“Superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido. En el caso de una tragedia requiere, inexcusablemente, la labor del duelo, que es del todo independiente de que haya o no reconciliación y perdón” Carlo Piera en Los girasoles ciegos de Alberto Méndez.
Es 1971, en el Líbano cristianos y musulmanes toman las armas y hacen de Beirut un campo de batalla, un cementerio. Una guerra secular, que sacó a luz los intereses expansionistas de otros países como Siria e Israel, que alimentaron el conflicto interno y llevaron a la masacre de gran parte del pueblo libanés. El conflicto armado interno en el Líbano tiene un fin aparente en 1991, después de que el gobierno firma los acuerdos de Taif en el 89, en aras de acabar de una vez con todo el conflicto. Sin embargo, la firma de estos acuerdos, la esperanza de restablecer un orden político y detener las masacres, no son más que una ilusión y un deseo aún inalcanzable. La guerra se extiende hasta el presente, donde aún existen problemas internos e incluso externos, con países como Siria e Israel que aún entran en combate por este territorio.
El director libanés Ghassan Halwani estrenó en el TIFF 2018 su primer largometraje Erased, ___ Ascent of the Invisible. Previo a este documental Halwani trabajó en obras de cortometraje en el Líbano. La quinta edición del BIFF trajo este documental a Bogotá y lo incluyó en su oferta de películas, específicamente en la categoría de Fantasmas del pasado, a la que agregan la siguiente descripción: “en esta sección, […] se desprenden incómodas y problemáticas interrogantes; un conjunto de realidades, personajes y escenarios que se obstina en cuestionar el pasado”. Dijo el filósofo francés Derrida que "el cine es el arte de los fantasmas", el arte que permite a los fantasmas volver al presente. Esta obra es un ejercicio de memoria, la arqueología de un pasado disecado y enterrado en los muros y las edificaciones de una ciudad que bajo sus cimientos esconde una necrópolis.
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El ejercicio del director es el mismo del arqueólogo. Con sumo cuidado Halwani raspa las paredes de las calles principales de Beirut, donde se ha ocultado el rostro de los desaparecidos durante la guerra civil del Líbano. Capas de propaganda y basura han enterrado los restos de una masacre en la que el gobierno también estuvo implicado. La desaparición de los cuerpos y de la memoria nunca es absoluta, puesto que como todo crimen siempre deja rastros, huellas. Aquello que intentó ser borrado deja la estela de su violencia esparcida por todo el territorio. Halwani logra en este documental hacer visible lo invisible, o mejor dicho lo invisibilizado, porque todo realmente existe, todo ha dejado marca.
A pesar de que la guerra civil del Líbano implicó el ataque y la guerra con agentes externos, como el ejército israelí y el sirio, el gobierno de este país actuó de manera despiadada y cruda: desapareció a una gran cantidad de la población libanesa y, en aras de la construcción de un nuevo futuro, ha decidido detener la búsqueda de estos cuerpos, porque dañarán la imagen contemporánea y porque hacen parte de una historia que debería quedar atrás. Es por esta razón que Halwani se enfrenta a su país como las herramientas de un arqueólogo, para leer en el palimpsesto de las calles y de la arquitectura de su país los trazos que han dejado la guerra y sus desparecidos. La ciudad es una memoria viva, las personas caminan sobre los restos de sus seres amados. Similar al trabajo de Andrés Chávez en su documental Cartucho (2018), el director libanés estudia la radiografía de un cuerpo geográfico para encontrar los restos de una memoria soterrada; no se puede tapar el horror y el crimen, porque siempre resurgirán en la tierra los restos de esa violencia innegable.
Ante este documental se preguntaba la crítica cinematográfica Alejandra Meneses: "¿cómo visibilizar aquello de lo que no hay imágenes?" La película es un ejercicio riguroso y complejo de análisis histórico, que se sumerge en las profundidades del archivo para sacar a la luz los hechos oscurecidos por los discursos políticos. Usa las fotos de los desaparecidos, así como recortes de periódicos, noticias televisivas, libros de exposiciones artísticas, fotos de los desaparecidos, material fílmico de archivo, grabaciones de la actualidad. No existe documento que no hable sobre los desparecidos. Los ecos de sus voces mudas rebotan en las paredes de una ciudad entregada al olvido. El ejercicio de Halwani habla de la tortura y el peso con el que deberá cargar el gobierno y la sociedad libanesa: las personas desaparecidas son seres inmortales. Mientras no se sepa dónde están, el gobierno libanés no las declara muertas. Peor que la muerte es quizás la eternidad llena de incertidumbres; los familiares de los desaparecidos llegan al fin de su vida con la incógnita irresoluta. No obstante, se llena uno de tristeza al entender otro de los puntos del director: los desaparecidos ya no hacen parte de un cuerpo individual, sus trazos y sus gestos han sido borrados en el trajín del tiempo y sólo son reconocidos, ante los ojos de jóvenes y ancianos, como un colectivo. El desaparecido ya no tiene cuerpo, y su rostro no es la muestra de la esencia de un individuo, sino la marca de un acontecimiento.
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La victoria de este documental también se encuentra en su aspecto técnico, ya que encuentra en el lenguaje cinematográfico las herramientas para transgredir el lenguaje llano del periodismo y de la noticia, para hacer un manifiesto y un documento político. Un ejemplo se encuentra en el uso del sonido luego de volver a la pared en la que, cubiertos por miles de carteles de propaganda, pintura y yeso, se esconden los rostros de los desaparecidos. Mientras que Halwani usa con sumo cuidado el bisturí para remover las capas físicas de mentiras y de silenciamiento, el sonido de la hoja de metal chocando con la pared se aumenta y vibra. Se disminuyen al máximo los sonidos de la calle, de la respiración, para dar paso a las dolorosas vibraciones de la hoja de metal, que penetran en el cuerpo arquitectónico del Líbano, y que por el eco de su diseño sonoro cincelan los oídos del espectador. El proceso de memoria es doloroso, la memoria implica abrir el cuerpo, implica auscultar las fisuras de la historia, pero también escuchar los sonidos del pasado, que guardan los ecos de unas voces ya olvidadas.
Ante tanto dolor provocado por el sonido, el director cierra con el opuesto utópico, con el elemento sonoro por excelencia del arte cinematográfico: el silencio. La película cierra con el golpe de silencio, con el recuerdo del gesto constante de los países atravesados por la guerra, por la antítesis del ejercicio de memoria. Sin embargo, el espectador no está solo en el silencio. Además, estar acompañado en la sala por un grupo de personas igual de golpeadas por esta realidad, se encuentra en la pantalla con un gesto innovador: la animación. Vemos los rostros de las desaparecidas, rostros sin cuerpo, rostros inertes y congelados. Darles movimiento, reconstruir su cuerpo y devolverles la capacidad de actuar, de estar en el espacio, de habitarlo y recorrerlo, es un ejercicio innovador en la construcción de memoria. Halwani no agota los elementos del lenguaje cinematográfico, sino que los lleva a nuevos límites de significación para actuar en contra del olvido.
Duele leerse como colombiano en este documental, aunque es imposible no hacerlo. Lo que logra el director en esta obra es un ejercicio de memoria ineludible. Allí en el documental están los falsos positivos, están las voces silenciadas de las madres de Soacha, así como también los restos de los campesinos, las voces del campo, de las mujeres que la violencia ha querido callar. Las texturas del documental Erased. ___ Ascent of the Invisible son las del cuerpo colombiano, la piel de cuerpo ultrajado y lleno de cicatrices. Los desaparecidos son sempiternos, nuestra labor es hacerlos mortales, despojarlos del dolor y el peso de la inmortalidad, hablar de la verdad, darles un cuerpo ausente. Sentenció Miguel Hernández en las primeras estrofas de su poema “Sentados sobre los muertos”:
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo sostiene.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.