Ante el mar, una mirada a la eternidad del mundo
“El sonido de las olas” es la recopilación de tres novelas cortas de la escritora cartagenera, Margarita García Robayo.
Laura Valeria López Guzmán / @Lauravalerialo
El sonido de las olas reúne tres novelas: Hasta que pase el huracán, Lo que no aprendí, El sonido de las olas y un pequeño apartado llamado Educación sexual. Cada historia se desarrolla en ciudades costeras, de ahí el nombre.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
El sonido de las olas reúne tres novelas: Hasta que pase el huracán, Lo que no aprendí, El sonido de las olas y un pequeño apartado llamado Educación sexual. Cada historia se desarrolla en ciudades costeras, de ahí el nombre.
En cada novela se plantea la necesidad de entender el carácter de la cultura caribeña por medio de la mirada extraña de sus protagonistas. Cuando se permite ver desde afuera y desde la extrañeza se empieza a detectar lo sórdido en lo cotidiano. Como consecuencia de la extrañeza, nace la incomodidad. La incomodidad de no poder hallarse en el lugar propio y tener que crear un filtro que permita distanciarse, para así poder mirar con otra perspectiva e intentar acercarse al entendimiento.
De una triada de novelas cortas que se entrelazan, ¿cuál fue el mayor reto que se le presentó para escribirlas?
Son novelas que ya han sido publicadas en el pasado de manera independiente, y este volumen las junta y las dispone en el orden en que fueron escritas. No fueron pensadas en conjunto, pero curiosamente cuando la editora me propuso publicarlas en esta colección, le encontré todo el sentido, porque sin duda comparten elementos que le dan forma al universo narrativo que, al parecer, sigo empeñada en contar.
¿Por qué en dos de las tres novelas se plantea la idea del “sueño americano”?
El sueño americano es un modo de ejemplificar el anhelo de llegar a un lugar —geográfico o simbólico— en el que, teóricamente, se tendrá una vida mejor. Pero ese anhelo nace de la frustración de estar en un lugar que, aunque se sabe propio, no consigue satisfacer el deseo de quien lo habita. Las tres protagonistas comparten esa misma frustración: la de sentirse extrañas, distantes, incómodas, incomprendidas en el entorno que debería resultarles más cercano y familiar.
¿Por qué las protagonistas son mujeres y en cada novela cada una se encuentra en una etapa diferente?
Son mujeres porque suelo contar desde la subjetividad que mejor conozco. En general mis textos parten de la experiencia, aunque por supuesto no se limitan a ella, ni tampoco las historias que construyo son un calco de mi vida. Pero me gusta expresarme desde un lugar en el que me siento, de algún modo, soberana. Esto te lo cuento porque lo he transitado con mi cuerpo, con mi cabeza y con mi imaginación y, por lo tanto, me lo apropio. Hablo desde el lugar que mejor conozco y desde el que puedo hacerme las preguntas más honestas.
En cuanto a las etapas, las tres son novelas de iniciación, es decir, este tipo de historias que buscan narrar el pasaje a la vida adulta con la cuota de “aprendizaje”; de crueldad, de dureza, de desencantamiento, que esto implica.
¿Por qué está atravesado el tema de una corriente ocultista, astral? ¿Ha tenido alguna relación a lo largo de su vida con lo astral?
Sí, en mi niñez. Básicamente porque la biblioteca de mi padre estaba poblada de libros de ocultismo. Al momento de escribir esa novela me pareció que la idea de un padre, cuyo oficio era un misterio, que estaba siempre en la casa, pero encerrado en su oficina, y que al mismo tiempo representaba todo lo loable y lo bueno —en contraste con una madre súper presente, entregada a sus hijos y quizá por eso desbordada, tosca, sobreexpuesta y alterada–, podía ser una buena analogía para representar los roles de la familia caribeña que me interesaba retratar.
¿Qué papel desempeñó lo masculino en la obra?
No lo tengo tan claro, pero después de varios libros escritos quizá empiezo a entender que lo masculino en mi obra podría ser un poco el lugar de Dios (valga aclarar que soy atea), es decir, esa figura profundamente ausente a la que, sin embargo, se le rinde tributo o se le desea con fervor; se sabe de su existencia porque alguna mujer (la madre, la esposa, la hija) se gastó en palabras para nominarlo, para darle la entidad que no tendría por sí mismo, para ponerlo en ese altar inaccesible desde el cual se lo contempla y se lo juzga poderoso e implacable. En ese sentido, lo masculino entra a jugar en mis novelas en la medida que lo femenino se esfuerza (inútilmente, a veces) en darle esa entidad.
¿Para usted qué es la religión?
Una tara.
¿Para usted qué es la sexualidad?
El modo en que cada uno entiende su deseo y decide ejercerlo.
¿Cree que la religión, en este caso la católica, en Colombia ha perjudicado el entendimiento y el disfrute de la sexualidad?
Sí, pero también creo que ha abierto caminos insospechados en la imaginación de generaciones enteras que han sido constreñidas en su libertad sexual. Estoy segura de que mucha gente religiosa encuentra en la prohibición un estímulo, y busca alternativas al sexo que le resultan tan atractivas como el sexo mismo. De igual forma, las perversiones que ha posibilitado y promovido la Iglesia católica, son infinitas y, como los caminos de Dios, insondables.