En 1995, a diez años de la tragedia de Armero, el coreógrafo Álvaro Restrepo y el fotógrafo Ruven Afanador se juntaron para construir un homenaje a las víctimas. El resultado fue A.R.M.E.R.O., una serie de 39 fotografías tomadas en el camposanto del municipio tolimense, en un chircal de Ambalema, en las salinas abandonadas de Galerazamba (Bolívar) y en el volcán de barro de El Totumo.
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El modelo era el mismo Álvaro Restrepo. Sus manos, sus pies, su cuerpo. “El ojo mágico y privilegiado de Ruven registró esas atmósferas, locaciones y objetos que le propuse y que pertenecen a mi mundo escénico, plástico y espiritual”, explicó. Cuando dice que hacerlas fue una suerte de ordalía —una prueba y un trance—, asegura que sometió su cuerpo al rigor y al dolor de lo que Armero representó y le inspiró como colombiano, artista y ser humano”.
En esas imágenes, los cuerpos cubiertos de barro, algodón y telas evocaban la materia de la catástrofe y el gesto de quienes siguieron transitando ese duelo. La danza y la fotografía intentaban transformar el dolor en un lenguaje plástico y corporal, más cercano a una ceremonia y no a una representación alejada de la tragedia.
Treinta años después, las imágenes vuelven al lugar de origen. “Nosotros somos una de las dos actividades que el Ministerio de las Culturas ha propuesto en el camposanto, para la tarima principal, los invitados especiales y la comunidad”, contó Restrepo. “La otra institución es la Banda Sinfónica Nacional y nosotros, El Colegio del Cuerpo, con la participación de bailarines de la compañía Cuerpo de Indias y 29 personas de la comunidad de Armero-Guayabal —entre niños, jóvenes y adultos mayores—, vamos a hacer esta ceremonia en la que interactuamos con las fotografías de Ruven Afanador, que se usan como vestuario, utilería y escenografía”.
Las imágenes impresas sobre tela son parte del movimiento, del contacto, del ritual entre los bailarines, los habitantes de la región y quienes desaparecieron hace más de dos décadas en medio del lodo que también quemaba. No se trata de reproducir una obra ni de montar un espectáculo, sino de crear un espacio en donde esos recuerdos encuentren su sitio a través del cuerpo. “Yo quisiera que la gente se conmoviera, no de tristeza —aunque es inevitable ante semejante memoria de tragedia—, sino por lo que el arte puede hacer para tocar las regiones más profundas del ser”.
El proceso de trabajo comenzó el 8 de noviembre de 2025 con ensayos, realizados tanto en el municipio como en el camposanto. “Ha sido muy gratificante y muy hermoso”, añadió. “Se han entregado con mucha generosidad y con gratitud de ser tenidos en cuenta para poder presentar en ese escenario importante, que han montado la Unidad de Gestión de Riesgos, el Ministerio de las Culturas y la Gobernación del Tolima”.
Restrepo insistió en que este proyecto no busca la espectacularidad, sino el respeto: “Ha sido muy hermoso porque ellos han entendido que lo que estamos haciendo es un homenaje abstracto, poético, artístico, que no tiene nada que ver con el amarillismo ni con el paternalismo, sino con la posibilidad de hacer algo con dignidad”.
“La memoria es un derecho”, dijo. Por eso, el proyecto lleva por nombre Armero: derecho a la memoria. “La tragedia de Armero no fue un castigo divino, pero sí un ejemplo y una consecuencia macabros de la desidia oficial, la negligencia y la falta de respeto por la vida ante una tragedia que se sabía posible, porque Armero es eso: la crónica de un desastre anunciado. Y el arte, además de servir para denunciar estos errores y horrores, también sirve de consuelo y catalizador de tanto dolor”.
El homenaje se inserta en la trayectoria de El Colegio del Cuerpo, que desde hace 28 años trabaja en educación para la paz junto a procesos artísticos. “Siempre hemos estado comprometidos con la búsqueda del fin de la guerra, de la cordura, de parar esta demencia en la que hemos vivido los colombianos durante tantos años”, aseguró Restrepo. El cuerpo, como siempre ha creído él, ha sido la principal víctima: el cuerpo humano en todas sus dimensiones, el cuerpo como territorio, como botín de guerra, como cuerpo violado, mutilado, asesinado.
La experiencia de Armero se enlaza con otras obras y rituales del grupo. En 2010 estrenaron InXilio: el sendero de lágrimas, en el coliseo El Campín, con 150 víctimas del conflicto, 50 bailarines y la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Tres años más tarde repitieron la experiencia en Antioquia, junto a la Orquesta Sinfónica de la Universidad EAFIT y con la presencia del entonces presidente Juan Manuel Santos. También realizaron una ceremonia de respiración colectiva por la paz en el Parque Simón Bolívar, durante la alcaldía de Antanas Mockus.
La danza es lenguaje y forma de pensamiento. “El cuerpo es el receptáculo de la memoria y el lugar donde está escrito todo. Con la expresión corporal podemos recontar y resignificar historias de una manera abstracta, poética, potente. Por eso la danza es una forma de filosofía y una manera de estar en el mundo, un lenguaje privilegiado para hablar de los dolores y también para resignificar la esperanza y la trascendencia”.
El sentido del arte después de la tragedia
En esa misma búsqueda de sentido a través del arte, el investigador y escritor François Matarasso encontró en A.R.M.E.R.O.
Conoció la serie en 1998, durante su primera visita a Colombia, cuando Álvaro Restrepo le mostró las fotografías realizadas junto a Ruven Afanador para conmemorar el décimo aniversario de la tragedia. A partir de esas imágenes, Matarasso escribió el texto que sigue*, una reflexión sobre cómo el arte puede responder al sufrimiento humano y mantener vivo el recuerdo de lo irreparable.
Lo comparto con ustedes aquí, en este artículo, porque dialoga con el sentido que hoy recobra que el arte pueda acompañar la memoria sin apropiársela.
“Hace exactamente cuarenta años, el 13 de noviembre de 1985, la erupción del Nevado del Ruiz en los Andes colombianos produjo uno de los peores eventos volcánicos de los últimos siglos. La lava y los flujos de lodo se derramaron por los valles a una velocidad de 30 millas por hora, sorprendiendo a muchas personas que se refugiaron en sus hogares. La tierra se tragó la ciudad de Armero, matando a al menos 20.000 personas y a varios miles más en la zona circundante. La Tragedia de Armero es una Pompeya moderna, aunque mucho menos conocida fuera de Colombia, donde sigue resonando poderosamente.
Escuché hablar de Armero por primera vez en 1998, cuando Álvaro Restrepo me mostró las imágenes que había creado con el fotógrafo Ruven Afanador para conmemorar el décimo aniversario de la tragedia. Era mi primera visita a Colombia y mi primer encuentro con Álvaro: estas cosas me causaron una fuerte impresión, pero ninguna más que este memorial artístico. Las fotografías se grabaron en mi memoria.
Hoy en día, se están mostrando de nuevo para honrar a las vidas perdidas en Armero, esta vez como parte de una presentación de la compañía de danza que Álvaro ha liderado en Cartagena de Indias desde 1997.
Cuando era joven, luché con la pregunta sobre el valor del arte frente a las vastas necesidades humanas que veía a mi alrededor. No sabía si dedicar mi vida laboral a la ayuda humanitaria o al teatro, un dilema que se resolvió cuando descubrí el campo del arte comunitario. Sabía dónde estaban mis habilidades y mi temperamento, y no era en la medicina o la ciencia. El arte comunitario me ofreció una forma de reconciliar mis capacidades con mis valores.
Pero a través del contacto con artistas como Álvaro Restrepo, he llegado a entender mejor las complejas formas en que el arte puede responder al sufrimiento humano y sanar las cicatrices que quedan después de que la medicina ha hecho su mejor esfuerzo.
En su terrible belleza, estas fotografías sobre la tragedia de Armero honran a los que murieron y al potencial humano truncado por la catástrofe. La vida es difícil y no todos logramos hacer todo lo que podríamos de ella, de nosotros mismos. Algunas vidas se truncan antes de que parezcan haber comenzado; otras están limitadas por fuerzas externas o miedos internos.
Pero en estas imágenes, tan rigurosamente expresivas de la integridad moral y artística de sus creadores, se afirma la dignidad esencial de cada ser humano. Cada vida importa, parecen decir, porque cada una tiene la semilla de la humanidad misma y la esperanza de realización y bondad.
El dolor de un evento como la tragedia de Armero permanece mucho después de que las calles han sido despejadas y los muertos enterrados. Las preguntas existenciales que plantea no desaparecen; ni los sentimientos. Lo que el arte puede hacer es hacer que esas cosas sean visibles y tangibles, para que podamos vernos más claramente, compartir nuestras experiencias, expresar lo que no podemos poner en palabras. A veces, todo lo que necesitamos del arte es que marque una realidad para que podamos empezar a vivir con ella".
*Traducción del texto original en inglés de François Matarasso.
Este jueves 13 de noviembre se cumplen 40 años desde que una manta de cenizas, el lodo y el fango cubrieron al pueblo de Armero, borrando en pocas horas lo que había tardado generaciones en construirse.
Miles de vidas se perdieron en 1985, cuando la erupción del volcán Nevado del Ruiz desencadenó una de las tragedias más devastadoras en la historia del país. Familias enteras desaparecieron bajo la avalancha y, con ellas, una parte de la memoria colombiana que aún busca formas de reconstruirse.
El proyecto de Ruven Afanador y Álvaro Restrepo, A.R.M.E.R.O., es una metáfora de ese tránsito: un modo de volver a mirar lo ocurrido, de poner el cuerpo donde antes la tragedia solamente pudo otorgar incertidumbre, horror y silencio.