD 1280 grabaron los porros El gallo tuerto y La llorona loca. La cumbia El pescador (El alegre pescador) fue grabada por la firma Fonogramas F:M Ltda., en el LP 132, lo mismo que Te llevo pa Magangué, la Tanga chata y El vaquero. El sello Sónico (LP 2-7757) contiene, entre otras canciones de otros compositores, Las pilanderas.

Así hayan sido grabadas las canciones de José Benito Barros en distintos sellos disqueros y con otras voces, hay que destacar que la voz de Alberto Fernández es tan emblemática de la canción popular del Caribe colombiano como las de Buitrago y Alejo Durán, aclarándose aquí que la de Fernández Mindiola posee una especial sonoridad que le permitió y le permite, a pesar del paso del tiempo, interpretar no sólo la cadena sonora (el significante) de los signos lingüísticos con que está hecha la canción sino los significados, los sentidos, esto es, el “alma”, el “tuétano” de la canción, que es el momento espiritual del autor en el instante de concebirla como respuesta a los estímulos externos que hacen fibrilar su sensibilidad, con los registros vocales apropiados, joropos (Llanura, Tropical, LDE 2630), currulaos (Juana Blandón, El rey del río, Viniendo de Raspadura, Chocó, tierra mía (Sello Vergara LP 221), guajira-son (Lamento cubano, Discos Fuentes, LP 300404), merengues, cumbias, paseos, etcétera, etcétera. De allí que uno sienta que la cumbia de José Barros, irónicamente titulada El alegre pescador, adquiere en la voz de Alberto Fernández, por la lentitud y emotividad con que la canta, y por el tono grave que utiliza, ese deje lamentoso, triste como la vida del pescador de nuestras costas que no tiene “fortuna sino sólo su atarraya”, a quien le alegra la vida “su querer”, su humilde y solidaria mujer allá en el bohío, después de una larga búsqueda de la sobrevivencia en el río. Y cuando Fernández Mindiola se va de merengues, un remolino de brisas nos remueve el ánimo por el tono alegre y fiestero de la voz, y pare de contar.

Por todo lo dicho, nos llenamos de una nostalgia dolorosa cuando ya en los diciembres nos llegan a nuestros oídos la voces entrañables e imperecederas de Alberto Fernández Mindiola, el Turpial de Atánquez, como digo yo, y de Guillermo Buitrago, para llenarnos el espíritu del regocijo decembrino que no serán capaces de brindarnos otros grupos y voces con que han querido reemplazarlos las disqueras que, por el afán del lucro y el sobrebeneficio, pisotean el valor espiritual de la tradición.

Por Álvaro Morales Aguilar

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