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Álvaro, ¿tú te acuerdas? (Opinión)

Treinta años después de su primer viaje a La Habana, Álvaro ha dejado de preguntarse si es un visitante. Lo confirma cada vez que alguien lo saluda como a un viejo conocido, y cuando su memoria se entrelaza con la de quienes lo han hecho parte del paisaje habanero.

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Álvaro Castillo Granada
26 de abril de 2025 - 03:42 p. m.
Jóvenes caminan por una zona del Malecón en La Habana (Cuba).
Jóvenes caminan por una zona del Malecón en La Habana (Cuba).
Foto: EFE - Ernesto Mastrascusa
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¿Cuándo se empieza a ser habitante de una ciudad que no es la nuestra? Y digo “nuestra”, aunque debería decir mejor, “mía”, como si alguna vez pudiéramos pensar que conocemos la ciudad que habitamos.

Mi ciudad se reduce a unas cuantas calles por las que camino habitualmente. Unos espacios que, de tanto andarlos, son parte ya de mi paisaje interior. Los puedo recorrer casi sin verlos. La ciudad en la que sé dónde hacer mercado, dónde almorzar o tomarme un café, dónde está la papelería para imprimir un archivo. Mi ciudad de todos los días podrían ser también las 25 cuadras que recorro a diario, de ida y de vuelta, entre mi casa y la librería.

A esa ciudad se le agrega otra por la que también transcurro en mis búsquedas librescas. Cuando voy, cuando me desplazo de mi centro, es una odisea nueva. Descubro una ciudad que se le agrega a mi ciudad.

¿Qué pasa cuando se trata de una en otro lugar o fuera del país? ¿Solo con haberla pisado, haber estado de paso unos días, una temporada de vacaciones, puedo decir que la conozco? ¿Soy parte de ella? ¿En qué momento puedo decir que conozco una ciudad que no es la mía?

Hace 30 años llegué por primera vez a La Habana. He sido testigo de excepción, de “cómo ha transcurrido el tiempo por la luz” (como diría Jaime García Maffla). La Historia, con mayúscula y con minúscula, ha transcurrido frente a mis ojos a través de mi relación con personas con las que nos hemos vuelto familia.

Ha sido tanto el tiempo transcurrido, que ya me he convertido, de una manera callada y misteriosa, para algunos en parte del paisaje, de su paisaje. Pareciera que estoy acá todo el tiempo. Como si encontrarnos por la calle fuera lo más natural del mundo. Como si el no encontrarnos fuera lo más habitual. Como si de alguna manera me quedara cuando me voy.

Esa relación de tantos años me ha permitido no solo ver cómo ha cambiado, en todos los aspectos, esta ciudad, este país, esta revolución, este proceso, sino acumular recuerdos y ser parte de los de otros.

Las cubanas y los cubanos son seres que viven recordando. Contando cómo era el antes. ¿Tú te acuerdas?, es una manera de comenzar una conversación que se puede ir ramificando hasta el infinito. Es un viaje en el tiempo. Y, sobre todo, en el tiempo compartido.

Se vive recordando cuáles eran los precios de antes, qué había, qué no había; que venía con la libreta de abastecimiento, que ya no; cómo fueron los primeros tiempos; qué se vivió, con qué pasión, con qué fervor, con qué decepción; cómo era el tiempo de antes, cómo es el tiempo de ahora; cuánto costaban los frijoles, una guagua, una máquina, el pan con lechón, los aguacates, las papas.

Ser parte de una familia es uno de esos raros privilegios que concede y brinda la vida. Una experiencia inexplicable. Nos convertimos en protagonistas, cómplices, testigos, compañeros y hasta en sospechosos y padecientes de excepción. Somos parte de una fuerza de la naturaleza. De un estado del alma y del corazón. Y, acaso lo más importante, somos parte del tiempo compartido. Ese que se va acumulando en nuestra memoria en diversas capas.

Y sucede entonces el milagro, el privilegio, de que en una tarde de apagón, sentados en la sala, en silencio o conversando, de repente alguien, Tomasa Martínez, te pregunte:

—¿Álvaro, tú te acuerdas?

Y tú le respondas:

—Sí, Tomasa, yo me acuerdo.

Es ahí, en ese preciso momento, en esa pregunta y en esa respuesta, cuando sabes que perteneces a una ciudad. A un lugar. Lo habitas.

Porque cuando tu memoria se encuentra con la del otro en un lugar común, en un fragmento de tiempo compartido, es cuando puedes decir que perteneces a un tiempo y a un espacio. Y que 30 años, yendo y viniendo a una ciudad, te han hecho habitante de ella. Y que cuando dices “no es fácil” es porque sabes que no lo es. Y que cuando cierras una conversación con “en fin, el mar…” o “La luz, bróder, la luz…”, sabes que Nicolás Guillén y Sigfredo Ariel forman parte también de tu memoria.

De tu ciudad.

Por Álvaro Castillo Granada

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¡Qué artículo tan malo!!!
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