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Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Constantino Cavafis
Aún no sabemos si Angélica Valverde llegó a su Ítaca, pero sabemos ya que desde hace trece años empezó a emprender un viaje y empezó a entender qué significan las Ítacas. Valverde se fue de Colombia porque quería realizar un Magíster en Realización Documental de Creación en la Universidad Stendhal Grenoble III en Francia . Logró conseguir una beca y aquel país de revoluciones y romanticismos fue su primer destino. Allí conoció a su esposo.
Su espíritu viajero y su vida nómada la llevaron a España, país de origen de su pareja. Allí vivieron siete años y tras la crisis económica, a principios de esta década, se vieron obligados a emprender un nuevo camino. Llegaron a Chile en 2011, específicamente a Antofagasta, lugar en el que su esposo obtuvo una propuesta de trabajo.
Antofagasta es una ciudad portuaria, considerada la capital minera de Chile. Está ubicada en la zona del Norte Grande, en el desierto de Atacama. El calor arropa sus calles y el aire de vez en cuando es acompañado por los diminutos granos de arena que provienen de las playas y de las zonas más áridas de la región.
Como llamada a cumplir un propósito, como una reivindicación de su oficio, de su pasión, Angélica Valverde vio la necesidad de contar la discriminación y el odio hacia la población afrocolombiana en el norte de Chile. Junto con varias ONG como Servicio Jesuita al Migrante, la Arquidiócesis, el Centro de Atención Psicológica de la Universidad Católica del Norte, la Organización Internacional del Migrante, la comunicadora social de la Universidad del Valle comenzó un trabajo de campo en el que visitaba centros de acogida de migrantes y, también, con los compatriotas que encontraba en El Borojó, un restaurante colombiano. Los avances eran paulatinos. Entre historias que incluían desplazamiento forzado a causa del conflicto armado en Colombia y podían derivar en crisis sociales y económicas, Valverde conoció a Carmenza, una de las mujeres que narra su testimonio como migrante en Sueños en el desierto. A Rafaela, el otro personaje del documental, la conoció dos años después tras asistir a una de las obras de teatro en las que Rafaela participa como actriz y artista extranjera. Valverde dedicó un centenar de días para adentrarse en las sinuosas cotidianidades de sus personajes, de mujeres que han sufrido un desarraigo, que han deambulado en silencio y han resurgido de los señalamientos y estigmas impuestos por algunos sectores antofagastinos.
Sueños en el desierto, documental que fue financiado por el Fondo de Fomento Audiovisual, encabezado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, y apoyado por Proimágenes Colombia y el Laboratorio de Sanfic 2015, visibiliza los escenarios de xenofobia, narra las marchas que antaño fueron realizadas en nombre del odio, del error común de construir verdades absolutas sobre casos específicos que, en este caso, eran asociados al narcotráfico y la prostitución.
“Se oían comentarios en la calle, cuando uno estaba en un supermercado o una farmacia, sobre todo relacionándome con las prostitutas afrocolombianas que había en los “Cafés con Piernas” que frecuentaban los mineros. La gente no te dejaba que te sentaras a su lado en un bus, los taxis no te paraban y para buscar empleo también te daban portonazos cuando te oían el acento. Aprendí a vivir con ese miedo, y no hablaba ni interactuaba con nadie a menos de que fuese necesario, para evitar roces”.
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La xenofobia surge, entre otras razones, por choques culturales y por el temor de los residentes de verse afectados por la presencia de los inmigrantes en términos laborales y de seguridad. ¿Cómo preparar a una comunidad ante este tipo de fenómenos? ¿Cuál cree usted que pudo ser el error en la educación o en las costumbres para que una sociedad vea la llegada de una cultura diferente como una amenaza?
Creo que en Latinoamérica el pasado colonial ha dejado unas estructuras racistas que persisten hasta hoy. No es secreto para nadie que en Colombia a los afrocolombianos o a los pueblos indígenas los tratamos mal: los consideramos perezosos, ladrones, malos trabajadores, etc. Eso se puede constatar en una entrevista de trabajo, al alquilar un apartamento y en muchas otras situaciones cotidianas. Así que creo que esa es la base para que en Chile y en Colombia se den situaciones de xenofobia. El error en la educación es no cuestionar esas estructuras existentes; por ejemplo, acá con los mapuches, a quienes continuamente se les llama terroristas, violentos y peligrosos en los medios de comunicación. Aquí y en Colombia la élite blanca es fuertemente racista. Los que los sirven son los de color de piel más oscura: en Chile los indígenas, y en Colombia los indígenas y los afrodescendientes.
Así que tratan a los inmigrantes de igual manera. Lo que llama la atención es que esa estructura mental se reproduce en las clases trabajadoras, y a mí me han llegado a insultar por negra culona personas chilenas que tienen la piel más oscura que yo, al tener ascendencia indígena. De hecho, recuerdo haber leído una encuesta hace dos años, donde más del 70 % de los antofagastinos se consideraban a sí mismos blancos, cuando solo el 30 % aproximadamente lo es.
En las clases trabajadoras igual hay una sensación de miedo a que le quiten el trabajo o a que sus salarios desciendan debido a que los inmigrantes aceptan salarios más bajos. Entonces falta una solidaridad de clase, que el sistema neoliberal enfatiza y aprovecha para su beneficio. El racismo le es útil a los populismos de derecha, porque así pueden justificar el desempleo, la mala atención en la salud y educación públicas, por la inmigración. Su discurso de odio da justificación a esos prejuicios existentes en las personas y les da vía libre para expresarlos sin tapujos. Esto es muy visible en las redes sociales, donde la falta de normativas permite que los insultos xenófobos sean muy frecuentes. A nosotros nunca nos dijeron nada durante entrevistas o proyecciones; sin embargo, en las redes sociales fueron muy comunes los insultos racistas.
Aquí quisiera decir que además de hacer un trabajo en la educación, sobre todo de los niños más pequeños, y en los medios de comunicación, es necesario legislar sobre lo que se dice en las redes sociales. En Chile existe una ley, a partir de 2016, que penaliza la discriminación por raza u origen; pero eso no cubre lo que ocurre en las redes sociales, por lo que esos actos quedan impunes allí.
¿Qué tanto cambia la idea de la identidad cuando hay que enfrentarse a la xenofobia? ¿Se sufre una especie de desarraigo?
Cambia mucho. El sentimiento de desarraigo se da ya de por sí cuando uno viaja tanto, porque pierde la sensación del hogar, del lugar de origen, sobre todo porque cuando uno vuelve ya el país no es el mismo que uno dejó y uno se sigue sintiendo extraño en su casa. Pero si uno no puede ser uno mismo con libertad, sin miedo, hace que uno se autoimponga máscaras constantemente para tratar de evitar problemas y eso le termina afectando o impactando. Uno termina cambiando, a pesar de que inicialmente solo quería aparentar que era diferente.
Aunque yo no lo veo todo negativo, porque me gusta cambiar gracias a los intercambios culturales, de todo el mundo se aprende. Pero no es agradable cuando ese proceso no es voluntario sino que se origina por el miedo.