El Magazín Cultural
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“Ángela se llevó mis demonios”

La actriz colombiana Gloria Montoya interpreta a la protagonista de la película ‘La sangre y la lluvia’.

Liliana López Sorzano
29 de octubre de 2009 - 11:00 p. m.

Más de uno se sorprenderá por la actuación de esta periodista de profesión que nunca pensó estar en los ojos de las cámaras. La relación de Gloria Montoya con ellas empezó más por reflejo que por convicción. Su esposo, Quique Mendoza, quien protagoniza a su lado La sangre y la lluvia, siempre estuvo insistiendo para que participara en los castings. Así lo hizo, pero comenzó haciendo comerciales y después vendrían algunos papeles en telenovelas como El informante, Luna, la heredera y La tormenta.

Sin embargo, su debut real como actriz lo hace en su papel de Ángela, una mujer que vive la noche con todas sus aristas tratando de buscarse a sí misma, tratando de buscar algo o alguien que la amarre o la libere del mundo.

Conoció a Jorge Navas, el director, hace ocho años, y antes de que cualquier proyecto se cruzara entre los dos, vino primero la amistad. Navas empezó a gestar esta película e invitó a Montoya a la primera lectura de guión. Desde entonces, el personaje de Ángela no sólo se le metió en la piel, sino en la cabeza a punto de obsesionarla. Han pasado siete años desde ese día y hoy su empeño testarudo es una realidad en la pantalla. Durante todo ese tiempo, el proyecto se paró, retomó su curso, volvió a parar y entre tanto Montoya tuvo a su hijo. Después de dar a luz, el casting oficial llegó y después de cuatro meses de buscar entre todo tipo de actrices, el papel fue para ella, como si el destino se hubiera encargado de guardárselo.

Y es que no era para menos: desde que leyó la historia, inconsciente y conscientemente se estuvo preparando para encarnar a Ángela. “Empecé a tomar talleres y cursos de actuación, a leer libros, a ver mucho cine, a salir constantemente en la noche a rumbear. Era una época en la que vivía la noche pensando en Ángela”, confiesa la actriz.

Ya durante el rodaje, el segundo día fue el punto de inflexión, ese que la hizo pensar que no podría llegar al final. Fue el más duro, porque era una escena bajo la lluvia de una tensión emocional fuerte que tuvo muchas repeticiones. No acostumbrada al ritmo del cine ni a ahondar desde las entrañas a los personajes, sostenía la carga psicológica en los descansos como si Ángela la hubiera poseído y no pudiera dejarla de lado. “Fue una lección de actuación. Tenía que guardar la emoción para el momento de la acción y en el corte debía relajarme y sacarme de la piel a Ángela”, sostiene Montoya.

Cuando ve la película desde el sillón del espectador, sale la naturaleza humana a flote y Montoya empieza a encontrar defectos en su actuación y maneras inservibles de haberlo podido hacer de otra manera. Pero ante todo, rescata el espíritu latente de Navas, que logró plasmar la poesía de la noche bogotana y sus obsesiones con la sensualidad femenina.

Haber sido escogida junto con su esposo para protagonizar el largometraje fue para Montoya un momento de magia. Los realizadores estaban preocupados por la interpretación de unos personajes que se acaban de conocer en una noche, cuando en la realidad tenían unos lazos íntimos fuertes. Ante eso, ellos decidieron vivir separados durante el tiempo que duró el rodaje.

Al finalizar la película, Montoya sintió que Ángela fue una bendición: “Cuando terminó, llegué a la casa y sentí que flotaba. Fue como si Ángela se hubiera llevado los demonios, mis peores recuerdos, los dolores, el pasado triste, las cicatrices sin cerrar. Se los llevó todos y fue una liberación”.

Por Liliana López Sorzano

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