Amos Oz: la curiosidad, la moral y un recuerdo de su vida en Israel
Celebramos el natalicio del escritor israelí recordando el valor que le otorgó a la curiosidad en la creación de su obra literaria, así como de su constante reconstrucción como un ser humano con esperanzas por ver a su pueblo natal en paz y en reconciliación con el mundo.
Andrés Osorio Guillott
“Cuando escribo, lo que mueve mi mano es la curiosidad. La literatura es en realidad prima hermana del chismorreo, de la avidez humana por saber qué ocurre tras las persianas cerradas de los demás. Y considero que la curiosidad no es sólo condición indispensable para cualquier trabajo intelectual, sino también una cualidad moral. Es, tal vez, la dimensión moral de la literatura”.
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“Cuando escribo, lo que mueve mi mano es la curiosidad. La literatura es en realidad prima hermana del chismorreo, de la avidez humana por saber qué ocurre tras las persianas cerradas de los demás. Y considero que la curiosidad no es sólo condición indispensable para cualquier trabajo intelectual, sino también una cualidad moral. Es, tal vez, la dimensión moral de la literatura”.
En palabras del propio Amos Oz se describe lo que la curiosidad representó en su obra literaria, pero también lo que pesa a la hora de hacer de la escritura el testimonio de un tiempo. La curiosidad es lo que no solamente mueve la mano de un contradictor como Oz, sino también lo que agudiza la visión para poder determinar los detalles de un gesto o lo inusual en un horizonte cotidiano. Es la curiosidad uno de esos pilares que hace diferente al artista, que lo hace inconforme con lo primero que percibe, que lo lleva a la importancia de la duda -como ya lo había anotado Descartes en la modernidad al hablar del “Pienso, luego existo” (Cogito ergo sum)-, y su actitud conexa con el entendimiento de los sentidos que nos brinda la existencia.
“Observar y escuchar, y la especulación, la capacidad de preguntarse constantemente: qué sentiría si fuera él, qué haría si fuera ella. Esta capacidad, según Amos, produce no sólo mejores escritores, sino mejores conductores, padres, amantes… Mejores seres humanos», es lo que anota el portal El Cultural sobre el libro ¿De qué está hecha una manzana?, compuesto por varias conversaciones entre Amos Oz y su editora, Shira Hadad.
Ir más allá como una actitud del insatisfecho, del que acepta que cuestionarse más de lo que el mundo pide puede ser una condena que trae angustias nobles, tal vez innecesarias. Oz no solo fue curioso por ser mejor escritor, sino por ser, como bien dice la cita, mejor ser humano. Entendido esto también por el hecho de que la curiosidad nos lleva a otros terrenos cada vez menos habitados: el de la comprensión de la alteridad.
Una región de amigos fervientes y enemigos acérrimos como lo ha sido Israel por sus conflictos religiosos y también políticos y de territorio; una experiencia en la Guerra de los Seis Días o de la Guerra de Yom Kippur. La visión del dolor, los extremos de la razón y el comportamiento humano vistos en los disparos y en los escenarios del fanatismo, de los totalitarismos. Esos recuerdos que aturden la cabeza terminaron por aumentar esa curiosidad por comprender a los otros, por auscultar en las razones que llevan a individuos y corrientes a ubicarse en los límites de los ismos y de una moral que, para él, debía ser fortalecida justamente en territorios como su Israel, al que siempre defendió con orgullo pese a todos los conflictos que esto le trajo.
En Por qué romper el silencio, un artículo publicado por Oz en El País 2 de junio de 2018, casi seis meses antes de su fallecimiento, el israelí dijo que: “La fortaleza moral es necesaria para la supervivencia de una nación, una sociedad y una persona. La fortaleza moral no es una especie de joya que guardamos en la caja fuerte y que nos ponemos solo en los días buenos para tener un aspecto mejor. La fortaleza moral no es una mercancía producida para la exportación, que se guarda en un cajón, por lo menos hasta que termine la guerra, hasta que vuelva la normalidad y el país viva 40 años de paz, de forma que solo entonces podremos blandir nuestra reluciente grandeza moral, exhibirla en el pecho y revelar al mundo lo maravillosos que somos (…) No. La fortaleza moral, especialmente en tiempos de guerra, es tan urgente como los primeros auxilios en un campo de batalla”.
Una moral fortalecida que nos blinde desde nuestra subjetividad contra los actos mezquinos, contra los dedos condenatorios que nos recuerdan que en la lógica hay algo que se llama verdad por consenso, pero que no es una ley categórica, que no tiende a ser necesariamente una realidad. Una moral que él mismo fuer fortaleciendo en los escritos que no abandonó desde que tenía un poco más de 20 años y fue dejando los quehaceres del campo por los quehaceres del escritor que va reconociendo su soledad y su silencio como sus mayores cómplices en los mundos imaginados, anhelados, los que no fueron en su vida misma y sí pudieron ser recreados en esa infinita ficción que permite la literatura.
“A pesar de la fealdad y de la injusticia, a pesar de la ocupación y la explotación de los pobres y desfavorecidos de la sociedad israelí, yo sigo amando Israel. Lo amo incluso en los momentos en los que no puedo soportarlo. Lo amo por su larga tradición de acalorados debates internos y búsqueda de la justicia. Es una tradición que ahora está en peligro, es cierto, pero que se mantiene viva”, escribía Oz en el artículo ya citado, justamente reflejando una moral fortalecida, que se hizo con base en la gente de a pie, en la que sigue creyendo que es un territorio de paz, que los muros y las muertes indiscriminadas en territorios ocupados no son ajenos a su realidad, pero que no representan necesariamente las visiones de todo un pueblo que se debate entre la estigmatización y la esperanza.