El año en el que Leonardo da Vinci pintó su primer cuadro, 1476, fue también el año en el que sufrió uno de los hechos más determinantes de su vida. La pintura se llamó La Virgen del clavel, un cuadro de 62 centímetros de alto y 47,5 de ancho donde aparecía una mujer, María, que le jugaba con un clavel a su hijo, Jesús, a quien sostenía entre los brazos. Para Giorgio Vasari, el primer biógrafo de Da Vinci y autor de un libro esencial sobre el arte y los pintores italianos, en la obra había “un jarro con algunas flores dentro, en el que, aparte de su maravilloso realismo, había imitado las gotas de agua sobre el cristal del tal modo que parecían más reales que la propia realidad”. El dolor surgió poco después de que Da Vinci acabara su Virgen, cuando las autoridades de Florencia le informaron que había sido denunciado por sodomía. La anónima denuncia decía: “Os notifico, Signori Officiali, de un hecho cierto, a saber, que Jacopo Saltarelli, hermano de Giovanni Saltarelli, vive con este último en la orfebrería de Vacchereccia enfrente del tamburo: viste de negro y tiene unos diecisiete años. Este Jacopo ha sido cómplice en lances viles y consiente en complacer a aquellas personas que le pidan tal iniquidad. Y de este modo ha tenido muchos tratos; es decir, ha servido a varias docenas de personas acerca de las cuales sé muchas cosas y aquí nombraré a unos pocos: Bartolomeo di Pasquino, orfebre, que vive en Vacchereccia; Leonardo de Ser Piero da Vinci, que vive en Verrocchio; Baccino, el sastre, que vive por Or San Michele. Estos cometieron sodomía con el dicho Jacopo, y esto lo atestiguo ante vos”.
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En junio, dos meses después de que el documento hubiera sido recibido y sellado en la sede judicial de la corte florentina, la acusación fue sobreseída por falta de pruebas, y las autoridades absolvieron a los denunciados con la condición de que no se presentaran nuevas denuncias (“cum condicione ut retamburentur”). Algunos historiadores, como Elizabeth Abbott, han sostenido a lo largo del tiempo la teoría de que aunque Da Vinci era homosexual, sus relaciones fueron muy parcas precisamente por el suceso de aquella denuncia. En su libro Historia del celibato, Abbott sostuvo que el trauma por haber tenido que enfrentar una situación judicial lo llevó al desinterés. Sin embargo, luego de aquellos incidentes sostuvo dos relaciones largas: la primera, con su alumno Andrea Salai, y la segunda, con el conde Francesco Melzi.
En uno de los escritos de sus Cuadernos, Da Vinci expuso que “el acto de la procreación y todo lo que tiene alguna relación con ella es tan desagradable, que los seres humanos morirían pronto si no hubiese caras bonitas y disposiciones sensuales”. Su sexualidad fue analizada una y otra vez a lo largo de los siglos, en ocasiones por mera curiosidad o como justificación de las inclinaciones de los propios escritores, o para explicar su arte y su vida. En 1922, Sigmund Freud rescató un breve texto que había escrito sobre un sueño infantil en el que un buitre se posaba en su rostro y le metía la cola en la boca. Para Freud, aquel recuerdo tenía una estrecha relación con las evocaciones sensoriales de su madre, con quien Da Vinci vivió hasta los cinco años, el tiempo necesario para que lo hubiera determinado por el resto de la vida.
Sobre el buitre y el sueño, Freud escribió: “Corresponde a la representación de una fellatio, un acto sexual en que el miembro se introduce en la boca de la persona involucrada. Sorprende el carácter pasivo de esa fantasía; se asemeja a ciertos sueños y fantasías de mujeres u homosexuales pasivos (que ocupan el papel femenino en la relación sexual)”. Unas cuantas palabras después, explicó que, de acuerdo con una fábula, los antiguos egipcios representaban a la madre con los buitres y la llamaban “mut”. Luego escribió sobre la Mona Lisa, y dijo que su sonrisa reflejaba la “reserva y la seducción, la devota ternura y la sensualidad que, despiadada y desafiante, devora al hombre como si fuera un extraño”, y que era similar a las que había pintado en otros de sus cuadros.
“Las mujeres sonrientes no son sino la repetición de Caterina, su madre, y comenzamos a sopesar la posibilidad de que fuera su madre quien poseyera la enigmática sonrisa que él había perdido y que tanto lo fascinó cuando la recuperó en la dama florentina”, afirmó Freud en su texto Leonardo da Vinci, un recuerdo de infancia, en el que describió a su personaje como un hombre atormentado, que hasta los últimos días de su vida les pidió perdón a Dios y a los hombres por no haber estado a su altura artísticamente. Según Freud, la ternura de su madre acabó por perderlo y marcó su futuro. “La vehemencia de las caricias a que se refiere la fantasía del buitre era absolutamente lógica; la pobre madre abandonada tenía que hacer confluir en el amor maternal todos sus recuerdos de la ternura disfrutada”.
Pasados unos cuantos años de la publicación de la suma de especulaciones de Freud, Jacques Lacan lo contradijo, aunque no por contradecirlo. Entre algunas de sus desavenencias, se detuvo en el punto de la palabra “buitre”, que en el original italiano había sido escrita por Da Vinci como “milano”, que significaba “nibio”, un detalle que desvirtuaba la teoría egipcia de su antiguo preceptor. Para los investigadores, Freud había hecho su análisis desde una traducción al alemán del texto de origen de Da Vinci, en la que el pájaro de su sueño era un “geier”. Tanto Lacan como Freud intentaron explicar las razones de Da Vinci para su supuesta apatía sexual y, más allá de ella, las motivaciones de su casi infinita curiosidad y de que hubiera dejado tantos trabajos a medio terminar.
El primero creía que su fuerza se debía “al modo de concebir la naturaleza cuya presencia se ha de captar. Es el elemento absolutamente primordial. Es un otro al que hay que oponerse cuyos signos se trata de descifrar, haciéndose su doble, y si puede decirse así, su cocreador”. Freud, por su parte, consideraba que Da Vinci había sublimado en el arte y en los estudios científicos su energía sexual, y que su curiosidad por la vida y todo lo que la rodeaba habían surgido precisamente de esa sublimación. Si no había sexo, habría conocimiento, trabajo, disciplina y arte.