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Alegoría en acto singular

El actor argentino Darío Grandinetti, protagonista de cintas como “El lado oscuro del corazón”, “Hable con ella” y “Relatos salvajes”, participa en el Festival Iberoamericano de Teatro con el monólogo “Novecento”, un texto original de Alessandro Baricco, bajo la dirección de Javier Daulte.

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Juan Carlos Piedrahíta B.
26 de marzo de 2016 - 02:00 a. m.
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Darío Grandinetti sabe que no tiene la opción de naufragar cuando está al frente de esa embarcación gigante llamada Novecento. Las posibilidades de interrumpir el tránsito teatral son nulas y el único responsable del fracaso sería él, porque en sus manos tiene una máquina potente traducida en un texto redondo escrito por el italiano Alessandro Baricco (1958), quien con sus líneas estimula la imaginación y, al mismo tiempo, otorga las bases sólidas para construir un relato visual impecable.

Novecento llegó a Grandinetti con el milenio. En el año 2000 el actor argentino se enteró de la existencia de una historia sobre un barco de dimensiones similares a las del Titanic, pero con un desenlace más afortunado. En su proceso de investigación supo que Baricco, de quien ya había leído un par de propuestas literarias, había diseñado esta idea por encargo de un amigo y que lejos estaba el autor de pensar que alguien podía catalogarla como un texto apto para realizar un montaje con desarrollo escénico.

“Desde que leí Novecento por primera vez me gusta pensar que esta historia es verídica y que su contexto es altamente atractivo, porque se desarrolla entre 1900 y 1935, una época del mundo muy convulsionada, con inmigrantes que iban y venían huyendo del hambre y de la miseria, y al mismo tiempo compartiendo el barco con viajeros que se desplazaban por puro placer”, cuenta Grandinetti, quien nunca sospechó que pudiera ser capaz de soportar la soledad y la exigencia de un monólogo de estas características. Sin embargo, reconoce que el buen viento del montaje se le debe al director Javier Daulte.

El barco es como una metáfora del universo porque detalla la Primera Guerra Mundial y más adelante aborda los comienzos de la Segunda. Eso es lo que se puede percibir desde las ventanillas de la embarcación; por dentro, en cambio, la atención la capta un hombre que se mantiene virgen en muchos aspectos de la existencia humana porque viaja pero no conoce, no se deja untar del exterior.

“A mí me atrae mucho ese juego, ese cuento con alegorías a través de un monólogo con el que se pueden trazar paralelos con mundos reales. Es un gran logro poder contar una historia de alguien que puede mantenerse distante de muchas miserias y ajeno a múltiples maldades. El centro de este relato es casi un santo con el don de tocar el piano”.

Un músico, así como un actor, es capaz de contar una historia a través de una canción y de llevar al público a imaginarse un mundo durante una ejecución óptima. En eso pensó Darío Grandinetti cuando se aventuró a construir la serie de personajes que intervienen en Novecento, a los que él les presta la voz, la piel, y además les muestra el camino para hacer parte, con mucha más gloria que pena, de la vida de los espectadores.

“Siempre supe que esto era un monólogo, y cuando estaba en el proceso de lectura me enteré de que estaban haciendo una versión para teatro en el País Vasco, pero veía las fotos del montaje y sobre el escenario contaba más de cuatro personajes, así que supuse que se trataba de una adaptación de la película de Giuseppe Tornatore. No me llamó mucho la atención la cinta porque a mí me gusta el misterio que genera en las tablas alguien que se pone a contar esta historia, que de por sí es bella. Yo prefiero contarla para que se la imaginen”, resume el actor que empezó a ser reconocido en el medio local a partir de su figuración en novelas argentinas.

Con sus trabajos en televisión, Grandinetti obtuvo fama, pero no por su labor actoral sino por el simple hecho de aparecer en un medio de divulgación masiva. Los aplausos verdaderos, los que lo empezaron a llenar de ganas de continuar adelante, llegaron después, con sus participaciones contantes sobre las tablas, que sirvieron como antesala a sus convocatorias cinematográficas.

“He actuado en muchas cintas, pero recuerdo muy bien El lado oscuro del corazón, que fue una película que se filmó en la década de los 90 en Argentina, durante una época que estamos a punto de repetir por la falta de proyectos culturales. Ese no era un momento para hablar de poesía y esa propuesta cinematográfica llegó a ocupar un espacio huérfano y nunca me imaginé que funcionara de esa manera”.

El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela; El dedo en la llaga, de Alberto Lecchi; La balada de Donna Helena, de Fito Páez; Cien veces no debo, de Alejandro Doria, Hable con ella, de Pedro Almodóvar, y Relatos salvajes, de Damián Szifrón, son algunas de las cintas en las que ha actuado Darío Grandinetti y en ellas ha demostrado su condición versátil.

“Los directores con los que he trabajado me vuelven a llamar y eso es un halago. Lo mejor es que los actores necesitamos en cine de la confianza del director, porque ellos a veces tienen miedo de que uno les pueda convertir su producto en algo que no tienen contemplado. Por ejemplo, mi última experiencia con Almodóvar, haciendo Julieta, fue muy sencilla en el entendimiento y me estimuló a seguir buscando caminos para un mismo rol”, cuenta Darío Grandinetti, quien se pone a prueba nuevamente en el Festival Iberoamericano con un relato singular, una puesta en escena que habla con alegorías.

“Novecento”. Sábado y domingo, Teatro Nacional La Castellana, calle 95 Nº 47-15 (Bogotá). Información y boletería: www.primerafila.com.co.

Por Juan Carlos Piedrahíta B.

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