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“Apoye el periodismo independiente, tómese otra cerveza”

A punta de “crowdfunding”, “likes” y fiestas hasta la madrugada, un grupo de jóvenes rumanos parece haber hallado una solución a la crisis moral y económica de la prensa en Europa del Este.

Ricardo Abdahllah
09 de febrero de 2016 - 04:35 a. m.
Jóvenes reporteros debaten en la Casa del Periodista, ubicada en Bucarest (Rumania). / Cortesía
Jóvenes reporteros debaten en la Casa del Periodista, ubicada en Bucarest (Rumania). / Cortesía

Ya que la Casa del Periodista (en rumano, Casa Jurnalistului) no es un diario, ni un portal de internet ni una agencia de noticias, sino una casa, empecemos hablando de esta construcción banal con un pórtico en hierro forjado, separada por una papelería de la esquina de las calles Radovici y Viitorului (“la del futuro”). El número de la placa es 154, pero no hay letreros. El timbre no funciona y la mejor manera de identificarla es un árbol que tiene la altura de un edificio de cuatro pisos. Pero el árbol está en el jardín de los vecinos.

“El proyecto se construyó a partir del espacio, porque la casa crea posibilidades y atrae gente que no necesariamente vendría a reunirse alrededor de una idea abstracta”, dice Vlad Ursulean, el hombre que abre la puerta vestido de camiseta y pantuflas.

Alrededor de la treintena y autodefinido como “reportero independiente”, luego de un paso por el diario Romana Libera, Ursulean es el más visible de los miembros de la Casa. Sin embargo, se niega a un título de director o jefe de redacción. “Todos hacemos de todo, desde el trabajo administrativo hasta el aseo. Antes cocinábamos cuando había qué cocinar, pero ahora hay un restaurante donde podemos recoger comida luego de que todo mundo ha almorzado y así nos va mejor”. Los periodistas también trabajan en la construcción. “Estamos acondicionando el ático y hay que poner aislante térmico”, dice, mientras muestra los trabajos en el espacio en el que aún no sabe si habrá una sala de reuniones o nuevos dormitorios para aumentar el número de periodistas que allí viven, en residencia o de manera permanente entre las misiones que los han llevado a escribir sobre la sociedad de indigentes que vive en las alcantarillas de Bucarest, la ruta de los refugiados a través de Serbia y Macedonia, la corrupción en la explotación de gas natural por fraccionamiento hidráulico, la guerra en Ucrania y la lucha de los kurdos en Siria por establecer una comunidad socialista en medio de las balas.

Prensa sin concesiones

Cinco kilómetros al noroeste de la Casa del Periodista está la Casa de la Prensa Libre, un edificio al mejor estilo de la arquitectura comunista, que, según el punto, de vista puede ser el peor estilo de la arquitectura comunista. Allí tienen sede las redacciones de los principales periódicos y cadenas de radio rumanas, además de România TV. Aunque el adjetivo “libre” fue dado como oposición a la prensa “de Estado” del régimen comunista, dos décadas y media después nadie lo toma en serio: los medios no escapan a las sospechas de corrupción en un país donde ésta es un mal endémico.

“No es que no haya periodistas honestos, pero con la crisis la situación se agravó y la mayoría de las voces disidentes fueron desapareciendo o haciendo compromisos porque no tenían la integridad moral para rechazarlos”, dice Ursulean. “Muchos tratamos de cambiar las cosas desde el interior y siempre nos estrellábamos con alguien que nos hacía entender que algo no podía decirse, o no de esa manera”.

El papel de la prensa durante las protestas contra el proyecto de megaminería de Rosia Montana en 2012 fue particularmente revelador. Aunque se trataba de la más importante movilización ciudadana desde la Revolución, los medios tradicionales guardaron silencio o se alinearon con la posición oficial hasta que el diluvio de fotografías y videos creados por los internautas los obligaron a abordar el tema. Ya era demasiado tarde. Con un solo reportaje, “Tinerii adormiti arunca cu pietre. We are (fucking) angry!” (“Los jóvenes dormidos lanzan piedras, estamos putamente furiosos”), publicado en su blog, Ursulean sobrepasó en circulación e interacciones a todas las cadenas de televisión, diarios y portales “profesionales” de la prensa rumana. Más allá de la coyuntura que describía, el texto dio visibilidad a una generación que se oponía a la vieja intelectualidad que había vivido la dictadura comunista y miraba con desconfianza toda iniciativa con tintes de izquierda. Blogs como Think Outside the Box se consolidaron en ese momento. De allí también nació la Casa, que en un principio funcionó en un apartamento medio desbaratado.

“No sólo era la falta de objetividad en los análisis, sino que, aún teniendo los recursos para hacerlo, el periodismo de investigación era una caricatura y nadie en Rumania realizaba reportajes con profundidad y rigor”, se lamenta Ursulean.

Convencidos de que tratar de competir con la rapidez de las agencias no sólo es imposible sino inútil, los miembros de la comunidad de la Casa del Periodista se dedican a los “grandes reportajes”, que toman tiempo, necesitan decenas de fuentes y no pueden prescindir del trabajo de terreno. Las ambiciones son amplias. Para un especial sobre religión, el objetivo era entrevistar líderes y fieles de todas las confesiones religiosas en cada rincón de Rumania. Para hablar sobre los kurdos, había que viajar a Rojava, en el norte de Siria. Todo eso costaba un montón.

Así funciona esta casa

Cualquier periodista, en el sentido amplio de la palabra y la profesión, puede venir a trabajar a la Casa, tomarse una cerveza y proponer temas. Tres viven allí y un número variable está “en residencia”. Durante el tiempo que dura la preparación, investigación y edición de un reportaje, viven, duermen, comen y trabajan en la Casa, que también cubre los costos de desplazamiento.

“Muchas de las personas que hacen periodismo independiente en Rumania tienen otros trabajos para mantenerse. La idea es que al menos durante el tiempo de un reportaje puedan dedicarse sólo a él. Eso les quita el peso de hacer un reportaje ‘vendible’ y de limitarse en espacio y tiempo”, dice Ursulean. Las becas de periodismo son extremadamente escasas en el país y con frecuencia terminan en manos de periodistas que saben que para obtenerlas deben evitar ciertos temas, en particular relacionados con la corrupción.

“Llegué al periodismo por casualidad. Mi sueño era hacerme una carrera en el mundo de la publicidad, pero empecé a hacer artículos y me fui metiendo en eso. Nunca he trabajado en un medio tradicional, ni creo que pudiera hacerlo”, dice Matei Barbulescu, sentado en un sofá de la planta baja. Barbulescu acaba de llegar de pasar tres semanas siguiendo desde Grecia hasta Alemania la ruta de los refugiados sirios junto al también periodista Stefan Mako. En este momento terminan la edición del reportaje, pero durante el trabajo de terreno han estado posteando textos y contenido multimedia en la página de la Casa y en las redes sociales. Ursulean lo reconoce: “Nosotros no conocimos el periodismo antes de internet, que por supuesto existía y funcionaba, pero si no fuera por Facebook, no habríamos podido existir”.

La red de la F azul sigue siendo el medio por el cual los miembros de la Casa difunden su trabajo y desde el cual redirigen a los lectores a la página oficial. Es también en Facebook donde se lanzan las colectas que sirven para financiar una comunidad que gracias a sus suscriptores cuenta con un presupuesto mensual fijo de... 980 euros. “O sea, el 10% del sueldo de algunos líderes de opinión”, ironizan en su sitio de internet.

“Combinamos todo: crowdfunding, suscripciones, donaciones. Para algunos reportajes pensamos colectas puntuales del tipo: ‘Dos de nuestros reporteros van a X parte y necesitan tanto o tales cosas’. La diversidad en el financiamiento termina por ser una garantía de independencia”, dice Ursulean, que agrega que tener muchas veces que moverse en autostop y dormir en el sofá por falta de recursos ha permitido un acercamiento que no logran los periodistas que van a una entrevista puntual. Durante el escándalo europeo de la carne de caballo, un tipo que recogió al periodista Radu Ciorniciuc resultó ser el exguardián de un matadero, que les dio las claves para encontrar mataderos clandestinos de los que ningún otro medio había hablado.

Hoy en día, la página de la Casa del Periodista reivindica más de 100.000 lectores por sus artículos más populares.

De la admiración extranjera a la cerveza barata

Otra parte del dinero de funcionamiento viene de las becas personales que han obtenido los miembros de la comunidad y de los contenidos o asesoría que se venden a medios extranjeros interesados en sus reportajes. Diarios como The Guardian y USA Today y estaciones de televisión como Channel 4 se cuentan entre quienes han retomado el material, producido en los pisos superiores de la casa.

Porque está también el sótano, marcado como “Taberna del Periodista” y donde hay un letrero que dice: “Apoye el periodismo independiente. Tómese otra cerveza”. Cada publicación mayor se celebra con una fiesta en el sótano lleno hasta el tope en el que se escucha manele, un tipo de música popular entre los rom y despreciada tanto por las clases altas de Bucarest como por la “vieja” intelectualidad, fuertemente impregnada del racismo. De las fiestas, que duran hasta la madrugada, Ursulean dice que trabajan duro y se merecen la celebración, pero además que les permiten recoger fondos para los siguientes reportajes. “Nuestros vecinos vienen a bailar con nosotros. Es una manera de decir que la Casa no está sólo abierta a los periodistas sino a todo el que quiera venir”.

Una semana después de la fiesta del lanzamiento del video documental de Vlad Ursulean y Vlad Petri sobre la vida a lo largo de la costa rumana en el mar Negro, aún hay latas de cerveza Timisoreana sobre las mesas del primer piso, junto a varios colchones donde pueden dormir los periodistas extranjeros que freelancean en Bucarest. “No es que las latas estén aquí desde ese día. Estas nos las tomamos ayer. Aquí se trabaja, pero también se vive como entre amigos. Yo los conocí en una fiesta, me interesé por lo que hacían y me di cuenta de que la Casa del Periodista es la mejor escuela de periodismo de Rumania”, dice Barbulescu.

Sí, la cosa funciona. Tres años después de que Ursulean iniciara su rebelión contra la prensa de Rumania, periódicos tradicionales como Dilemma Veche y Cotidianul escriben sobre su experiencia, un club de periodistas de Londres lo invita y medios como Libération y Al Jazeera lo convierten en personaje de sus reportajes. “Todo eso ayuda”, admite, incómodo, “pero lo que cuenta es que hacemos el periodismo que nos gusta y el que creemos que se necesita. Y ahora eso hasta nos da para comer”.

Por Ricardo Abdahllah

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