Amadou Hampâté Bâ: un canto al pasado
Un fulani que rescató los cantos de los antepasados y divulgó las palabras e historias aprendidas debajo de un árbol es un legado africano para el mundo. “Vuelta a África” es un especial que consta de 10 entregas para mostrar la literatura del antiguo continente.
Geraldine Méndez Hernández
Leer a Hampâté Bâ es realizar un recorrido mágico por el siglo XIX e imaginarse a los ancestros africanos transmitir sus enseñanzas a las generaciones más pequeñas. Mientras lo leo, imagino el camino que hacía la tribu de los fulanis, pastoreando sus animales e intercambiado sus productos con otras tribus de la región. Sus versos, que no son más que cantos compuestos por los abuelos fulanis, es un recorrido intelectual, como ese proceso de iniciación que concluye en el mar y así en el conocimiento. Amadou Hampâté Bâ fue un escritor y etnólogo nacido en Malí, el octavo país más grande de África. De familia noble, autor de Empire peul du Macina —su primer libro que recopila un estudio basado en las tradiciones orales de su país natal—, Hampâté Bâ fue merecedor del Gran Premio Literario de África Negra en 1974.
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Leer a Hampâté Bâ es realizar un recorrido mágico por el siglo XIX e imaginarse a los ancestros africanos transmitir sus enseñanzas a las generaciones más pequeñas. Mientras lo leo, imagino el camino que hacía la tribu de los fulanis, pastoreando sus animales e intercambiado sus productos con otras tribus de la región. Sus versos, que no son más que cantos compuestos por los abuelos fulanis, es un recorrido intelectual, como ese proceso de iniciación que concluye en el mar y así en el conocimiento. Amadou Hampâté Bâ fue un escritor y etnólogo nacido en Malí, el octavo país más grande de África. De familia noble, autor de Empire peul du Macina —su primer libro que recopila un estudio basado en las tradiciones orales de su país natal—, Hampâté Bâ fue merecedor del Gran Premio Literario de África Negra en 1974.
Cierro los ojos y empiezo a recordar cada palabra de los poemas y cuentos leídos, siento que estoy en medio del desierto como si fuera El principito y recorro los caminos que esta tribu nómada camina cada vez que el agua se agota. La arena, el sol y la soledad me llevan a tararear aquellos versos que me identificaron, un cuento que describe la entrada al paraíso. Es la historia de las mujeres africanas, que viene siendo la historia de muchas: una lucha por y para el amor, y me hago la misma pregunta con la que se titula el primer escrito que leí del autor: “¿Por qué las parejas son lo que son?”.
La historia de la creación de la mujer según las creencias católicas resulta ser menos poética. Nacimos de la costilla de un hombre y, además de eso, gracias a nuestros impúdicos deseos lo sacamos del paraíso en el que tanto gozaba Adán. Occidente nos obligó a cargar una cruz que hemos pagado con un sistema educativo, económico y político patriarcal, a diferencia de la historia africana, en la cual la mujer no nace del nombre.
Cuenta la historia que las mujeres que creó Dios tenían todas las capacidades para hacer un recorrido por el desierto y ganar la entrada al paraíso, en el cual las primeras mujeres que llegaran iban a ser recompensadas con las mejores habitaciones de este lugar. El segundo grupo iba a tener menos recompensas, al igual que el tercero, pero todas iban a caber allí. Luego de que ellas fueran por la mitad del recorrido, Dios decide crear una compañía para estas, y la única forma de alcanzarlas era dotarlos de cualidades físicas mayores. Estos seres creados, los hombres, fueron divididos en tres grupos igualmente. Al pasar los días, cada uno debía encontrar su otra mitad y así ingresar juntos al paraíso; las primeras en llegar debieron esperar por sus hombres, pues en este territorio no había cabida para las partes imperfectas e incompletas. Finalmente, el último grupo en entrar estaba compuesto por las primeras mujeres que llegaron a las puertas del paraíso y los hombres con menos cualidades; el segundo estaba equilibrado y el primero estaba hecho por las últimas mujeres y los primeros hombres que, cuando se dieron cuenta de que sus complementos no eran tan perfectos como ellos, se quejaron con Dios, quien les respondió: “Amaos los unos a los otros, sobre todo entre mujer y marido, y proclamad que entre las cosas que me agradan a mí, que soy Dios, el primer lugar lo ocupa la perfecta armonía entre los esposos”.
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Amaos los unos a los otros y cread una perfecta armonía entre los esposos es la enseñanza que a través de los cantos africanos se transmite de generación en generación. Abro mis ojos y empiezo a recordar los últimos hechos que han indignado a todo el país. Ya no soy El principito y en vez de arena camino en pavimento, me estrello con la realidad y la violencia que ha marcado a las mujeres y niñas, no sólo del país sino del mundo, me pregunto ya no por qué las parejas son como son, sino por las enseñanzas que nos han marcado. Nuestros abuelos no nos cantaron, tampoco nos guiaron por las orillas del río hasta llegar al mar del conocimiento y mucho menos creímos en su sabiduría. Los condenamos al silencio, a un subsidio y ancianatos más miserables que su propia vejez. Hampâte Bâ proclamaba que “en África, cuando un anciano muere, una biblioteca arde, toda una biblioteca desaparece, sin necesidad de que las llamas acaben con el papel”. Aquí, las bibliotecas se mueren de soledad y nuestros abuelos de tristeza y hambre.
Amadou Hampâté Bâ logró estar dentro del Consejo Directivo de la Unesco y trabajar por el rescate de la palabra africana, de la literatura oral, de las palabras que le enseñaron bajo los baobabs, afirmando lo que Cissé alguna vez escribió y es que “el saber reside en la memoria y no en una pluma”, divulgando ante el mundo que la historia africana, no porque no esté escrita no exista, sino que gran parte está hecha con los relatos y cantos orales, en la memoria, esa que está vinculada a la inteligencia y a la sabiduría.
Tal vez a nosotros tampoco nos enseñaron a recitar poemas bajo los árboles, a recordar y escuchar. A los fulanis desde la infancia los entrenaban para que aprendieran a observar a mirar y a escribir en su memoria cada suceso ocurrido, de modo que así se mantuviese vigente. Hacemos parte de un sistema que no aprendió de su pasado y tampoco se interesó. Posiblemente, si hubiéramos conocido el ayer y el hoy, el mañana no sería tan oscuro, pero nos centramos en atender el ego de nuestros intelectuales. No creímos eso que decía Hampâté Bâ de que “la escritura es la fotografía del saber pero no el saber mismo”, pero sí creímos en las historias bíblicas que condenan a la mujer a una vida de subyugación y servicio para el hombre.
Amadou Hampâté Bâ me deja la sensación de querer volver a cerrar mis ojos, caminar por el desierto y escuchar los cantos de las experiencias que les transmiten los ancestros a sus nietos, recorrer los ríos y aprender a escuchar, a observar y escribir todo lo que me gusta transmitir con mi pluma en mi memoria. Así, “cuando llegue el momento, lo que está velado podrá aparecer, el ojo verá lo que no veía y conocerá; todo lo que era interior será exterior”, y finalmente llegar a la madurez del conocimiento y entender el porqué del mar.