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Ángela y Sebastián: crónica de libretas, notas, bocetos, sillas y viajes

La investigadora y editora Ángela Sosa y el ilustrador Sebastián Cadavid crearon el proyecto La Libretería Ediciones, un encuentro entre la literatura, el dibujo y los viajes.

Leopoldo Pinzón
08 de agosto de 2022 - 02:00 a. m.
La Libretería fue creada en 2013 por Ángela Sosa y Sebastián Cadavid. / Cortesía
La Libretería fue creada en 2013 por Ángela Sosa y Sebastián Cadavid. / Cortesía

Pensaron que si a ellos las libretas de apuntes les resultaban útiles (a ella para notas, a él para bocetos), también a otros les ocurriría lo mismo y, por lo tanto, querrían comprarlas. Pensado y hecho. Se dedicaron a fabricarlas, de la manera más artesanal y cuidadosa posible, cinco cada día, e incorporaron un valor agregado (un sello, un dibujo en la tapa, una decoración). Nació así Libreterías. Se aventuraron a arrendar un modesto espacio en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, en septiembre de 2013. Llegaron escasos de optimismo con unas cincuenta sufridas libretas. Tres días después las habían vendido todas, y les había sido imposible dormir fabricando más y más. Ese fue su primer extenuante éxito.

La Libretería

Así fue como empezaron Ángela Sosa y Sebastián Cadavid. Nacidos en Girardota, Antioquia, muy jóvenes se interesaron en temas culturales. En 2009 formaron parte de la Corporación Cultural La Zafra (nombre que rescata la tradición cañera de la región). Terminada la universidad, en Historia, para ella, en la de Antioquia, y en Diseño Gráfico, para él, en la Pascual Bravo, continuaron trabajando en la historia y el patrimonio cultural de Girardota. Pronto descubrieron sus afinidades, hasta armar un dúo tal vez irrompible. Las libretas fueron el primer paso conjunto… aunque escribir “paso” resulta imperfecto. Veremos por qué. El segundo avance fue publicar. Con mayor precisión: escribir, dibujar y autopublicar. Abrían así el camino para poner en práctica sus más profundas vocaciones: para ella, la literatura, en la que aletea, tenue pero imprescindible, la poesía; para él, el dibujo. Dibujar fue su pasión desde los días en que durante su infancia hurgaba, en la tienda vecina, entre las pilas de periódicos viejos para recortar, con el permiso del dueño, las tiras cómicas e ilustraciones que lo cautivaban y pegarlas en un cuaderno, donde también dibujaba sus propios monigotes. Así, Libreterías se convirtió en La Libretería Ediciones.

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La vida es un rasgo de tela

¿Qué escribir, qué ilustrar? Una dura vivencia de la madre de Ángela los conmovió. La historia de quien habría sido su tía, su tía que murió a los tres años mientras le cantaban una canción inencontrable: La vida es un rasgo de tela. Un extraño impulso los condenó a revisar las partidas de defunción de niños. Encontraron diez historias tan dolorosas como tiernas, tan oscuras como luminosas. De ellas surgió su primer libro, autopublicado: La vida es un rasgo de tela. Relatos cortos.

Escribir, dibujar, publicar…

A las palabras “escribir”, “dibujar” y “autoeditar” se incorporó una nueva y retadora: “viajar”. El primer destino fue Bogotá. Pensaron que tal vez repetían, siglo y medio después, el viaje de Medellín a Bogotá de Francisco Antonio Cano, histórico pintor y escultor antioqueño que hizo de esa experiencia unos Apuntes de viaje: los mismos que Ángela y Sebastián aspiraban a realizar. Encontraron una capital inesperada, que se les reveló en todo su magnetismo: histórico, cultural y humano; en toda su dimensión de gran ciudad. La recorrieron intensamente. Si el asfalto y el pavimento conservaran las huellas de su callejear, serían las de dos pies masculinos y las de una silla de ruedas. De allí surgió su Diario de viaje: textos y dibujos de un viaje a Bogotá.

Otros diarios de viajes se añadieron al primero: a Manizales, Tierra Fría, Riosucio y el resguardo indígena de Karmata Rúa, en Andes. Una colección ya editada.

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Honda

Y en los primeros días de julio llegaron a Honda, la pequeña e histórica ciudad tolimense que se empeña en convertirse en un dinámico centro cultural. Invitados por la primera feria del libro, La Plaza del Libro, realizada en la antigua “Garganta del Reino”, dieron talleres, tomaron apuntes, expusieron sus obras y mostraron sus libretas. Fue en Honda donde este redactor los conoció. No puedo negar la profunda impresión que me causó ver escribir a Ángela —en una nítida, ágil, incluso hermosa, caligrafía—, con su mano atrofiada por una dura enfermedad congénita (Charcot-Marie-Tooth), en su silla de ruedas. Impresión que se acentuó al leer sus notas plenas de sensibilidad y belleza, escritas en un castellano impecable. Sensibilidad compartida por Sebastián, un dibujante de estilo contemporáneo, preciso, certero. Impresión que siguió creciendo a lo largo de una conversación con los dos, en la cual quedaron claras la inteligencia, la cultura, la lucidez, la posición crítica ante esta sociedad vergonzosa y, por encima de todo, la fortaleza de una amistad capaz de afrontar, sin agrietarse, los múltiples y complejos retos de una cotidianidad compartida.

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Lejos de la celebridad, dueños de un mundo íntimo de libertad y de aventura, no exento, incluso, de un sencillo heroísmo, Ángela y Sebastián, armados de su amistad a prueba de contingencias, sin duda impulsarán sus proyectos de ampliación editorial hacia otros creadores; de nuevos y mejores libros de decidida doble autoría; de nuevos viajes en transporte público con la silla de ruedas en el equipaje, sin dejar de producir, lejano ya el afán de aquella primera fiesta del libro, sus hermosas y útiles libreterías.

Por Leopoldo Pinzón

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