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Andrés Neuman: “La ficción es una forma de recuerdo, pero también de afecto”

Andrés Neuman, escritor argentino, habla sobre por qué decidió escribir “Hasta que empieza a brillar”, libro que habla de María Moliner.

Andrés Osorio Guillott

05 de junio de 2025 - 07:00 a. m.
Narrador, poeta, traductor, aforista, bloguero y columnista hispano-argentino.
Foto: El Espectador - Gustavo Torrijos
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El solo hecho de encontrar bondad en desconocidos es ya todo un suceso, pero encontrarlo en una persona que por su trayectoria pudo haberla dejado por las seducciones de la fama y el ego, es un hecho que sorprende y que alegra en cierta parte. Eso pasa con Andrés Neuman, que se aleja de ser pretencioso e intenta siempre atender a quien con curiosidad o simple casualidad se le acerca.

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Antes de empezar a hablar de “Hasta que empieza a brillar”, su más reciente novela, dedicada a la vida de María Moliner, la autora del Diccionario del Uso del Español, Neuman le respondió a uno de los trabajadores de un hotel en Bogotá que, aunque prohibido, se tomaba la libertad de servir tres vasos de agua para Gustavo Torrijos, quien tomó las fotos en la entrevista, y para quien les habla. No podía creer que las normas impidieran un acto tan humano y sencillo como brindarle agua a los demás.

Con ese mismo sentido de humanidad consideró justo dedicar un libro a María Moliner. “En el Día de la Filología me pregunté por qué sabía tan poco acerca de la vida de la autora de mi diccionario preferido. He sabido —especialmente en Colombia— que García Márquez dijo que el diccionario de María Moliner es el más completo, útil y divertido de la lengua castellana, y agregó con mucha gracia que era dos veces más largo y más de dos veces mejor que el diccionario de la Real Academia Española. Suscribo esas palabras. Y, sin embargo, es muy poco lo que sabemos de ella. En el imaginario colectivo, es como si su diccionario se hubiera devorado a su autora, hasta el punto de vampirizar su nombre, porque el Diccionario de uso del español lo conocemos como el María Moliner. Es como si esa entrega de toda una vida al diccionario hubiera generado el fenómeno fantástico de que —como la selva de José Eustasio Rivera— la selva de la lengua se devoró a María Moliner", contó en entrevista para El Espectador, Andrés Neuman.

“Entonces, la idea de estudiar su vida la tuve hace muchos años. Me quedé asombrado porque tuvo una vida de novela. Hasta me atrevería a afirmar que, si María Moliner no hubiese escrito su diccionario, su vida merecería igualmente una novela, porque fue una niña abandonada por su padre, que se tuvo que poner a trabajar a los 12 años, que autofinanció sus estudios en una época en que las mujeres no solían estudiar, que fue una estudiante brillante —compañera de secundaria de Luis Buñuel—, finalizó la carrera de Historia con el mejor expediente, fue una de las primeras mujeres que obtuvo una plaza pública en la historia de España, la primera profesora de la Universidad de Murcia. Y sobre todo —y esto es lo que más me interesaba de lo novelesco— fue una de las grandes bibliotecarias del siglo XX. Desempeñó, mucho antes de su diccionario, todos los papeles que se pueden desempeñar con respecto al libro", continuó diciendo el autor argentino.

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Además de reconocer que su vida en sí misma daba para una novela, Neuman contó que varias de las definiciones que hizo Moliner en su Diccionario pueden leerse también como claves de su biografía, lo que resultó en una doble lectura cuando retomó este libro el escritor argentino.

“Una vez que fui dando cuenta de que su vida es fascinante, de que su familia fue fascinante, y que además su vida atraviesa todo el siglo XX —nació en 1900, y ella decía de broma que era tan vieja que había nacido en el año cero—, una vez hecho eso, me puse a hacer una tarea que resultó sumamente placentera: releer su diccionario ya con el conocimiento de su vida. Y lo releí como si fuese una novela, de la A a la Z, deteniéndome en las palabras que son esenciales para cualquier vida: la A de amor, de autoridad —que es lo que ella vivió desafiando—, la C de cuidar, la L de libertad, la M de madre, la P de patria, la P de prisa —que ella define genialmente, porque la Academia en su época no—. Entonces me fui dando cuenta de que había unos pasadizos secretos entre la vida de doña María y su diccionario. Que toda su vida la conduce a la escritura absolutamente prodigiosa de ese diccionario, que además escribió, insólitamente, en la calle Don Quijote. Y es una quijotada. Y, al mismo tiempo, su diccionario termina de iluminar su vida, que es una vida misteriosa y llena de penumbra. Entonces ahí se armó la idea de la novela: viajar en doble dirección. Cómo su vida conduce al diccionario, y cómo su diccionario nos permite releer entre líneas su vida", dijo Neuman.

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Otro punto que quiso destacar en la entrevista el escritor argentino fue la visión que tuvo Gabriel García Márquez para descubrir el personaje que fue María Moliner. “Porque hay algo de su vida que se cierra para siempre con la publicación del diccionario, con la derrota en esa votación. Poco después de eso es María la que entra en un largo invierno, que incluye una enfermedad, la pérdida de la facultad del lenguaje, que es una cosa alucinante y terrible. Cómo alguien que por todo su conocimiento lingüístico y un diccionario se queda vacía de palabras. Es como si fuese una escena de Cien años de soledad.Y es muy curioso que García Márquez escribiera una necrológica sobre ella, y que ella terminase como un personaje de Cien años de soledad. Esto García Márquez no lo dice en su necrológica. Pero leyendo la vida de María Moliner no puedes evitar pensar en esa escena de la novela. Y al mismo tiempo, García Márquez escribió una necrológica preciosa sobre la vida de doña María. Y creo que fue el primero —yo creo que merece nuestra gratitud con respecto a María Moliner— fue el primero que se dio cuenta de que María Moliner era una criatura novelesca, un personaje literario. Y sin embargo, al mismo tiempo, mientras hace eso —qué pena que no escribió García Márquez esa novela, porque seguro que hubiera sido muchísimo mejor que la mía— pero no la escribió, sí, por supuesto, pero no la escribió. Ese es el punto: no la escribió. Qué bueno para mí, qué malo para la literatura".

Dice aquí: “Esos diez minutos de paseo con su padre, cada vez más largos en su memoria, se convertirían en el mejor recuerdo de su infancia.” Y aquí pregunto por dos cosas. Uno, por esa importancia que cobra en el libro y en la historia de ella su infancia —lo que pasa en la vida de todos—, pero sobre todo la figura del padre y del padre ausente.

Bueno, en cuanto a la infancia, a mí una de las cuestiones que me fascinaba mucho era narrar la vida de Doña María en relación con las palabras. Tiene algo de biografía lingüística, se cuenta su vida desde la infancia hasta la vejez, sobre todo en función de cuál es su vínculo con el idioma: cómo se enamora de las palabras, qué libros leía, qué clase de estudiante fue, cómo se formó en tanto hablante. Finalmente, todavía cuidadora y maestra de las palabras, pasó la vida pensando en el cuidado y cuidando el pensamiento.

No por nada en el Moliner, “cuidar” se da como sinónimo de “pensar”, y esto es un ejercicio de rigor etimológico, porque como se recuerda en la novela, “cuidar” viene de cogitare, que es pensar en latín. Entonces es interesante pensar cómo el cogito ergo sum de Descartes se puede traducir a la luz del María Moliner como: “Cuidamos, luego existimos”, que en efecto no existiríamos si no nos cuidasen. Otra cosa es: ¿quiénes cuidan? ¿En quiénes hemos delegado los cuidados? Y esto María Moliner lo sabía muy bien. Entonces me interesaba mucho poder investigar y fabular cómo pudo ser la infancia de alguien tan obsesionada por las palabras como María Moliner.

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Y en el caso de Doña María, el rol del padre es dolorosamente fundamental en su vida, no solo en la de ella, sino en la de su hermana Matilde y de su hermano Enrique. Fíjate que los tres reaccionan al abandono del padre de modo muy sintomático. Enrique, que es el hermano mayor de María, reacciona odiando el estudio. Recordemos que el padre de Doña María, antes de desaparecer para siempre, en vísperas de la natalidad, se fuga a Buenos Aires y no vuelve nunca. Les lega una sola cosa muy valiosa: el afán por estudiar. El mandato del estudio, incluso la idea de irse a vivir a Madrid para estar cerca de la Institución Libre de Enseñanza, que era como el centro de pedagogía de vanguardia, de la modernidad, de la educación, y del que salen los poetas de la generación del 27, directa o indirectamente, y sus compañeras mujeres de la llamada Residencia de Señoritas —donde había muy pocas señoritas realmente, ¿no? Era un lugar, digamos, muy libertario, pero bueno, se llamaba así por pudores de época.

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Convivimos con los personajes que hemos querido, de las películas o series que hemos visto. Forman parte de nuestra familia imaginaria. Yo creo mucho en las familias imaginarias, porque definen nuestra identidad tanto o más que nuestras familias ideológicas.

Andrés Nneuman

Entonces, el padre acerca a sus hijos a la Institución Libre de Enseñanza y a sus principios intelectuales, culturales, pedagógicos, y después los abandona. Les deja el mandato del estudio. Enrique reacciona no queriendo estudiar. Su hermana María reacciona estudiando furiosamente, casi vengativamente. El dolor del abandono paterno es tal en el caso de María Moliner que, al final de sus días, en su vejez, cuando en las escasísimas entrevistas que dio le preguntaron por el padre, ella declaraba falazmente que su padre había muerto cuando ella era niña. O sea que al final de su vida seguía sin perdonar a su padre sensiblemente. Pero al mismo tiempo, llevó al límite el mandato del estudio: estudió mucho más de lo que su padre nunca se hubiera imaginado. Entonces, como se dice en la novela, da la sensación de que Doña María estudió por su padre, a pesar de su padre y contra su padre.

Hablando un poco de eso que estaba mencionando ahorita, acá dice, por ejemplo: “Supo que era la primera mujer en ejercer oficialmente la docencia en la Universidad Murciana. El tipo de noticias que la hacían sentirse más sola que pionera”. En realidad, en lugar de ella sentirse símbolo, figura, había una sensación de soledad.

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Claro, esa pertenencia comunitaria queda más claramente dibujada hoy de lo que en ese momento se vivía. Como que no había tantos discursos que permitieran visibilizar esa cualidad colectiva. Y porque, como te digo, la presión es muy fuerte siempre para narrar las cosas desde el individuo: las libertades individuales para que hagas lo que te dé la gana, mientras se niegan a otras comunidades libertades individuales. O sea, es como mi libertad, pero por encima de la tuya. Yo soy libre de que a ti te queden cada vez menos libertades.Entonces hay, por un lado, una especie de estructura económica del individuo que aplasta al colectivo, y por otra parte una narrativa paralela, una tradición de narrar a los individuos sin su contexto comunitario, que es lo que hace posible que exista ese individuo y que tenga un sentido contenido. Entonces, esas mujeres fueron —esa generación de mujeres fue— muy pionera, por un lado, pero por el otro siempre tenían un referente al que remitirse. María Moliner fue más pionera en lo material, en lo oral, en lo administrativo: fue una de las primeras mujeres en tener su plaza de funcionaria pública. Pero más conceptualmente o literariamente, no.

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Es muy interesante cómo trabaja María Moliner en su diccionario con la palabra exilio. El diccionario académico de su época daba exilio como sinónimo de destierro, y eso era todo. No había más que eso, que era un silencio clamoroso en un país que tenía a buena parte de su población exiliada.

Entonces, que el diccionario de la Academia, que tenía siglos, todo lo que tuviera para decir del exilio es que era destierro… era como una laguna violenta. Y es muy interesante cómo el Moliner trabaja con la morfología de la palabra exilio, porque se pone a derivar la palabra. Dice: exilio, exiliado, exiliada, exiliarse… y después se regodea y dice: “pero también puede ser sin diptongo: exilio, exilarse, exilado, exilada”. O sea, que visibiliza todas las formas de nombrarlo. Un acto de valentía y de ironía muy grande. Y después, cuando lo define, después de un par de rodeos, termina nombrando y diciendo: “bueno, es lo que mucha gente tiene que hacer por razones de violencia estatal o por razones políticas”. Y esa era como una obviedad clamorosa que no estaba en el diccionario oficial. Entonces digo, ella que no se exilió, que pertenece a lo que sus biógrafas llaman el exilio interior, es muy hermoso cómo desde la lengua se trataba de nombrar y reagrupar toda esa labor colectiva que se astilló en una diáspora que nunca se ha reparado del todo.

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Aquí hay un diálogo entre María y Dámaso, donde él le dice: “los cambios llevan su tiempo, y serán los lentos que quieras, pero hemos hecho avances”. Y también me parece importante hablar un poco de eso. El hombre justifica que en ese momento todavía no haya un campo realmente voluntario a las mujeres en la Real Academia, pero le dice esta frase de: “los cambios llevan tiempo y ya llegará”.

La estructura de la novela alterna, como sabes, el diálogo imaginario —pero intenso y conflictivo— entre Dámaso Alonso y María Moliner. Se alterna eso con el relato de vida de doña María, hasta que se pone a escribir su diccionario, se publica y obtiene una enorme resonancia. Ese diálogo entre Dámaso y María Moliner lo elegí como apertura de la novela porque está lleno de contradicciones y de matices. Quería evitar una narración maniquea, y Dámaso Alonso es un sujeto muy contradictorio, tanto en lo político como en lo afectivo.

Dámaso hizo mucho por María Moliner y, al mismo tiempo, dirigía la institución que la rechaza injustamente. Y se queda en una posición incómoda. Me interesaba mucho, entonces, desarrollar ese diálogo en que ella se siente agradecida y resentida con Dámaso Alonso, y que es alguien que ha apoyado a María Moliner y que, de algún modo, la ha dejado sola en el último momento. Que no consigue, como director de la institución, poner el voto a favor de ella como sí lo pudo hacer con otra serie de señores.

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Entonces ese diálogo me parece que, además, es un diálogo que transcurre lentamente, que se va extendiendo de forma intermitente durante toda la novela, que abarca como toda una tarde, hasta que anochece y hasta que va cayendo el otoño, que es el otoño también de la vida de los dos, y de doña María Moliner.

Pienso en el libro de Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza, porque una de las críticas que se le hizo al libro es la de un hombre contando la historia de una mujer. ¿Usted qué opina de esa crítica? ¿Cree que se la podrían hacer a usted en este caso y cómo defiende usted la posibilidad de que uno pueda contar la historia de un ser humano independientemente de su género?

No necesito defenderme. Primero, porque quien haga esa crítica me parece legítima. No lo vivo como un ataque y, por lo tanto, no necesito defenderme. Por otro lado, vengo de ese ejercicio. Lo mismo que cuando Natalia Ginzburg contó la vida de Chéjov —Natalia Ginzburg no era un hombre y contó magníficamente la vida de Chéjov. Supongo que Chéjov podría haber contado la vida de Natalia Ginzburg, aunque cronológicamente era imposible—. No lo razono en esos términos. Me parece que más bien la cuestión es: ¿hasta qué punto nos entregamos a la vida de otra persona?

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Yo he pasado toda la vida leyendo el diccionario de María Moliner, entusiasmándome con su legado, queriéndola. Claudia Piñeiro dijo una cosa que a mí me conmueve mucho sobre la novela. Dijo: “Este libro me hizo quererla todavía más”. Uno de los objetivos de la novela era contribuir al amor colectivo por la figura de María Moliner. La ficción es una forma de recuerdo, pero también de afecto.

La idea no era escribir otro artículo. Hay muchísimos artículos académicos sobre María Moliner: en el campo de la lexicografía, en el campo de la bibliotecología, en el campo de la gramática. Hay un par de biografías. Pero creo que lo que nos sigue faltando un poco es instalar a doña María en nuestro imaginario afectivo y cotidiano. Creo que la ficción puede hacer eso con una fuerza y precisión que a veces los estudios académicos no alcanzan.

Convivimos con los personajes que hemos querido, de las películas o series que hemos visto. Forman parte de nuestra familia imaginaria. Yo creo mucho en las familias imaginarias, porque definen nuestra identidad tanto o más que nuestras familias ideológicas. Entonces, bueno, para mí María Moliner siempre fue una especie de abuela. Y mi teoría es que María Moliner es la abuela de cualquiera que ame las palabras. Soy uno de sus millones de nietos tratando de reivindicar su legado y de volver a contar su vida.

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