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Ángel González, autor de versos y poemas

Esta semana, en la Feria del Libro de Alcorcón, Madrid, se le rinde homenaje.

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Saúl Roll Vélez / Especial para EL Espectador
19 de mayo de 2008 - 08:36 p. m.
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En la última oda de su tercer libro, Horacio declaró haber vencido a la muerte. En un sublime ejercicio de falta de modestia, de delicada versificación, de grandeza poética, el poeta definió su propia obra como “...un monumento más duradero que el bronce / más alto que las pirámides de Egipto”.  Leer estos versos a más de dos mil años de distancia no deja otra alternativa que darle la razón.  A menos que uno sea Ángel González.

Ángel González no pretendió jamás vencer la muerte.  Es probable que en su día haya mirado de soslayo la falsa tentación de la inmortalidad, mas no cayó nunca en el error de perseguirla porque sabía perfectamente bien que los finales, tarden lo que tarden, nunca dejan de llegar.  En Mensaje a las estatuas, sin más golpes que los de unos leves plumazos, anuncia el fin de todo, un todo que no excluye los bronces de Horacio:

El tiempo es más tenaz.

La tierra espera

por vosotras también.

En ella caeréis por vuestro peso,

seréis,

si no ceniza,

ruinas,

polvo, y vuestra

soñada eternidad será la nada.

No son estos versos una exhortación a la angustia. Todo lo contrario. Ángel percibió desde siempre el horizonte oscuro de sus días finales, mas esto no lo llevó a emular la grisácea (y magnífica) poesía de Vallejo, uno de los poetas que más le habló, o a embrollar sus versos en la incesante búsqueda de una justificación vital. No buscaba nada porque sabía que lo tenía todo constantemente frente a sí. No quiso eludir el compromiso, no por darse ínfulas de poeta a la moda, sino porque era parte de su cotidianidad. Si la poesía de los poetas civiles era “un arma cargada de futuro”, la suya, personalísima, de resonancia íntima y al mismo tiempo —mágicamente— de alcance universal, estaba cargada de presente, del hoy y del ahora. Ángel González no busca la inmortalidad porque es algo que no le concierne al día de hoy, que es en el que vive, porque su poesía no profetiza sino que afirma. Sus versos revelan constantemente al mundo el delirio exquisito de las horas vivas. 

Este es el inmenso poeta que yo leí, el que sigo leyendo. El amigo, la persona, era otra cosa, una cosa infinitamente superior al poeta.  Era, primeramente, un hombre que durante 30 años amó a Susana sin pausa. Era un hombre a quien le bastaban una mirada y dos palabras para granjearse una amistad de por vida, un hombre en cuyas frases se podía uno perder sin notar el paso de las horas.  Yo, que no soy nadie, merecí la amistad de Ángel, no por la inexistente grandeza de mi inexistente obra o por los cumplidos que nunca supe brindar a la suya, sino porque simplemente él así lo dispuso.

Entre los innumerables autores de versos, Ángel González fue uno de los pocos poetas. Y fue, ante todo, por encima de todo, humano como ninguno. No tengo derecho a acusarlo de tanta grandeza ahora que no se puede defender. Sé que habría querido desmentirme.

Un libro de sus amigos

‘Para que él se llamara Ángel González’ es el título del libro que fue lanzado, el pasado 16 de mayo,  en la inauguración de la Feria en homenaje al poeta asturiano miembro de la Real Academia de la Lengua Española y Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Juan Cruz, Luis García Montero, Manuel Rico, Javier Rioyo, Manuel Rivas, Juan Manuel Caballero Bonald, Ángeles Caso y Benjamín Prado son algunos de los escritores que participaron en esta obra sobre el poeta fallecido el pasado 12 de enero.

La Casa Arana, patrimonio cultural

Un siglo después de los hechos que hicieron de la Casa Arana, sede de la  Peruvian Amazon Company, famosa por el auge de la explotación cauchera y el genocidio de cerca de 40 mil indígenas en el sur del país, el Ministerio de Cultura la declara bien de interés cultural del ámbito nacional.

Esta casa, que el mundo conoció gracias a la novela de José Eustasio Rivera, La Vorágine, pertenece hoy a la Asociación Indígena de Cabildos y Autoridades Tradicionales de La Chorrera y allí funciona el colegio indígena Casa del Conocimiento.

El año pasado el Ministerio recibió la solicitud para la declaratoria, y al estudiarla avaló la petición al  concluir que tiene valores de los órdenes histórico, estético, de contexto y de simbología. Hoy, desde La Chorrera, la ministra de Cultura, Paula Marcela Moreno, hará el anuncio y lanzará la política cultural para la Amazonia.


 

Por Saúl Roll Vélez / Especial para EL Espectador

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