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Alfredo Molano Bravo y sus “Cartas a Antonia”

Del abuelo: “A tus diez años”

09 de agosto de 2020 - 01:58 a. m.

El escritor y columnista de El Espectador murió hace casi un año. Publicamos dos fragmentos de su libro póstumo, las conmovedoras reflexiones y enseñanzas de un abuelo a su nieta.

El libro trae fotografías de Alfredo Molano Bravo y su nieta Antonia mientras crecía. También reconstruye los últimos meses de vida del sociólogo. / Archivo particular
El libro trae fotografías de Alfredo Molano Bravo y su nieta Antonia mientras crecía. También reconstruye los últimos meses de vida del sociólogo. / Archivo particular
Foto: Archivo particular

Ayer te vi tan bella y tan grande cuando llegaste al restaurante donde almorzamos para celebrar tu cumpleaños, que me dije: voy a escribirle sobre la belleza.Eres bella y cada día lo serás más y más. Lo sabes, aunque a veces dudas no tanto por modestia, sino por temor. Se nos da lo que necesitamos para hacer vivir nuestra alma. Los cristianos lo llaman la Cruz, así, con mayúscula. Otras religiones lo llaman Karma. Simplemente nacemos con una característica de la que no podemos desprendernos. Es nuestra. Unos nacen con defectos físicos notables: sin una mano, mudos, ciegos, tullidos. Otros llegan con talentos extraordinarios, como los pintores, los músicos, los poetas. Tú naciste bella y la belleza puede ser tu gran enemiga o tu gran aliada. Se volverá tu enemiga y no te dejará acercarte a la felicidad.

Digo acercarte y no ser feliz, porque nadie lo es; nadie puede serlo del todo. No hemos venido al mundo para ser felices como nos hacen pensar los vendedores de ilusiones, los mercaderes de ensueños; los que dicen que comprando cosas, que teniendo más dinero o más poder somos más felices. O los que creen, como los curas, que no somos, pero seremos felices si les obedecemos. No hay tal. La felicidad es un engaño para dominarnos. Pero existen momentos cortos en los que podemos saborear la alegría, la serenidad, la esperanza.

La naturaleza te dio una cara bella no para que goces con ella, sino para que otros la gocen y la admiren. Pero no puedes vivir para ser bella y menos aún para ser admirada. No puedes usarla para alimentar tu ego, sino para dominarlo. Porque él querrá que siempre te admiren, te llenen de elogios, se postren a tus pies. Y tú sentirás la tentación de usar tu belleza para dominar a otros y a otras; de sentirte un ser superior, extraordinario. Esa tentación, ese goce del ego con tu belleza, podría ser tu derrota. Te volverías esclava de lo que te dieron para ser libre y soberana del aplauso. Porque es esa la lucha que debes comenzar ahora cuando todavía no te importa tanto ser admirada. No podrás esconderte de lo que eres, pero tampoco podrás depender de lo que te hagan sentir.

Debes saber que eres bella, pero tienes que emprender una lucha tenaz contra la vanidad porque ella te esclaviza, sería tu maldición. Debes aceptar que eres bella, pero no vivir para serlo. No puedes gozar con lo que te dieron, sino penar por lo que no eres: un ser libre del elogio; una persona que no requiere ser admirada para gozar un paisaje, una canción, un amanecer. Solo si logras derrotar la vanidad podrás amar y ser amada. Tu belleza puede impedir el amor o puede abrirte la puerta hacia él, y eso depende de que no vivas para ser admirada, de que renuncies a tu belleza siendo bella.

Tu belleza podrá seducir a otros, pero no dejes que ella te seduzca.

De la nieta: “El saco rojo”

Ese saco rojo que usabas todas las mañanas al despertarte cuando ibas a tomar café, el saco rojo que arropaba tus brazos cuando escribías, ese saco rojo que no fue uno sino muchos: cada que pasaba la vida tenías un nuevo saco rojo, siempre de diferente marca, siempre de diferentes tonalidades, pero nunca dejó de ser rojo.Mis ojos vieron varios sacos y todos tenían algo en común: cuando tú lo tenías y me abrazabas, me sentía a salvo, como si fuera mi protección, mi amuleto. Ese saco rojo que siempre tuviste te acompañó hasta tus últimos días. Ese saco rojo que aún mantiene tu olor, tu sensación y tu amor. Yo soy la afortunada de tener ahora ese saco rojo, pero ahora sin tus brazos, sin tu pecho y sin esa sensación de seguridad y tranquilidad al abrazarte con ese saco rojo.

Ahora solo me queda el saco rojo para sentirte, para olerte; ahora lo abrazo y siento todo lo que vivimos juntos al lado del saco rojo. Añoro abrazarlo y que tu amor no esté detrás de él, añoro abrir un ojo y verte poniéndote ese saco rojo, un pantalón de sudadera gris y unos tenis amarillos que usabas como si fueran pantuflas. Extraño abrir mis ojos y verte con tu saco rojo preguntándome si quiero milo, ya que tú te vas a hacer un café.

No me hallo sin ti y solo veo ese saco rojo que abrazo cuando me haces falta y huelo cuando no te encuentro. Sé que algún día se le va a ir este olor al saco rojo que huele a ti, a tu amor, a tus abrazos y a tu café, pero no podré hacer nada, igual seguirás metido en el saco rojo que para mí es un portal entre tú y yo; es esa conexión que seguimos teniendo y aunque se le vaya tu olor al saco rojo, tú seguirás ahí, viéndome con esos ojos de enamorado que me ponías con que yo me derretía.

Adiós, abuelo. Aquí te tendré y también tu saco rojo.

* Cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial. El martes 11 de agosto, a las 7 de la noche, El Espectador transmitirá vía web el lanzamiento del libro, una charla entre los periodistas Alfredo Molano Jimeno, Jorge Cardona y Claudia Morales.

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