Pesimismo y existencialismo. En esas dos cajas podríamos meter las palabras de Arthur Shopenhauer. Lo cierto es que acudir a las nociones que hay detrás de ambas cajas terminan quitando muchos velos y telarañas a esos sentimientos que en la actualidad se niegan, se caricaturizan o se condenan. Más que definir como tristeza o derrota, la vida esconde el absurdo que remarcó el existencialismo durante el siglo XIX y XX en Alemania y Francia, principalmente.
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El siglo XXI, sus ideas de desarrollo y sus artefactos de diversión y entretenimiento condenaron el aburrimiento. Es cierto que pocos están dispuestos a caer en él, y más ahora en que un celular es la respuesta inmediata y automática al segundo de aburrimiento o rechazo que sienten los seres humanos. Terminó siendo la tecnología la que, paradójicamente, le hizo olvidar a la humanidad la importancia del aburrimiento como primer paso para la creatividad y el ingenio.
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La falsa felicidad y la extraña pretensión de perfección en las redes que distraen a tantas personas fueron condenando los sentimientos "negativos", esos que recuerdan el dolor, la nostalgia y el absurdo de la existencia. Quien padezca será débil, será calificado como "dramático". Son los tiempos de normalizar una felicidad que se sabe efímera, y de emitir juicios al desencantado y al que carga el tedio de una vida poco atractiva por quien la rodea y la determina. Y en épocas de encierro, de un aislamiento obligatorio que nos lleva a ver al otro como una amenaza inminente, recordar la angustia de vivir y el aburrimiento derivado del sufrimiento acarrea explorar en ese padecimiento que por años se ha evitado por miedo a reconocernos frágiles.
En El mundo como voluntad y representación, Arthur Shopenhauer afirmó que: "La voluntad de vivir se afirma en todos los seres existentes. Pero la afirmación de la voluntad es afirmación de la negatividad, la escisión y la carencia que lleva en su seno y que no se aminoran en su objetivación fenoménica sino más bien se multiplican, dando lugar a una vida que es en esencia dolor. El querer y su satisfacción o, en otras palabras, el sufrimiento y el tedio, son los dos extremos entre los que oscila el péndulo de la vida. Mientras queremos, sufrimos por la carencia que ese sufrimiento supone; cuando el querer es satisfecho, surge algo peor que el sufrimiento: el aburrimiento, que nos hace sentir el vacío de la voluntad desocupada. Pero la rueda de Ixión nunca se detiene: pronto aparecerá un nuevo deseo con un nuevo dolor, y su satisfacción volverá a mostrarse vana para calmar la sed de la voluntad; una voluntad que nunca encuentra un objeto que satisfaga su querer, porque en realidad no quiere nada y en el mundo fenoménico se limita a aparentar un querer. El dolor del mundo no es en último término sino la manifestación del absurdo de una voluntad que es incapaz de querer".
Dolor, aburrimiento y absurdo. El ser humano es complejo en esencia y el mismo capitalismo ha demostrado que quienes acuden a la acumulación es incapaz de satisfacer su querer. Ese podría ser el caso extremo de la voluntad que expresa su imposibilidad de sentirse plena. Y este escenario del encierro, de la carencia de actividades, presencias y demás elementos que conforman nuestra cotidianidad desencadena en el sufrimiento de una soledad no aceptada, de una soledad temida que termina, entonces, en el dolor y en el aburrimiento que devela el vacío, esa sensación insoportable que demuestra que la voluntad, mediada por el deseo y el placer, termina cayendo una y otra vez en el mismo escenario, experimentando así, el absurdo.
“Supongamos un hombre repleto de una voluntad sobremanera violenta y que con una avidez inflamada quiere acapararlo todo para refrescar la sed del egoísmo; como es inevitable, tendrá que darse cuenta de que toda satisfacción es solo aparente, de que lo conseguido nunca rinde lo que lo deseado prometía, a saber: un apaciguamiento final del furioso afán de la voluntad, sino que con la satisfacción el deseo no hace más que cambiar de forma y ahora le atormenta con otra distinta; hasta que al final, cuando se han agotado todas, el afán de la voluntad permanece aún sin motivo conocido, manifestándose con un infernal tormento como sentimiento del espantoso tedio y vacío: todo eso, experimentado en pequeña medida dentro de los grados usuales del querer, provoca un ánimo sombrío también en un grado usual. Pero en quien es un fenómeno de la voluntad que llega hasta una destacada maldad, de todo eso resulta necesariamente un desmesurado tormento interior, una eterna inquietud y un irremediable dolor”, afirmaba Shopenhauer.
Ya había señalado el alemán que la existencia del ser humano se debatía entre los extremos del querer y del tedio; y termina siendo un regreso constante, un círculo vicioso del cual no puede escapar, porque justamente la voluntad termina supeditada por lo que ya vaticinaba Shopenhauer en otro apartado: “toda felicidad es de naturaleza meramente negativa y no positiva, que precisamente por eso no puede ser una satisfacción y dicha duradera sino una simple liberación de un dolor o una carencia”. Así, en este presente de propagandas que inducen a la realización de una felicidad mediada por el éxito y la competencia, el ser humano termina cayendo cada vez más en el dolor de no hallarse satisfecho, en el aburrimiento que termina por cuestionar lo que considerábamos suficiente y justo para nosotros y el mundo.